Un equipo internacional de científicos, dirigido por investigadores del Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC), publica un estudio en el que explica que la dureza, la elasticidad y la resistencia de un asteroide son aspectos "determinantes" que hay que estudiar antes de poner en marcha una misión y lanzar un proyectil cinético (no explosivo ni nuclear) para desviar la órbita de un asteroide peligroso. Y es que, a día de hoy, hay más de 15.500 objetos que cruzan la órbita terrestre, de ellos, unos 1.500 están calificados de "potencialmente peligrosos" y tienen un diámetro de entre 100 y 150 metros, ha detallado el investigador del CSIC en el IEEC y coautor del trabajo, Josep María Trillo, en una rueda de prensa en la que ha dado a conocer los resultados de la investigación.
El trabajo, publicado en The Astrophysical Journal, basa sus conclusiones en el estudio del meteorito Cheliábinsk, de unos dieciocho metros de diámetro y unas 11.000 toneladas de masa que explotó sobre Rusia el 15 de febrero de 2013 y que se fragmentó en miles de pedazos. Muchos de los trozos se desintegraron al atravesar la atmósfera terrestre pero más de un millar (con una masa superior a una tonelada) llegaron al suelo a velocidades supersónicas causando centenares de heridos y grandes daños materiales.
Sin embargo, de ese asteroide, "se consiguió recuperar mucho material que además estaba en muy buenas condiciones", ha explicado el coautor del trabajo Carles Moyano, del IEEC. Cheliábinsk es una condrita ordinaria, un tipo de asteroides formados hace unos 4.452 millones de años en el primitivo Sistema Solar y que, desde entonces, han sufrido gran cantidad colisiones antes de llegar a la Tierra, por lo que sus minerales y componentes aparecen muy chocados y son de gran consistencia. "Por sus características propias, este asteroide es un ejemplo de los materiales que acechan la vida en la Tierra", advierte Trigo.
"Estudiar su composición química y mineralógica nos permite conocer detalles fundamentales de los procesos de compactación por colisiones que han sufrido los asteroides cercanos a al Tierra. Por eso, los resultados de este trabajo son muy relevantes para una posible misión" contra un asteroide. Para estudiar los trozos de esta roca, los científicos usaron un nanoindentador, "un instrumento que utiliza pequeñas agujas para hacer punciones minúsculas en el meteorito.
Según la respuesta de la roca y de la aguja, conseguimos información sobre la dureza y la elasticidad de la roca", precisa Moyano. Los análisis revelaron que las zonas más oscuras de la roca, las más chocadas, son las más duras, de manera que si se quisiera desviar la trayectoria de un asteroide con un impacto, sería necesario disparar sobre la zona más blanda, la más clara.
El estudio ha servido "para entender mejor las zonas que hemos visto en las muestras de material", algo esencial si se quiere conseguir que el impacto de un proyectil cinético desvíe la trayectoria de un asteroide, destaca Moyano. Sin embargo, ha subrayado Trigo, además de conocer a fondo las cualidades físicas y la estructura interna de estos cuerpos, es esencial contar con sistemas de vigilancia que los detecten con antelación, especialmente a los que son más oscuros y que sólo pueden captarse con telescopios de infrarrojos.
"Cada vez hay más sensibilidad con este tema, pero aún falta mucho camino por recorrer", concluye Trigo. Actualmente, la Agencia Espacial Europea (ESA) busca financiación para desarrollar junto a la NASA el programa conjunto "asteroides peligrosos", diseñado para desviar la trayectoria de estas rocas. Además, ambas agencias tienen en marcha la misión AIDA, que estudia la posibilidad tecnológica de que una sonda impacte sobre un asteroide para evitar que choque contra la Tierra (la parte europea de esta misión se denomina AIM, y la estadounidense DART).