Publicidad
Las Palmas 1-2 Real Madrid
Casemiro maquilla otro ridículo
Nadie podrá negar lo mucho que estorban los partidos fuera de casa en Liga al Real Madrid, un equipo capaz de exhibirse apático entre el colorido y la dicha de Gran Canaria. Con todo y con eso, el balón parado, uno de sus males hace no tanto, le dio el triunfo.
Por @MarioCortegana
No es un falso mito, sino una realidad científica: el bostezo es contagioso. Y lo es más cuando el que inicia la secuencia inspiración-espiración es un ser querido o alguien con quien se empatiza. Por ejemplo, un compañero de equipo. El epidémico aburrimiento entre los de Zidane se evidenció especialmente al poco de iniciarse la segunda parte, cuando las cámaras se chivaron de la incomodidad en el banquillo de Marcelo, aturdido, desnortado en el hallazgo de la mejor posición para no caer en brazos de Morfeo.
Curioso fue que también del banquillo blanco, pero esta vez antes de que acabara la primera parte, llegase el mejor detalle del partido: corrió a cargo de Zidane, de traje, haciendo uno de los controles con los que deleitaba de corto. Que ese gesto sea lo más agradable de los madridistas explica el apretado resultado y retrata el paupérrimo fútbol de los del francés.
El mejor de los visitantes, y no es la primera vez -tampoco será la última-, fue Keylor. En un gran achique suyo a William José en el 10', después de que Modric sufriese unos segundos de trastorno de personalidad y se creyese jugador de Las Palmas, murió el primer gol. Esperaron 14 minutos para contestar los blancos, cuando Cristiano, al que Modric había habilitado, estampó el tanto en Varas. ¿Recuerdan el último mano a mano del que el portugués salió vencedor? El córner, no obstante, acabó en gol. La puso Isco, que cuando no hay que moverse aún puede demostrar su calidad, y la remató un Ramos en modo avión en el área: 0-1.
El Madrid se olvidó de asustar a partir del 29', minuto en el que Varas desvió un disparo de Cristiano a pase de Lucas. Desde entonces, todo fue zozobra y naufragio en el Madrid, un equipo dominado por la dejadez y por la molestia que parece despertar en la mayoría de sus jugadores su profesión. Isco, uno de tantos de esos casos, se fue hacia el banquillo haciendo aspavientos al ser sustituido en el 60' por Kovacic, quejándose de vayan ustedes a saber qué, seguramente de nada relacionado con el haber encerrado otro partido en el cajón de las segundas oportunidades que ha tenido.
De los de blanco, sólo Bale acertó a intentarlo con su cañón, algo desviado y siempre haciendo la guerra por su cuenta. Las claras fueron para Las Palmas, con Keylor saliendo y tapando el tiro de Nili en el 65' o con Casemiro parando con el cuerpo el disparo de una cesión inventada por un árbitro que intentó acercar a los locales adonde parecían no poder llegar pos sus medios. Porque por minutos los canarios se lo creyeron y parecieron el Barça, moviendo el balón de costado a costado, embotellando al rival sin prisa pero sin pausa. Pero faltaba alguien que diese un paso más, el del empate. Y tuvo que ser un exmadridista que se hace mayor a cada gol, William José, el que lo consiguiese en el 87'. Kovacic regaló un balón que acabó con una definición incontestable ante el despiste de Sergio Ramos: 1-1.
Suerte tuvo el Madrid de que el fútbol siga teniendo entre sus cualidades inalterables la de la injusticia. De ahí, y otra vez del balón parado, se aprovechó para llevarse tres puntos tres suspiros después del susto: en el 90', con un cabezazo de Casemiro, pudo celebrar el 1-2.
Mientras Ramos se borraba con una segunda amarilla innecesaria del difícil partido contra el Sevilla, en el que tampoco estará Pepe, el madridismo no quería ni podía encontrar consuelo en la victoria, seguramente porque en su fuero interno empieza a sentir cercanos unos escalofríos premonitorios: el Camp Nou ya asoma en el horizonte.
Publicidad