Los testimonios de las personas que prestan su memoria para complementar la historia con documentos y relatos que no se encuentran en los archivos y libros históricos reflejan su capacidad de supervivencia y de resistencia, de superación de momentos traumáticos y de desarrollo de una identidad que les permite conservarse y hacer coherente su ideología con el contexto en que tuvieron que relacionarse y vivir. Reflejan, por tanto, su capacidad resiliente.
La resiliencia posee dos dimensiones diferentes: por un lado, alude a la capacidad de adaptación y por otro, representa la facultad de resistencia, en este caso conectada a la dureza. La recuperación de la memoria histórica constituye en sí misma un acto de resiliencia que comprende su definición en un sentido amplio, es decir que implica ambas dimensiones, elasticidad y dureza.
Además, se extiende hasta el presente, pues en los relatos encontramos el sentido positivo de haber podido superar una situación extrema para poder contarla y mantener una coherencia vital entre la persona que lo cuenta y la que sobrevivió a la represión.
Trabajar con los recuerdos
Recoger testimonios orales y utilizar la memoria como objeto de estudio comporta, no obstante, algunos inconvenientes asociados a la peculiaridad del vehículo de análisis de los hechos: los recuerdos. Las memorias se pueden borrar, modificar o ampliar, y son susceptibles de tergiversar aquello que ocurrió. Al mismo tiempo, representan una herramienta de reconstrucción de los hechos del pasado a través de una mirada del presente.
De esta forma la memoria es un elemento cargado de subjetividad pero con gran capacidad simbólica: recupera aquello que no está presente de manera tangible en la historia pero que tiene un papel esencial en la configuración de identidades e ideologías.
El relato conjunto que se construye, y en el que cada individuo matiza su experiencia y la dota de peculiaridades, constituye la memoria colectiva ignorada durante décadas en función de la transmisión de una única historia oficial. Los relatos construidos de esta manera son diversos y heterogéneos en lo que respecta a las experiencias vividas, las represiones sufridas y las estrategias adoptadas, pero mantienen un elemento común: todos ellos amplían la historia que conocemos y nos muestran un contexto social que, en muchos casos, desconocíamos.
Esta reconstrucción del relato genera, en numerosas ocasiones, controversias sociales y políticas que demuestran que el conflicto sigue latente en la sociedad. Pero la recuperación de la memoria se construye como una alternativa al silencio, un silencio que en muchos casos impide el recuerdo de vivencias pasadas, el desarrollo de estrategias resilientes comunes y la reorganización del recuerdo colectivo que posibilite la (re)construcción de identidades grupales. La presencia de la memoria significa que se brinda la posibilidad de que los testimonios que son rebatidos o no quieren ser escuchados, puedan expresarse y de que esas voces, tanto tiempo calladas, puedan ser oídas.
La democracia permite echar la vista atrás
Superar el pacto del olvido, por tanto, implica asumir que el consenso social de "olvidar" debe ser sustituido por "recuperar", así como la aceptación explícita de que el pasado es diferente a cómo lo relatan las fuentes oficiales y que aquellos que no pudieron participar en la construcción de ese discurso deben ser tenidos en consideración.
La democracia ha alcanzado hoy en día un grado de madurez que permite abordar este objetivo. Reconocer una parte de la historia negada, olvidada o silenciada, implica también significar a aquellos que sufrieron sin ser reconocidos o fueron estigmatizados sin poder restaurar, aunque fuera de manera simbólica, su dignidad o la de sus antepasados.
Pese a que pueda parecer inconveniente recuperar un conflicto que no afectó directamente a muchos de los que hoy conforman la sociedad, la recuperación de la memoria histórica puede facilitar una mayor cohesión social. Escuchar todas las versiones y todos los recuerdos es un síntoma de que la democracia ha alcanzado un alto grado de compromiso con todos sus ciudadanos, sin discursos hegemónicos ni silencios forzados.
Recuperar la memoria es también una forma de cerrar unas heridas que permanecen abiertas desde hace demasiado tiempo, porque poder hablar del pasado sin temor implica que este se puede conocer en el presente sin que ello suponga revivir antiguos traumas y disputas. Además, para quienes pueden o quieren compartir sus recuerdos, hablar de ello es también una forma de superación, de terapia individual que al ser compartida se convierte en colectiva.
Conocer diferentes versiones, escuchar los relatos que han estado ocultos durante décadas no puede evidentemente cambiar lo que ya ocurrió y, además, aquellos que nos lo relatan tampoco lo pretenden. Pero sus recuerdos sí pueden modificar el conocimiento actual sobre la historia, afectando de esta forma al presente y al futuro.
Recordar es un derecho y, para muchos, un deber para poder perdonar y cerrar las heridas abiertas. La recuperación de sus memorias permite, además, que aquellos que se han sentido víctimas, sin poder reclamar o reivindicar su historia, puedan asumir un papel activo en la reelaboración de la memoria colectiva.
Hoy, segundas y terceras generaciones tienen la oportunidad de redactar un nuevo discurso sobre el pasado con la distancia emocional y las herramientas democráticas de las que disponemos, una narración en la que las víctimas y los culpables pueden probablemente adoptar un nuevo significado y en la que la antigua confrontación puede dar paso a una pluralidad de relatos que sirvan para que en el futuro se conozca una historia necesaria y diferente.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original