La sonda europea Rosetta persiguió al cometa 67P en su acercamiento al sol entre 2014 y 2015 para fotografiar su superficie y conocer los cambios que éste experimenta en ese viaje, una 'pequeña metamorfosis' con erosión de materiales, derrumbe de colinas o desplazamiento de grandes masas rocosas.
Así lo desvelan dos estudios publicados ahora en Science y Nature Astronomy, que describen los cambios sufridos por el cometa en la superficie en su camino al perihelio, la región de la órbita más cercana al sol (186 millones de kilómetros que alcanzó en agosto de 2015).
Los estudios ponen de manifiesto que el cometa vivió en su pasado un período de actividad mucho más intenso del que ha podido documentar Rosetta. Los cometas tienen la misma edad que el resto de cuerpos del sistema solar, unos 4.500 millones de años. Son pequeños cuerpos helados que adoptan su apariencia característica cuando se aproximan al sol: sus hielos subliman y emergen la cola de polvo e iones y la coma de gas, una envoltura gaseosa que rodea al núcleo.
Para seguir conociéndolos, la Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó en 2004 Rosetta, cargada con varios instrumentos, entre ellos Osiris, con dos cámaras de alta resolución y participación española.
Rosetta hibernó durante 31 meses, despertó (enero de 2014), viajó con 67P/Churyumov-Gerasimenko a modo de satélite artificial e incluso lanzó un módulo -Philae- a la superficie del mismo, y terminó en septiembre de 2016, cuando la hicieron colisionar con su cometa. Sin embargo, aún sigue haciendo ciencia: envió a tierra miles de imágenes que se siguen analizando.
Gracias a Osiris, se concluyó en 2015 por qué 67P tiene esa peculiar forma parecida a un pato de goma: está formado por dos cometas independientes que chocaron a baja velocidad en el sistema solar primitivo. También constataron, a través del instrumento Rosina, la existencia de ingredientes clave para el origen de la vida, como la glicina, un aminoácido que suele encontrarse en proteínas, y fósforo, un elemento fundamental del ADN y membranas celulares.
Ahora, los investigadores han centrado sus análisis en un registro de imágenes de dos años de la superficie del cometa, que abarca su aproximación al sol, el desarrollo de la actividad, alejamiento del sol y recesión de dicha actividad.
La geomorfología del cometa ha permitido establecer regiones y en las de Seth y Ash se vieron derrumbamientos de cordilleras y en la de Khonsu, desplazamiento de grandes masas rocosas: una roca de más de 20 metros de lado, con un peso equivalente en la Tierra de 250 kilos, se movió unos 140 metros, señala el CSIC.
Luisa María Lara, investigadora del CSIC en el Instituto de Astrofísica de Andalucía y firmante del artículo en Science, detalla que previsiblemente esto se debió a eventos explosivos ocurridos por el calentamiento de la superficie y subsuperficie que produjeron un chorro de gas y polvo de duración corta, pero de alta intensidad.
Osiris también mostró la prolongación en 30 metros de la fractura de más de medio kilómetro de largo que existe en el cuello del cometa -su parte más fina y que se supone es la unión de los dos cometas que lo forman-. Además, se vieron nuevos resquebrajamientos en paralelo a esta fractura.
Según Lara, puede deberse a que cuando el cometa pasa cerca del sol su período de rotación aumenta y ocasiona tensiones en esa región.
En Imhotep se desvelaron estructuras circulares similares a otras que aparecieron y desaparecieron en otra región (Hapi). "Es como una obra de teatro. El telón está echado, pero en cuanto se acerca al sol el cometa desvela sus secretos y cuando se aleja, si bien algunos cambios son perennes, muchos los vuelve a ocultar dejando un panorama muy similar al que había antes del perihelio", resume Lara.
Insiste en que los cambios resultan locales y no afectan a los grandes accidentes geográficos, es decir, a su peculiar forma de pato de goma, lo que indica que su orografía se fraguó en una etapa anterior en la historia del cometa.
Éste vivió en su pasado un período de actividad mucho más intenso del documentado por Rosetta. De Osiris se han analizado entre el 30 y 40 % de las imágenes; quedan muchas, aunque las grandes conclusiones ya están publicadas, apunta Lara, quien recuerda que conocer los cometas es conocer nuestro sistema solar: sus hielos retienen lo que hubo y ocurrió hace 4.500 millones de años.