En el Museo Romsdal, en Molde, hay una exposición sobre la vida tradicional en esta parte de Noruega. Entre vestidos, pequeñas barcas de pesca o un buzón de correos, una pizarra permite dejar mensajes escritos con tiza. En una ocasión, durante una visita escolar, un niño preguntó qué era aquello. Nunca había visto una en su colegio. Las pantallas digitales han convertido nuestras pizarras de toda la vida en pieza de museo. Literalmente. Al menos, en Noruega.
Tengo claro que nadie va a ir a este museo para ver una pizarra. Pero sí para visitar su colección de casas tradicionales de este rincón de Noruega, la península de Romsdal. Establos, casas familiares, granjas, almacenes..., incluso una pequeña capilla. Todas de madera y gran parte de ellas con el tradicional tepe, tejados con una cubierta vegetal que aísla mejor la vivienda, conserva el calor interior y protege contra la humedad. En los países escandinavos llevan dos mil años con esta práctica de vegetación en los tejados que ahora es lo más moderno y ecológico en muchas ciudades del mundo.
Este museo al aire libre se abrió en 1912. Mucho más recientemente, en 2016, se inauguró el edificio Krona: sala de exposiciones, auditorium, cafetería... De líneas limpias y rectas, enteramente de madera de pino, oscurecida en el exterior y mucho más clara en su interior, es un llamativo edificio que el estudio de arquitectura Reiulf Ramstad Arkitekter ha conseguido, con su acertado diseño, integrarlo sin estridencias en un entorno tan tradicional como el de las casas tradicionales que le rodean.
Y es que la madera ha sido el material fundamental de construcción en Noruega durante siglos. Para las casas, y para las iglesias. Tienen su propio nombre: stavkirke (iglesia de postes de madera). Y uno de sus mejores ejemplos es la iglesia de Hopperstad. Su imponente estructura de madera oscura es claramente visible en una colina de Vik, un pueblo situado junto al fiordo de Sogne, el más largo y profundo del país. Construida hacia 1130, en el final del periodo vikingo, su aspecto actual es fruto de dos reconstrucciones en los siglos XVII y XIX.
Sobrevivió a la ley de 1851 que ordenó que todas las iglesias debían tener capacidad para, al menos, un tercio de la población a la que atendía. Muchas de las 750 iglesias de madera que había en Noruega fueron reemplazadas por otros templos más grandes. Sólo 28 han llegado hasta nuestros días. La segunda más antigua es la de Hopperstad. Ya no se dedica al culto, pero su interior, con pinturas y escrituras en sus paredes, un baldaquín medieval y una pila bautismal, puede visitarse previo pago de una entrada. Rodeada de un pequeño cementerio, muchas lápidas llevan el apellido Hopperstad.
No es madera, sino hormigón el material de la siguiente parada. El mirador de Utsikten (La Vista) es uno de esos lugares de diseño con los que las autoridades noruegas han salpicado las 18 carreteras panorámicas que proponen para recorrer el país. Utsikten está en la ruta de Gaularfjellet (la montaña Gaular). El mirador, una especie de estrella de tres puntas, tiene una parte colgada sobre el vacío. Frente a él, montañas de 1500 metros de altura con sus cumbres nevadas. Y bajo el mirador, un valle y las curvas cerradas de la sinuosa carretera que trepa por la ladera, inaugurada en 1938.
La carretera panorámica de Gaulardjellet termina, o empieza, en Balestrand, donde nos espera un precioso y enorme hotel de madera, el Kviknes Hotel. A orillas del fiordo de Sogne desde finales del siglo XIX, es una construcción de estilo suizo donde han dormido Kirk Douglas, Toni Curtis, Janet Leigh o el emperador Guillermo II de Alemania, al que pilló aquí el comienzo de la Primera Guerra Mundial. El hotel tiene un restaurante en el que vale la pena hacer una parada para comer con inmejorables vistas sobre el fiordo.
Siguiendo hacia el norte desde Balestrand camino de la ruta panorámica de Geiranger, es obligado detenerse en el Briksdalsbreen (Glaciar del Valle de Briks), igual que hacen cada año casi 300.000 turistas. Una pequeña caminata nos lleva hasta la base del glaciar. El color azul del hielo es intenso y contrasta con el gris de la montaña por la que baja y el verde de las aguas del lago en el que desemboca.
Estamos a menos de 300 metros sobre el nivel del mar y la lengua de hielo forma parte del glaciar Jostedalsbreen, el mayor de la Europa continental con sus 500 kilómetros cuadrados. Aquí vemos sólo una pequeña parte, no por ello menos impactante. Cuando nos situemos frente al glaciar es importante imaginarlo llegando hasta las aguas del lago y con una anchura muy superior a la que presenta ahora. Así estaba hace poco más de diez años. Antes de irse vale la pena entrar en el Briksdalsbree Mountain Lodge, junto al aparcamiento, para ver las fotos de la evolución del glaciar en los últimos 25 años.
Nuestra última parada nos lleva del fiordo al cielo en cuatro minutos. Es el tiempo que tarda el teleférico Loen Skylift en recorrer su kilómetro y medio de longitud para situarnos a 990 metros de altura. Inaugurado en 2017, su cafetería y su mirador exterior nos regalan soberbias vistas. A nuestros pies dos fiordos en un verde valle entre montañas con sus cumbres nevadas. Azul, verde y blanco. Es Noruega en estado puro.
GUÍA PRÁCTICA PARA EL VIAJE:
La visita al Romsdal Museum cuesta 100 coronas (10.5 euros). Gran parte de su recorrido es al aire libre. Está en las afueras de Molde. La entrada a la iglesia de Hopperstad, en Vik i Sogn, cuesta 70 coronas (7.3 euros). El acceso al mirador de Utsikten (como todos los miradores) es gratuito. Para llegar al glaciar Briksdalsbreen el acceso es gratuito, aunque se puede hacer la mitad de la caminata en un Trollcar, unos coches descubiertos con conductor que te evitan la mayor pendiente. Para adultos cuesta 230 coronas (24 euros) y la mitad los menores o si sólo hacer la subida.
El teleférico Loen Skylift (en Loen) cuesta 505 coronas ida y vuelta (53 euros), aunque es recomendable consultar su página web porque hay tarifas familiares y no abre todos los días. Los aeropuertos más cercanos a estos lugares son los de Bergen (vuelo directo) y Molde (con escala en Oslo), a los que llegar desde España con vuelos de Norwegian.