Fabricación sector tecnológico
El sueño de Trump '100% made in USA', lejos de ser una realidad
Detrás de la guerra arancelaria que ha extendido Estados Unidos por todo el planeta está el deseo de Donald Trump de que su país sea autosuficiente en la fabricación de los productos que consume, especialmente los tecnológicos. Pero eso es mucho más fácil decirlo que hacerlo. La realidad es que siguen siendo muy dependientes de los chips, semiconductores y componentes de automóviles que fabrican en el resto del mundo.

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Ya lo anunciaba el propio Donald Trump el pasado mes de enero cuando tomó posesión por segunda vez como presidente de los Estados Unidos: "seremos una nación que vuelva a fabricar". Y desde entonces hasta ahora ha repetido una y otra vez ese mensaje como si fuera un mantra: "que la gente traiga sus fábricas aquí, automóviles, chips, semiconductores,..."
Esa es la justificación que ha utilizado Trump para imponer aranceles a diestro y siniestro por todo el planeta: que lo que se consuma en Estados Unidos esté fabricado o producido en Estados Unidos, y quien les quiera vender los bienes hechos fuera de su frontera, que pague un arancel por ello. Esto, afirma tajantemente el mandatario americano, "generará millones de empleos bien pagados y el país ganará con ello mucho dinero".
Pero la pregunta que todos se hacen, y que nosotros hemos trasladado a diferentes economistas, es si ese sueño tiene visos de convertirse en realidad. "Llevarse una producción de un sitio a otro y pensar que va a seguir funcionando de la misma manera, eso no funciona así", responde Miguel Otero, investigador del Real Instituto Elcano.
Similar opinión tiene el economista Marc Rufé de la Universidad de Barcelona: "eso es como tirar piedras a tu propio tejado". ¿Por qué? le preguntamos. En primer lugar, aclara Rufé, porque es muy poco probable que la fuerza laboral americana tenga la capacidad suficiente a corto plazo de asumir esta demanda de productos tecnológicos sin detener las cadenas de suministros globales. Algo que generaría de inmediato un shock en el comercio mundial.
En segundo lugar está el hecho de que Estados Unidos, desde hace décadas, ha ido cediendo (sobre todo a países asiáticos) la fabricación de los componentes tecnológicos que necesitan sus propios productos. Así, por ejemplo, la producción de chips de última generación requiere de un ecosistema industrial enorme del que, recuerda Miguel Otero, no dispone actualmente Estados Unidos y sí, por ejemplo, China.
Pero más allá de los enormes problemas de logística, cualificación laboral o tiempo disponible para traspasar rápidamente toda esa producción tecnológica a Estados Unidos, existe un problema mucho más evidente y de muy difícil solución: los costes laborales.
Los salarios en Estados Unidos son mucho más altos que los que se pagan en los países donde hasta ahora se fabrican esos chips, recuerda Otero. Y si se intenta replicar ahora la producción de estos componentes en Estados Unidos, el producto final sin duda va a encarecerse de una forma muy considerable. Marc Rufé lo resume con esta sencilla pregunta: "¿estamos dispuestos a pagar 3.000 euros por un iPhone?"
En resumen, que el "sueño americano" de fabricar sus propios teléfonos móviles, sus propios coches, su propia ropa y los alimentos que consumen sus propios ciudadanos no es ni tan barato, ni tan inmediato ni tan seguro como promete Donald Trump.
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