Dos grandes buques insignias del sistema financiero español, Caixabank y Bankia, dieron un paso este jueves declarando su compromiso de unión como si de un matrimonio de dos grandes familias se tratase.
Por un lado, Caixabank, primer banco en activos del sistema financiero español, 369 mil millones en 2019 y con una de las mayores carteras corporativas de España. Cierto es que otros competidores como Banco Santander quedan por detrás en este ranking únicamente por el hecho de que se analiza el negocio nacional. Santander, tras la compra del Popular en 2017, superó ampliamente la cifra de 400 mil millones de activos en su filial española, que redujo rápidamente desplazando su banca corporativa y de inversión a Santander de Reino Unido, y su banca digital (Openbak) a su conglomerado Santander Global Platform.
Por el otro nos encontramos a Bankia-BFA. Imposible hablar de Bankia sin remontarnos al rescate bancario de 2012. Recordemos por un instante 2012. El sistema financiero español se tambaleaba y en el Gobierno de Mariano Rajoy se vio empujado a solicitar una línea de crédito de 100 mil millones, de los que tomo 41 mil millones para sanear el sector financiero. Bankia fue ‘inyectada’ con 22.400 millones mediante la compra de instrumentos de capital por parte del Frob (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria). Esto significó que el Estado, todos nosotros, tomamos entonces una participación en Bankia como accionistas que mantenemos hasta hoy y de la que muchos se preguntan qué pasará si sigue adelante la unión.
"El Estado, nosotros, pasaremos a poseer una participación en Bankia del 61,8% a una participación de alrededor del 14% en esta nueva entidad, mucho más grande por supuesto"
Lo que nos vamos a encontrar tras esta unión es un transatlántico financiero de más de 650 mil millones en activos. El Estado, nosotros, pasaremos a poseer una participación en Bankia del 61,8% a una participación de alrededor del 14% en esta nueva entidad, mucho más grande por supuesto. Ello, en principio, no debería repercutir negativamente en el valor de esa participación que poseemos como accionistas. Al contrario, fuentes del sector estiman sinergias valoradas en el entorno de mil millones de euros por ejercicio por mejoras de eficiencia que supondrían el 40% de la base de costes de Bankia. Mejoras de eficiencia significa menores costes para igual o mayor volumen de negocio, esto es, reducción de plantillas y oficinas se ven ya en el horizonte de esta fusión (no podría ser de otro modo). Las mismas fuentes cifran en tres mil millones los desembolsos que debería realizar esta nueva entidad para poder afrontar esas mejoras futuras, siendo el principal foco de costes las prejubilaciones.
La banca es un sector tradicional en este aspecto y no se esperan despidos no negociados con los sindicatos ni conflictividad laboral. Como en otras de estas fusiones ganarán los empleados que se encuentren cerca de la edad de jubilación, y perderán el resto, con traslados de puestos de trabajo y una mayor carga de trabajo.
Como accionistas que somos, ¿debemos valorar entonces esta fusión como positiva? En primer lugar, para responder a esta pregunta debemos tener en cuenta que ambas familias quieren este matrimonio. Caixabank quiere crecer y consolidarse como la mayor entidad por activos dentro de España. Bankia, sus accionistas, quieren valor y cada vez está más claro que será muy difícil, sino imposible, recuperar la inyección que se realizó en 2012. Téngase en cuenta que la participación en Bankia del Estado, valorada a precio del pasado jueves, se situaba en torno a los dos mil millones de euros, lejos de los 22.400 millones, o de los 19.100 millones si tenemos en cuenta los 3.300 millones recuperados hasta ahora.
"La competencia se resentirá y si es seguida de nuevas fusiones el sistema financiero español podría terminar con tres grandes buques gestionando a su antojo todo el territorio financiero nacional"
Adicionalmente arrastramos desde hace algo más de un lustro tipos de interés muy reducidos, incluso negativos, que hacen muy difícil que el negocio bancario arroje cifras de beneficios que puedan hacer pensar en la recuperación del dinero invertido. Se esperan todavía años de entorno poco propicio para la banca, por lo que una gestión más eficiente de los recursos hará, sin duda, capear mejor el temporal y hacernos pensar, a nosotros accionistas, que quizá algún día recuperemos parte de lo aportado.
Por supuesto, no todo es positivo en esta fusión. La competencia se resentirá y si es seguida de nuevas fusiones el sistema financiero español podría terminar con tres grandes buques gestionando a su antojo todo el territorio financiero nacional. Las presiones políticas serán tremendas y, más que probable, la Comisión Nacional de la Competencia alzará la voz, tímidamente, aunque no es creíble que dé el paso de bloquear esta unión. La menor competencia tiene una víctima, el consumidor final, y teniendo en cuenta que prácticamente todos nosotros somos consumidores de servicios bancarios, esto puede derivar en un encarecimiento de los servicios para la población en general. Este hecho acarrearía un trasvase de recursos hacia un sector que podría aprovechar esta ausencia de mercado con competidores.
En resumen, primer matrimonio después del rescate del Popular en 2017 y todo parece indicar que no será el único. La banca necesita fortaleza para aguantar y la clase política no se cansa de presionar para conseguir estas uniones. Probablemente, la unión nos permitirá recuperar en un futuro una pequeña parte del dinero inyectado en Bankia, pero abre, sin lugar a dudas, un camino peligroso hacia un sector con pocos competidores que podría acabar difiriendo recursos de sectores productivos (trabajadores y empresas) a otros no tanto, reduciendo así la competitividad y la riqueza nacional.
Jon Frías, profesor de Economía en la Universidad Europea de
Canarias