William Kentridge, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes, es un atípico exponente blanco del arte sudafricano que centra su obra en los horrores de la segregación racial, con una mirada especialmente avergonzada sobre el régimen del apartheid.
Nacido en Johannesburgo (1955), Kentridge se sirve de un extenso abanico de disciplinas artísticas -dibujo, escultura, fotografía, teatro, cine- para retratar la humillación sufrida por la población negra y la tensión aún vigente en muchos sectores de la sociedad de su país.
Su padre, Sydney, fue uno de los famosos abogados defensores de los derechos civiles de las víctimas del apartheid, lo que impulsó a Kentridge a interesarse por la historia de su país y condicionó su polifacética obra.
En 1976 obtuvo el título de Ciencias Políticas en la Universidad de Witwatersrand, precisamente uno de los habituales escenarios de las recientes protestas contra la "descolonización" de la enseñanza en Sudáfrica, y posteriormente estudió durante dos años en la Fundación de Arte de su ciudad natal.
En el inicio de su carrera, Kentridge alternó el diseño de producción de series televisivas con la enseñanza de grabado, etapa en la que desarrolló una técnica propia de animación propia con la que filmó "9 Drawings for Projection" (9 Dibujos para Proyección), una serie de cortos que le valió el reconocimiento mundial.
El largometraje, filmado en película de 35 milímetros, cuenta en nueve pasos la historia del dueño de una mina que se niega a aceptar los cambios sociales y políticos que atraviesa Sudáfrica: un único dibujo de carboncillo que experimenta múltiples variaciones en sus trazos y elabora un discurso narrativo a través de la transformación.
"Mi trabajo es la provisionalidad del momento", definió el propio autor, que mantiene el dibujo de influencias goyescas como principal vehículo expresivo, combinándolo con continuas incursiones en el cine y el teatro.
Una de las más recientes es la obra de marionetas "Ubú y la Comisión de la Verdad", una revisión de "Ubú Rey" de Alfred Jarry en la que, una vez más, airea los crímenes cometidos durante el antiguo régimen de discriminación racial.
Su obra, expuesta en los principales espacios expositivos del mundo -MoMa (Nueva York), Louvre (París) y Albertina (Viena), entre otros-, está particularmente arraigada en su país, aunque intenta abordar de una forma global las humillaciones sociales en un contexto poscolonial.
Una constante que estuvo presente en su primera exposición en España (Málaga, 2012), en la que reflexionó sobre la migración a través del proceso de creación de una serie de tapices de gran formato acompañados de esculturas, collages y dibujos.
Y también el pasado año en Berlín, donde una gran procesión basada en el poema de conmemoración a las víctimas del Holocausto "La fuga de la muerte", de Paul Celen, en la combinó una proyección en cinco pantallas con el desfile de decenas de actores, bailarines y músicos.
En esta exposición, la organización del Martin Gropius Bau de la capital alemana calificó su obra de "inusual", un adjetivo que sirve para describir, de forma general, el compromiso, la técnica y la creación de uno de los artistas más desconcertantes de la vanguardia.