Las primeras gotas de lluvia y la previsión de chaparrones a partir de las 21.00 horas han obligado a las principales procesiones de la capital a recogerse antes de tiempo, lo que ha impedido el encuentro del Cristo de los Alabarderos con María de los Siete Dolores y ha deslucido el estreno de las andas del Cristo de Medinaceli, que por primera vez ha sido llevado a hombros y no desplazado con ruedas.
A la hora y cuarto de arrancar y ante el amago de lluvia, las cuatro principales procesiones que recorren en centro de Madrid han decidido recogerse, bien volviendo a sus puntos de partida o bien buscando cobijo en algún otro templo. El Cristo de Medinaceli, la procesión que más fieles atrae, ha podido exhibir poco tiempo sus nuevas andas, que ante el peso del trono (2.400 kilos) recién restaurando pieza a pieza, ha sido llevado por 126 anderos, hombres y mujeres.
Tras salir puntual, a las 19.06 minutos, desde la Basílica del Cristo de Medinaceli de los Padres Capuchinos, los anderos ya contaban con avanzar solo unos metros, hasta la calle Cedaceros, ya que la previsión de lluvia a partir de las 20.00 horas podría dañar la talla anónima sevillana de finales del siglo XVII.
Y poco después de esa hora, a las 20.15, han comenzado a caer las primeras gotas de lluvia, justo cuando los 126 anderos lograban milimétricamente girar 180 grados el trono y emprender el regreso a la Basílica, adonde ha llegado una hora después seguido por la imagen de la Virgen de los Dolores y justo cuando comenzaba a caer la lluvia más intensamente. La misma decisión de recogerse han tomado las otras tres procesiones que habían partido a las 19.00 la del Cristo de los Alabarderos, la de María de los Siete Dolores y la de Jesús del Perdón.
El Cristo de los Alabarderos salía alrededor de las 19.10 horas por la Puerta del Príncipe del Palacio Real, en presencia de la hermana del rey emérito y tía del rey Felipe VI la infanta Margarita, y del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Este Cristo, que habitualmente se encuentra en la Catedral Castrense de la calle Sacramento, es trasladado dos días antes del Viernes Santo al Palacio Real, ya que esta imagen está muy vinculada a la Guardia Real.
De hecho, guardias reales escoltan el paso durante la procesión, los nazarenos visten los colores de este cuerpo -azul y rojo-, y junto a ellos suenan los pífanos y tambores de la Guardia Real. Tras recorrer la calle Bailén y pasar por delante de la Catedral de la Almudena, la procesión del Cristo de los Alabarderos ha avanzado por la calle Mayor con intención de llegar a la plaza de la Villa, donde tradicionalmente se encuentra con María de los Siete Dolores, encuentro que este año no ha podido producirse.
La amenaza de lluvia inminente ha hecho que el Cristo de los Alabarderos ni siquiera regresara al Palacio Real, sino que buscara refugio en su casa habitual, la Catedral Castrense, donde ha tenido que ser introducido de rodillas y con gran dificultad por los 34 anderos, debido a la altura de la cruz, mientras sonaba el himno nacional para despedir a la imagen.
María de los Siete Dolores también ha tenido que acortar su recorrido y apenas ha podido llegar desde la Parroquia de Santa Cruz, en el número 6 de la calle Atocha, hasta el Monasterio de las Jerónimas del Corpus Cristo (Las Carboneras), donde las monjas de clausura han cantado una Salve a la Virgen. La talla de los Siete Dolores, que se realizó después de la Guerra Civil, lucía durante la procesión el manto que estrenó en 2015 y que fue confeccionado en Perú, con bordados del sol, la luna y las estrellas en alegoría al eclipse y alineación que, según la Biblia, tuvieron lugar en el momento de la muerte de Jesucristo.
La otra procesión que ha decidido regresar a su lugar de origen, la Iglesia del Santísimo Cristo de la Fe (en el 87 de la calle Atocha), ha sido la del Jesús del Perdón, un paso que también es sacado e introducido con gran dificultad de su templo y que este año lucía imagen recién restaurada durante seis meses. Antes de regresar, no obstante, el paso ha parado ante el Convento de las Trinitarias, desde una de cuyas ventanas le han cantado las monjas.