Todo buen gallego se conmueve con dos conocidísimos lemas que han hecho famosos unos supermercados: 'vivamos coma galegos' y 'e se chove, que chova'. En 'Lo que arde' los protagonistas viven como gallegos del rural. El tiempo pasa lento, en cocinas de leña, mientras su modo de vida agoniza. Si ellos aceptan la destrucción de su entorno -¡qué bien suena el fin del mundo cuando lo rueda Laxe!- como para importarles que llueva. Para cuando escampa, el espectador ya no quiere abandonar la sala.
La historia cuenta cómo se quieren y cuidan una madre y su hijo. Benedicta y Amador hablan lo justo -el guion cuenta solo con 40 páginas- y se hacen preguntas cuyas respuestas no llegan nunca. "¿Por qué tenía que venir a visitarme?", "¿qué pueden traer de bueno los turistas?" Suele pasar que lo importante se quede por decir y que flote en el aire igual que las partículas de ceniza tras los incendios.
Oliver Laxe es hijo de gallegos, nació en la diáspora francesa. Es uno de los niños mimados de Cannes que ha premiado sus tres primeros largometrajes. Tras rodar este retrato del mundo rural, se ha quedado a vivir en él. Es el único habitante de Vilela, la aldea en la nació su abuela, en la que rodó la película y en la que ha pasado el confinamiento. Allí revive sus veranos de infancia reconvertido a ganadero, desbrozador, apicultor solitario y promueve un proyecto de desarrollo rural para devolver esa zona de Os Ancares lucenses a la vida.
'Lo que arde' se rodó con un presupuesto de un millón de euros. La coreana 'Parásitos', que recibió el Óscar a mejor película internacional el año pasado, contaba con casi diez millones igual que 'Dolor y Gloria' de Almodóvar que se quedó a las puertas. Que la cinta gallega estuviera presente en Hollywood sería una forma de ilusionarnos en medio de tanta decadencia. Ojalá caiga la nominación. Maloserá.
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