El museo Guggenheim de Bilbao cumple el próximo jueves día 18 quince años de existencia, un periodo en el que el edificio diseñado por Frank Gehry se ha convertido en un icono de la arquitectura y en el símbolo de la transformación urbana de la capital vizcaína.
Bilbao era a primeros de los noventa una ciudad que se recuperaba de una durísima reconversión industrial. Habían caído los grandes altos hornos y Vizcaya necesitaba orientar el futuro de su economía. La idea de levantar un museo Guggenheim en Bilbao -en Europa solo había uno en Venecia- se le ocurrió al Gobierno vasco que presidía entonces Jose Antonio Ardanza y a su consejero de Cultura, Joseba Arregi, apoyados desde la Diputación vizcaína.
Tuvieron que vencer bastantes reticencias, la primera, que costó veinte mil millones de pesetas de la época, 120 millones de euros. La segunda, que en una sociedad gris y fabril pocos veían el arte contemporáneo como un revulsivo económico. El compromiso para construir el edificio se firmó el febrero del 1992 en Nueva York. El arquitecto elegido fue Frank Gehry. Desde que fue inaugurado el 18 de octubre de 1998, su diseño exterior de curvas y titanio se convirtió en una obra de arte en sí misma con un éxito arrollador. En su interior, dividido en tres pisos, el protagonismo es para el limpio y altísimo atrio y para la sala principal que alberga de manera permanente la "Serpiente" y el resto de enormes y torcidas planchas metálicas de Richard Serra.
La "Serpiente", formada por tres chapas de acero curvas y paralelas de 30 metros de anchura por cuatro de altura, en cuyo interior juegan niños y mayores, es quizás la obra artística más importante del museo. Además, cuenta en su colección permanente con obras de Mark Rhotko, Willem de Koneing o Anselm Kiefer, pero sin duda, lo más atractivo del centro, edificio aparte, son sus exposiciones temporales. La muestra inaugural, en 1997, trajo a Europa lo mejor del Guggenheim de Nueva York, con obras de las vanguardias del XX como Picasso, Matisse o Mondrian y figuras del arte contemporáneo como Bacon o Jackson Pollock.
Desde entonces las exposiciones temporales del museo han combinado las muestras ortodoxas dentro del arte contemporáneo, con exposiciones de Rauschenberg, Cristina Iglesias, Chillida o Mark Rothko, con otras criticadas por los puristas pero con una popularidad indiscutible.
Entre estas últimas han destacado las dedicadas a los vestidos de Armani, a las motocicletas o a la historia del arte chino. Sea por la arquitectura o por el arte, lo cierto es que el museo de Bilbao ha recibido durante todos esos años un millón de visitantes anuales, con plena regularidad. Tal riada de gente, muchísimos extranjeros, ha concedido a Bilbao una enorme proyección internacional, a la vez que la propia ciudad transformaba su urbanismo y abría su mente con la invasión de turistas.
También ha habido en estos años algunas noticias negativas, la primera, que el museo no se libró del terrorismo de ETA: la banda asesinó a un ertzaina, Txema Aguirre, que lo custodiaba unos días antes de su inauguración. La plaza que da acceso al museo lleva hoy su nombre. El resto de polémicas han salpicado de vez en cuando a un museo que solo ha tenido un director, Juan Ignacio Vidarte. Las más destacadas fueron la condena a tres años de su director económico, Roberto Cearsolo, por un desfalco, y una operación financiera con la que el museo intentó especular con el cambio euro-dólar, pero salió mal y supuso unas pérdidas de seis millones de euros.
En los últimos años, al llegar los socialistas al Gobierno vasco, ha habido tensiones con la Diputación de Bizkaia por la reclamación socialista de participar en la gestión del centro. Pero el éxito ha sido que todo el mundo ha querido repetir el modelo "Bilbao", incluidos los propios vizcaínos: hace tres años se presentó un proyecto para construir un segundo Guggenheim en la reserva de la biosfera de Urdaibai, a unos cincuenta kilómetros de Bilbao, una idea aparcada de momento.