El comisario jubilado José Manuel Villarejo ha denunciado ante la Audiencia Nacional que en la prisión de Estremera (Madrid) en la que se encuentra desde noviembre de 2017 como principal investigado del caso 'Tándem', está sufriendo torturas, trato degradante, llegando incluso a sentirse "cosificado". Es más, ha afirmado que está preocupado por su vida en una situación que ve comparable a la del periodista saudí asesinado Jamal Khashoggi.
Así lo ha hecho en un escrito, remitido al Juzgado Central de Instrucción número 6 de la Audiencia Nacional, que investiga las actividades presuntamente ilícitas del policía, para solicitar que se adopten las medidas que sean procedentes para proteger su "integridad física y moral".
Se da la circunstancia de que el director de este centro penitenciario acordó la pasada semana intervenir las comunicaciones de Villarejo por el riesgo del uso fraudulento de las mismas y la posibilidad de que este interno filtre datos que pongan en riesgo la seguridad del Estado. La medida tiene una duración de seis meses y después puede ser revisada.
Para Villarejo, es "inevitable" pensar que alguna "autoridad" haya ordenado hacerle "cada día a partir de ahora la vida más difícil en prisión", provocándole algún tipo de "fallo de salud". Afirma que todo el mundo sabe que sufre una arritmia ventricular que "no puede controlar" y más cuando se le "dispara" la tensión "cada vez que alguna información" le afecta "de manera emocional".
"Cuesta cree que en un Estado democrático y de Derecho alguno de sus altos cargos pueda imaginar siquiera la eliminación física de una persona inocente", lamenta, al mismo tiempo que reconoce que en "los últimos días" le ha venido a la mente el asesinato sin esclarecer de Khashoggi, en el consulado de Arabia Saudí en Estambul el pasado 2 de octubre.
Para justificar estas afirmaciones, el comisario jubilado asegura que ha sido objeto de una "tortura psicológica" por parte de funcionarios de prisiones y en especial tras dos 'vis a vis' familiar que tuvieron lugar los pasados 26 de noviembre y 10 de diciembre. "Me he sentido agredido, vulnerable, consciente de que en cualquier momento podía ser atacado físicamente por sujetos grandes, jóvenes, aparentemente fuertes, y en un espacio muy pequeño y cerrado", dice.
En este sentido, cuenta que el primer encuentro familiar fue irrumpido por "cuatro o cinco" funcionarios que poseían, indica, "dispositivos electrónicos de los que se utilizan para recuperar micrófonos que se clavan como chinchetas, así como con raquetas detectoras de metales" para cachearle.
Después -prosigue el relato- fue conducido a la enfermería para que le desinfectaran "dos raspones que tenia en la cabeza" y añade que sus constantes no pudieron ser anotadas porque estaban "disparadas". El ex comisario subraya que en este episodio se sintió "despreciado, cosificado y humillado".