El traje y el casco fueron los dos componentes del equipo que más trabajo necesitaron. Hasta cinco años tardaron en fabricarlos, desarrollándolos a partir de los que usan los pilotos de aviones de reconocimiento, pero con más visibilidad y flexibilidad.
El casco, liviano, sólo pesaba tres kilos, pero al mismo tiempo era resistente. Incluía un regulador de oxígeno para que el paracaidísta respirase y un visor que evitaba distorsiones a la vista, detalle muy importante para permitir la orientación en el descenso y aterrizaje. Dicho visor estaba también equipado con un sistema de calentamiento que evitaba que se empañara o se congelase. Micrófonos y audífonos incluídos en el casco mantuvieron al austriaco conectado con su equipo de control, y una bomba lo mantuvo hidratado con agua.
El traje estaba diseñado para mantener la presión similar a la que hay a 10.000 metros de altura, evitando los síntomas de la descompresión. El exterior estaba hecho de un material que retarda el fuego y aísla contra el frío. Contaba también con un sistema de ventilación e incorporaba varios mecanismos de seguridad para evitar que el casco o los guantes se pudieran desprender por accidente.
Monitorizado en todo momento, Baumgartner llevó en el pecho una caja que transmitía datos en tiempo real y almacenaba información de velocidad, posición y altitud. Un transmisor y receptor de voz conectado con su casco, una cámara HD con vista de 120°, un sistema para verificar si se lograba el récord que el equipo esperaba cumplir y diversas unidades para mediciones eran también parte del equipo que protegió a Baumgartner en su salto.
Y lo más importante: si tenía algún problema o perdía el conocimiento, un sistema automático le habría suministrado una droga estabilizadora para que consiguiera llegar a Tierra, desde donde accionarían por control remoto un paracaídas de seguridad.