Cambio Climático
La ciencia en retirada: cómo Estados Unidos está perdiendo su presencia en la Antártida
La intervención de Trump en la gestión científica deja la investigación estadounidense en la Antártida al borde del colapso.

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Desde fuera, parece un garaje de una antigua carretera nacional. Paredes de chapa azul y gris y un letrero oxidado con el logo de la NSF, desgastado por el viento y la sal. Pero dentro, el ambiente es distinto. Mientras los científicos comparten información con la expedición Homeward Bound, un programa global que impulsa el liderazgo femenino en ciencia y sostenibilidad, sobre el deshielo y la acidificación del océano, en la cocina alguien hornea un brownie. La Estación Palmer es la única base estadounidense con acceso al océano durante todo el año. Está ubicada en la isla Anvers, en la península antártica occidental. Y, desde su fundación en 1968, ha servido como epicentro para el estudio de los efectos del calentamiento global en la Antártida.
Los datos recopilados en Palmer constatan una transformación alarmante en el ecosistema. Desde 1974, las colonias de pingüinos Adelia cerca de la estación han disminuido en un 82%, pasando de aproximadamente 15.200 parejas reproductoras a cerca de 3.000 en la actualidad. Mientras tanto, los pingüinos papúa han expandido su rango de reproducción hacia el sur, un indicio claro de que el ecosistema antártico está cambiando.
En las aguas próximas, los efectos del calentamiento global son también evidentes. El fitoplancton, base de la cadena alimentaria marina, ha sufrido alteraciones significativas en la Península Antártica Occidental. En el norte de la isla Anvers, se ha documentado una reducción en su biomasa, que afecta directamente a las poblaciones de krill, un pequeño crustáceo esencial para la supervivencia de ballenas, focas y aves marinas, cuya disminución altera el equilibrio del ecosistema. "El fitoplancton no es solo alimento, es el regulador de los niveles de oxígeno en los océanos", advierten los científicos que trabajan en Palmer. "Si colapsa, todo el ecosistema marino se ve comprometido".
Además del estudio de la biodiversidad, Palmer ha sido clave en la monitorización del dióxido de carbono atmosférico y del agujero de ozono. Su ubicación estratégica ha permitido a los científicos medir con precisión la evolución de los niveles de CO₂ y su impacto en la temperatura global.
Pero estos estudios podrían quedar en suspenso.

Recortes y geopolítica: el repliegue estadounidense
El Programa Antártico de Estados Unidos (USAP), que gestiona las bases científicas en el continente, se enfrenta a su peor crisis en décadas. La NSF, golpeada por recortes presupuestarios, ha despedido a numerosos gestores de proyectos. Los científicos ya no tienen interlocutores para coordinar sus investigaciones. "El problema no es solo el dinero, es la estructura que sostiene todo el programa", advierte uno de los integrantes de la estación en declaraciones a WIRED y que prefiere no dar su nombre. "Sin estos gestores, las misiones no pueden organizarse, los proyectos quedan sin supervisión y la investigación se detiene".
El repliegue estadounidense ocurre en un contexto en el que muchos ojos están puestos en la Antártida. China, que ya opera cuatro bases en el continente, acaba de inaugurar una quinta el pasado año. Rusia, por su parte, ha manifestado interés en los recursos naturales. En los últimos años, varios informes han señalado la posibilidad de que existan importantes reservas de petróleo bajo el hielo, lo que ha generado preocupación sobre el futuro del Tratado Antártico y su capacidad para evitar la explotación comercial en la región. Aunque el Protocolo de Madrid de 1991 prohíbe la explotación de recursos minerales en la Antártida, el tratado podría ser revisado en 2048, lo que ha llevado a especulaciones sobre los intereses estratégicos de algunas potencias en la región.
"El Tratado Antártico ha protegido la región durante más de 30 años, pero no es inmutable", señala Klaus Dodds, experto en geopolítica polar. "Si Estados Unidos reduce su presencia, su influencia en futuras negociaciones sobre la gobernanza del continente podría verse afectada".
Ciencia en peligro: los proyectos que podrían quedar en el aire
El desmantelamiento progresivo de la presencia estadounidense en la Antártida no solo tiene implicaciones políticas. La ciencia también está en riesgo.
Además del monitoreo de los pingüinos Adelia y papúa, y fitoplancton, hay otros proyectos que dependen de la financiación del USAP. Los estudios sobre los flujos de carbono en el continente han sido fundamentales para evaluar la capacidad de la Antártida de almacenar carbono en su suelo y su papel en la regulación climática global. Palmer también se ha convertido en un punto clave para la medición del CO₂ atmosférico, un indicador esencial en la comprensión de los niveles de gases de efecto invernadero en el hemisferio sur. Además, la extracción de núcleos de hielo ha permitido analizar las condiciones climáticas del pasado y proyectar escenarios futuros. En el ámbito oceánico, la observación de las corrientes del océano Austral ha proporcionado información crucial sobre su influencia en la subida del nivel del mar. Finalmente, el IceCube Neutrino Observatory, un experimento pionero, se ha dedicado a la detección de partículas subatómicas provenientes del espacio profundo, aportando conocimientos invaluables sobre la física del universo.
Sin financiación, muchos de estos estudios podrían quedar paralizados. Pero el problema va más allá de la falta de recursos: la incertidumbre está acelerando una fuga de talento en la comunidad científica polar. "Cada vez más colegas están aceptando ofertas del extranjero, y algunos ya se han ido", señaló un investigador en declaraciones a WIRED. "Mis estudiantes, que antes veían en EE.UU. el mejor lugar para hacer ciencia, ahora buscan oportunidades en otros países".
Si esta tendencia continúa, Estados Unidos no solo perderá proyectos clave, sino que su papel como referente en la investigación antártica podría debilitarse, mientras otras naciones consolidan su presencia en el continente blanco.
La Antártida nos está enviando señales
El cambio climático no es un problema del futuro. Es una crisis del presente. Y la Antártida es uno de los lugares donde sus efectos se sienten con mayor intensidad.
Los investigadores de la estación Palmer han dedicado su vida a estudiar este ecosistema. Sus gráficos muestran cómo la temperatura del océano está aumentando, cómo el hielo se derrite a un ritmo cada vez más acelerado y cómo los organismos fundamentales para la biodiversidad están desapareciendo. Los datos no dejan lugar a dudas: el planeta está cambiando. Y, sin embargo, la ciencia que nos advierte de estos cambios está siendo desmantelada por decisiones políticas.
La reducción de la inversión en la investigación antártica por parte de Estados Unidos no solo debilita su liderazgo científico en la región. También refleja un cambio de prioridades, una señal preocupante sobre el lugar que ocupa la ciencia en la agenda de un país que ha sido clave en el estudio del clima global.
El futuro de la Antártida no debería decidirse en despachos burocráticos, sino en estaciones científicas, en laboratorios o en los datos que nos dicen lo que está ocurriendo y lo que está por venir.
El continente blanco nos está enviando señales.
La pregunta es si estamos dispuestos a ignorarlas.
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