El Leganés y el Celta de Vigo empataron a cero en Butarque tras un enfrentamiento con pocas ocasiones de gol en el que el miedo a la derrota pesó más que las ansias de victoria. Los locales llegaban con la salvación virtualmente cerrada pero no certificada y para ello era necesario el triunfo y al día siguiente otro del Sevilla en Girona.
Dicho así sonaba sencillo. El problema es que para empezar a solucionar la ecuación el primer paso era hincarle el diente al Celta, un rival en progresión ascendente que multiplica sus opciones de salvación cada vez que suma. La tarea exigía pues voluntad, abandonar el estado de 'dolce far niente' -expresión italiana que viene a significar 'lo dulce de no hacer nada'- en el que parecía sumido el equipo madrileño durante las últimas jornadas tras alcanzar los 41 puntos.
No le costó hacerlo al Leganés, que asomó del vestuario con frescura. Intenso desde el principio, suyo fue el dominio territorial ante un contrario expectante pero bien situado que pretendía hacer de la tranquilidad su arma. El anfitrión, impulsado por sus alas con los incisivos Nyom y Jonathan Silva, generó incertidumbre por medio de centros laterales al área que intentaban bajar del cielo como buenamente podían los miembros de una tripulación de cabeceadores liderada por En-Nesyri, con Braithwaite o Vesga como auxiliares de vuelo.
No era suficiente para acercarse al gol ante los vigueses, cuyo objetivo era terminar a toda costa los ataques que tuvieran para evitar una contra. De esta manera sus acercamientos más relevantes fueron dos tiros lejanos de Jozabed y Boufal. Ejecutados con más fe que precisión, ambos se marcharon desviados.
Solo un posible penalti por mano del cuadro gallego, que Martínez Munuera decidió no revisar haciendo uso del VAR, subió las pulsaciones de los presentes hasta que llegó el descanso. Y tal como se fue la primera parte, en silencio, volvió la segunda.
Durante veinte minutos apenas sucedió algo reseñable al margen de que los visitantes parecían encontrarse algo más cómodos sobre el rectángulo de juego ante un contrincante en duermevela en el que el más espabilado era el nigeriano Kenneth Omeruo.
Obligado a estar alerta ante la amenaza que siempre suponen dos hombres como Maxi Gómez y Iago Aspas, esa concentración le permitió sacar bajo los palos una vaselina del segundo tras una buena pared al borde del área con el primero. Necesitaba pues un golpe de efecto desde el banquillo Mauricio Pellegrino y decidió darlo remodelando por completo la fachada ofensiva con la retirada de En-Nesyri y Braithwaite por Carrillo y Santos.
Ninguno consiguió deslumbrar a la grada más de lo que lo hacía el sol, cuya fuerza obligó a algunos seguidores a improvisar gorras con los folletos del partido. A medida que transcurría el tiempo aumentaban las opciones de un pacto de no agresión entre los contendientes y si bien es cierto que no hubo relajación, no lo es menos que tampoco se vio ímpetu desmedido.
Sucedió de esta manera lo esperado, un empate que ayuda a los dos pero no termina de solucionar de manera definitiva los problemas de ninguno.