El 12 de abril de 1936, el entonces presidente de la Generalitat Lluis Companys inauguró, en la confluencia de la avenida Diagonal, paseo de Gràcia y Còrsega, en pleno Eixample, un monumento en memoria del presidente de la primera república, Francesc Pi i Maragall (1824-1901), financiado con una suscripción popular.
El conjunto estaba formado por un obelisco, que los barceloneses prefieren llamar "el llapis" (el lápiz), en su base se instaló un medallón con un relieve de Pi i Maragall, obra de Joan Pie.
El monumento se completaba con la escultura de una mujer desnuda cubierta por un gorro frigio, obra de Josep Viladomat, que representaba a la república.
Así comenzó la historia de un espacio muchas veces reivindicado e inaugurado por presidentes, alcaldes y escultores pero cuyas bases se sustentan en un drama individual y colectivo.
Tal y como ha recordado hoy el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, el 26 de enero de 1939 las tropas franquistas entraron por la avenida Diagonal.
Los vencedores querían su recompensa, así el nuevo ayuntamiento franquista decidió retirar la escultura y el medallón, que fueron enviados a un almacén municipal -de donde fueron rescatados en 1990 e instalados en la plaza Llucmajor, en Nou Barris.
Como la historia es caprichosa y las personas contradictorias, el artista encargado de crear la nueva escultura fue Frederic Marès, convertido en escultor oficial del régimen franquista, quien, precisamente, había quedado en segundo lugar en el concurso convocado por los republicanos para el primer monumento.
En este punto de la narración, el portavoz de la Comisión de la Dignidad, Josep Cruanyes, añade aún más recovecos a lo ocurrido y asegura que la primera escultura de Marès molestó a algunos porque la Victoria era una mujer con el torso desnudo.
La instalación de la nueva y más púdica figura fue el momento que aprovecharon las autoridades para retirar el águila que habían colocado en la cúspide del obelisco, y a causa de la cual el imaginario popular denominada a este espacio la plaza del loro, porque al pobre animal lo habían diseñado "un poco encogido" y porque un rayo inmisericorde lo había deteriorado.
Más o menos, así han ido las cosas hasta que hoy, 75 años después, las autoridades han vuelto al mismo espacio para retirar una estatua. "No tenemos que recordar con orgullo lo que fue una gran derrota", ha asegurado el alcalde de Barcelona quien, sin embargo, no cree necesario que la escultura en memoria de la república deba volver a un espacio que ahora se denomina plaza Joan Carles I.
Resulta curioso, sin embargo, que esta plaza no tiene ningún número. Es un pequeño espacio urbano, en cuyo centro tan sólo se levanta un solitario obelisco, ya que todos los edificios que la rodean están adscritos a algunas de las calles que en él confluyen.
Pero esta no es sólo una historia de presidentes, alcaldes y escultores, algunos de los protagonistas de este drama han querido, con banderas republicanas, ver como retiraban una estatua ante la que sus padres y abuelos fueron obligados a saludar con el brazo en alto. La Victoria de Frederic Marès ha emprendido así un nuevo viaje camino del Museo de Historia de Barcelona, donde se encontrará con otros exiliados de piedra y bronce.