Hace ocho meses las aves nocturnas de Madrid se quedaron sin cielo: melenudas,
con cuero y tachuelas, con gafas de pasta, con medias de rejilla y taconazo, con
zapatillas, ejecutivas recién llegadas de la oficina… A todas les clausuraron su centro de
peregrinación del jazz, el flamenco, el rock… El Café Berlín, más de 40 años
como referencia de la cultura madrileña, cerraba sus puertas por la pandemia del coronavirus.
Este fin de semana vuelve a la vida y a programar música en directo.
La ceremonia ha cambiado mucho: gel hidroalcohólico, alfombrilla
desinfectante, medidores de CO2 para comprobar la ventilación… La barra está
cerrada, se sirve en mesa donde recomiendan quitarse la mascarilla solo
mientras se beba. Quince minutos antes del toque de queda, a las doce menos
cuarto, el nido tiene que quedarse vacío. Una hora indecente para un local que
acogía almas hasta las seis de la mañana.
El aforo máximo del Berlín era de 250 fieles distribuidos en sus míticas butacas
de terciopelo rosa. Este viernes se ponían a la venta 70 entradas, el 35% de su capacidad. "¿Salen las cuentas así?", pregunto a Andrés Almada,
alias Pato, el responsable de la sala: "Mira, no compensa económicamente pero sí espiritualmente".
Anoche, Javier Massó, al que Enrique Morente rebautizó como 'Caramelo de Cuba' y uno de los mejores
pianistas de jazz latino del mundo, resucitó por segunda vez el Berlín. A
finales de 2015 esta sala de conciertos sucumbió víctima de la especulación
inmobiliaria. Un magnate indio puso sobre la mesa 23 millones y aquel bonito
edificio abalconado cambió la música por el ruido de maletas. Una cadena
hotelera más. Pero el Berlín resistió, se mudó a 100 metros de la anterior
ubicación. Cinco años después, apenas llegan turistas al centro de la capital. Cuestión
de karma.
Más información en Instagram @gabrielafresan