Solo en 2010, el turismo movió a más de 900 millones de personas en todo el mundo. Divisas por la que pugnan absolutamente todos los países del planeta. Ser escenario de un conflicto, por antiguo que este sea, no es obstáculo para acoger al visitante con los brazos abiertos.
"Es verdad que tenemos unas medidas de seguridad, que son importantes para nosotros, mientras no tengamos una paz regional y reconocemos que tenemos un problema interno, pero una vez que pasas el filtro del aeropuerto, entras y sales sin problema", asegura Dolores Pérez Frías, del Turismo de Israel.
"Palestina ha recibido dos millones de turistas, lo que prueba que el Gobierno garantiza la seguridad. Todos los que quieran visitarnos son bienvenidos", cuenta Julud Daibes, ministra palestina de Turismo.
También los hay que de la necesidad hacen virtud. Túnez intenta convertir la Revolución de los Jazmines en un aliciente más para ser visitado. "Va a ser un país definitivamente democrático, porque éramos un pueblo de demócratas, pero nos faltaba la democracia y queremos compartirlo a nivel turístico", son declaraciones de Leila Tekaia, de la oficina turística de Túnez.
Para las naciones golpeadas por la crisis como Grecia, Portugal o Irlanda, el turismo también supone un salvavidas.
Fitur, una de las ferias de turismo más importantes del mundo en su género, es el escaparate ideal para que países con un presente o un pasado traumático muestren su mejor cara.
Ejemplo de ello es Chile, que ha sabido reponerse del terremoto del pasado mes de febrero con arriesgadas ofertas como ir de crucero por el Estrecho de Magallanes. Según los propios chilenos, un auténtico viaje al fin del mundo.