A Camarón de la Isla, "tímido y humilde", le "sacaba de quicio" verse "deificado". Quizá por eso no le hubiera importado que, veinte años después de su muerte, no exista ni un museo ni una fundación que guarde su memoria, conserve su legado y evite que el tiempo borre la huella de su leyenda.
La huella de Camarón de la Isla sigue siendo buscada por miles de seguidores de todo el mundo, que peregrinan a su localidad natal, San Fernando, para visitar lugares como su tumba o la Venta de Vargas, donde genio fraguó el metal de su voz.
Quienes compartieron la vida con él, como Ricardo Pachón, productor de una docena de sus discos, entre ellos el legendario "La leyenda del tiempo", no entienden sin embargo como "no se ha hecho nada" por un personaje de la categoría de Camarón que "debería estar a la altura de un Jimmy Hendrix, porque se lo merece"."Su legado no se lo ha tomado en serio nadie. Me da muchísima pena porque hay cosas que se van a perder. Es imprescindible que se haga algo para tener un mínimo de conservación", dice, en una entrevista, Ricardo Pachón, el "chef" que cocinó en su estudio la revolución del flamenco de la mano de artistas como Lole y Manuel, Pata Negra, y, por supuesto, Camarón.
El último "lanzamiento" de Universal, fue la grabación del concierto del San Juan Evangelista, el 25 de enero de 1992, una cita que estuvo a punto de suspenderse porque José Monge Cruz, de vuelta de Nîmes, estaba ya afectado del cáncer de pulmón que le había tocado en la "rifa" de cinco paquetes de tabaco, "o más", al día y estaba muy fatigado.
Le esperaron casi dos increíbles e inusitadas horas, pero apareció, y cantó, y el respetable voló en sus melismas de tarantos, bulerías, tangos y fandangos en la que fue la última enajenación colectiva que protagonizó. Luego se dedicó, entre pruebas médicas y visitas a la clínica Mayo de Minnesota, a concluir el disco en el que llevaba inmerso un año y medio, "Potro de rabia y miel", el de la portada de Miquel Barceló y en el que colaboraron, entre otros, el guitarrista que le acompañó en sus diez primeros discos, Paco de Lucía.
El del mejor quejío de la historia grabada del flamenco, y "un hombre terrestre", habría cumplido 62 años el 5 de diciembre y 50 desde que deslumbrara a los señoritos que iban a la Venta de Vargas con su ya bruñida garganta. "No tengo palabras, porque no soy hombre de palabras. Lo único que sé es cantar", dice al final de "Reencuentro" este "mozart de la voz" que se expresaba a través de la risa y que no venció al enemigo que le acechaba pero sí al tiempo.