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FERIA DE FALLAS 2015 | 16 DE MARZO
El Soro hace que Valencia vibre veinte años después en una tarde mágica
El veterano diestro Vicente Ruiz El Soro, que reaparecía en la plaza de Valencia después de veintiún años y casi cuarenta operaciones por una grave lesión de rodilla, cumplió hoy una auténtica gesta de superación e hizo vibrar de nuevo a una afición de la que fue todo un ídolo durante los años ochenta.
Veintiún años y treinta y siete operaciones después, El Soro volvió a hacer el paseíllo en su plaza de Valencia. Renqueante, prácticamente arrastrando una pierna biónica que suple los destrozos sufridos en su rodilla izquierda, el torero de Foyos atravesó el ruedo tan exultante como si retornara a la vida.
En ese momento, quizá fuera él el único en toda la plaza que confiaba en que este largo reto personal tuviera un resultado tan feliz. Pero su fuerza de voluntad y su raza de torero no sólo le han ayudado, contra todo pronóstico, a vestir de nuevo el traje de luces sino también a cortar una oreja ante una plaza entregada a la que hizo vibrar como en los viejos tiempos.
Para conseguirlo El Soro puso toda la carne en el asador, sin guardarse nada ya desde que salió a parar a su primer toro con el capote, que ya mostró su nobleza antes del plato fuerte del espectáculo sorista: las banderillas. Y entonces llegó lo realmente asombroso, al ver como un hombre con un aparato ortopédico en la zapatilla izquierda, cuajó un soberbio segundo tercio: el primer par en los mismos medios de la plaza, el segundo saliendo desde las tablas y aún un tercero al quiebro y clavando de violín, todos con plena sinceridad. Y la plaza rugió.
La diana floreada de los grandes acontecimientos anunció el cambio de tercio, antes que El Soro brindara a sus hijos y se pusiera a torear con suavidad a un bondadoso ejemplar. Con idéntica entrega, se fue centrando con el toro hasta sacarle naturales de garra e incluso desplantarse entre sus pitones con el desparpajo de sus mejores años.
Falló una vez con la espada antes de cobrar una estocada fulminante y paseó así esa valiosa oreja radiante de felicidad, bajo unos tendidos desde los que cayeron toda clase de objetos y de muestras de afecto. Al cuarto llegó incluso a saludarle a portagayola sentado en una silla de mimbre. Pero este otro "juanpedro", más voluminoso y menos bonancible, no se lo puso tan fácil.
Aun así El Soro, compartiendo tercio esta vez con su subalterno Montoliú, le clavó dos soberbios pares de banderillas en la suerte del remolino que él patentó, girando sobre sí mismo hasta llegar a la cara para dejar los palos con un escalofriante ajuste y provocando un clamor en los tendidos.
La fuerza y el temperamento del toro, al que faltó un puyazo, no le dejaron estar tan cómodo con la muleta como antes, pero el veterano supo tirar de oficio para, a pesar de sus limitaciones, solventar la papeleta sin apuros, salvo a la hora de matar, cuando cayó en la cara y resultó arrollado sin consecuencias. No hubo oreja en esta ocasión, pero si dos vueltas al ruedo entre el cariño de sus paisanos.
Enrique Ponce, que justo comenzaba a despegar cuando El Soro sufrió aquella grave lesión de rodilla, celebraba sus bodas de plata como matador de toros, sin que la efeméride tuviera una especial brillantez en el ruedo y con el corte de una solitaria oreja.
La obtuvo de su primero, un toro enrazado al que también faltó más castigo y con el que el valenciano no llegó a estar a gusto a lo largo de una faena vistosa pero plagada de altibajos, mientras que con el quinto, deslucido y flojo, no pudo resarcirse.
Por su parte, José María Manzanares se aplicó con una correcta estética ante su lote. Con el sobrero que salió en tercer lugar acabó dejándose tocar la taleguilla por los pitones aunque sin lograr macizar la faena. Y con el sexto, que no tuvo sin gas ni celo, apenas pudo componerse casi tres horas después de que arrancara el paseíllo de este largo festejo.
FICHA DEL FESTEJO
El Soro: estocada enhebrada y estocada desprendida (oreja); media estocada contraria y tres descabellos (dos vueltas al ruedo tras petición).
Enrique Ponce: estocada baja trasera (oreja); bajonazo (ovación).
José María Manzanares: cuatro pinchazos y estocada (silencio tras aviso); estocada caída que asoma y descabello (silencio tras leve petición de oreja).
La plaza tuvo lleno de "no hay billetes" en tarde desapacible.
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