Champions League
Jugar bien no es lo mismo que saber competir en la Champions
De la derrota dulce del Barça en Múnich al triunfo por inercia del Madrid ante el Leipzig: por qué resistir significa vencer en la Liga de Campeones.
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Barcelona y Real Madrid han protagonizado una semana de contrastes en la segunda jornada de la Liga de Campeones. Los de Xavi sufrieron una derrota dulce en Múnich, mientras que un Real Madrid descafeinado ganó su partido ante el Leipzig. La conclusión es evidente: dominio con balón no es suficiente en Europa, porque competir es otra cosa. Muchos analistas coincidieron en que Barça y Leipzig jugaron mejor que sus adversarios, pero... ¿qué significa jugar bien en el fútbol moderno? Todos los equipos cometen errores, pero los realmente grandes se preparan para fracasar mejor. Competir en Champions League es resistir, luchar durante todo el partido, no venirte abajo tras el 1-0 y, sobre todo, tener contundencia en las áreas. Ser competitivo significa transformar el partido desde el banquillo con los cambios, no sufrir un bajón físico en la segunda parte, impedir que el rival explote anímicamente tus errores en un torneo que penaliza como ningún otro las desconexiones, así como aprovechar los momentos de debilidad de tu oponente.
Mandíbula de cristal azulgrana
Parte de la afición culé celebró perder en el Allianz Arena. El equipo venía de ser goleado en los últimos partidos ante los bávaros (3-0, 0-3, 2-8) y, vistos los antecedentes, progresa adecuadamente: para ganar la Champions League, primero los azulgranas tendrán que recuperar la autoestima en Europa tras los repetidos fiascos recientes. Primer equipo grande y primer pinchazo del Barcelona de las palancas, pero con la certeza de estar de vuelta en la élite continental. No obstante, esta temporada las expectativas están por las nubes y al club se le debe exigir como nunca: ha anticipado pagos futuros e hipotecado su patrimonio para competir por todos los trofeos.
El Barça pudo golear en la primera parte a un Bayern venido a menos y fue Lewandowski, el factor diferencial sobre el campo, quien desperdició las mejores oportunidades. No es preocupante: el polaco firmaría tener ocasiones de gol tan claras en todos los partidos, porque lo normal es que a la próxima las meta. Lo realmente preocupante llegó en la segunda mitad: un fallo de Marcos Alonso y Ter Stegen devino en el gol de Lucas Hernández a balón parado y, apenas tres minutos después, Leroy Sané golpeó de nuevo a un Barcelona desarbolado. El equipo tuvo mandíbula de cristal al primer contratiempo.
No digan suerte, sino ambición
Parte de la afición merengue no salió contenta tras la victoria en el Bernabéu. Si los de Xavi fueron de más a menos, los de Ancelotti despertaron con el paso de los minutos. Sin Benzema y con Kroos en el banquillo, el Madrid ni siquiera tiró a puerta en la primera parte ante un Leipzig que dominó casi todo partido. Como es habitual, Courtois se hizo gigantesco y sostuvo a los suyos ante las acometidas de Werner y Nkunku. Sin embargo, en la segunda mitad el equipo volvió a ser un martillo: los de Carletto han marcado 16 goles y no han encajado ninguno tras el descanso. El pajarito Valverde ya es todo un pajarraco y Asensio se reivindicó desde el banquillo. El Madrid va a agotar las existencias de lo que algunos llaman suerte cuando en realidad quieren decir ambición.
El fútbol es un deporte mental y jugar bien significa hacerlo con el balón, pero también sin él. El Real Madrid ahora mismo es una balsa de aceite: todo le sale bien, sabe aguantar atrás y en las segundas partes es como la gota malaya; su optimismo congénito parece predestinarle al triunfo. Sin embargo, Ancelotti sabe que el camino hacia la Decimoquinta no pasa por actuaciones como la de la otra noche. El Barcelona, por su parte, parece en el camino correcto para volver a lo más alto, pero le queda pulir lo más importante: volver a entender el alma de la Liga de Campeones, que pasa por no caerse al primer envite.
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