La consecución de la mayoría absoluta en las generales de este jueves parecía el reto más difícil para David Cameron, pero desafíos como un agujero presupuestario todavía en la línea del de España, la perspectiva de la Unión Europea como nuevo elemento de fricción interna, la estabilidad de un gobierno sostenido por una diferencia mínima y la amenaza de presiones territoriales pondrán a prueba el pulso de un primer ministro que había anunciado ya que éste sería su segundo y último mandato.
En su segundo intento, Cameron ha conseguido la hegemonía en el Parlamento que se le había escapado en 2010. Como consecuencia, cuenta con margen de maniobra suficiente para imponer su hoja de ruta sin el filtro de socios minoritarios, un estatus que, a la vez, aumenta su responsabilidad ante una ciudadanía que, como ya había demostrado en 1992, presentaba un elevado grado de voto oculto que ha apostado en las urnas por la continuidad.
Conocida de antemano la duración de la legislatura, varios factores aparecen como los potenciales elementos que definirán el lustro en solitario de Cameron en el número 10. La decepcionante evolución de la lucha contra el agujero presupuestario, que cayó tan sólo la mitad de lo previsto en 2010, obligará a su Gobierno a elevar el grado de austeridad para alcanzar los ambiciosos objetivos fiscales y cuando las próximas generales se celebren en 2020, no habría un segundo partido en el que centrar el voto de castigo.
Además, tendrá la responsabilidad de proteger una recuperación económica que comienza a dar muestras de flaqueza, como mostró el primer trimestre de año, que dejó el crecimiento más ralentizado en casi tres años. Su prioridad, con todo, sigue siendo la resolución del déficit y su promesa de que obtendrá un superávit en el último año de la Legislatura le perseguirá hasta las generales.
El resultado práctico de esta ambición es que necesitará reducir el gasto en términos reales por encima del 2 por ciento al año, es decir, un ajuste superior al de esta legislatura, incluso a pesar de que casi dos tercios del total de ingresos tributarios del Gobierno no subirán: ni el IRPF, ni el IVA, ni las contribuciones a la Seguridad Social, un compromiso que Cameron ha prometido blindar por ley en los primeros 100 días de gobierno.
EL PROBLEMA DE LA UE
Por si fuera poco, el tradicional síndrome Bruselas que tiende a aquejar a los 'premier' conservadores amenaza con convertirse en una dolencia letal para quien esta jornada se ha revalidado como primer ministro, puesto que su compromiso de convocar un referéndum de continuidad podría acabar con la salida de Reino Unido de la Unión Europea, un desenlace de incalculables consecuencias para una economía que tiene en el continente a su principal socio comercial.
Los sectores más eurófobos de su partido no ocultaron sus intenciones en el primer mandato de Cameron, quien tuvo que soportar el escarnio de conspiraciones públicas para forzarlo a organizar una consulta. La UE ya había hecho un importante daño al liderazgo de Margaret Thatcher y el menoscabo sufrido por su sucesor, John Major, ha encontrado continuidad en el actual inquilino del número 10, quien ha visto cómo las únicas críticas del habitualmente favorable sector empresarial proceden, precisamente, de su posición en materia de Europa.
Lejos de comprar tiempo, su intento de cerrar viejas heridas con la promesa del referéndum ha reavivado la agitación, sobre todo porque Cameron no tiene garantizado que sea capaz de obtener las concesiones que espera de Bruselas. Su intención inicial es hacer campaña por la continuidad, pero esta ambición está condicionada por el éxito de sus negociaciones.
Independientemente de cuál sea su apuesta final para una cita fijada, en principio, para 2017, es difícil que el partido consiga aunar una posición común. De hecho, uno de los motivos por los que éste sería el último mandato del dirigente conservador estaría relacionado, precisamente, con el deseo de detener con su marcha el daño interno que la previsible diferencia de posiciones acarreará para los 'tories'.
MAYORIA EXIGUA
No en vano, pese a la gesta de haber incrementado por primera vez desde los años 50 el porcentaje de voto estando en el poder, la mayoría absoluta de Cameron es exigua: cinco diputados, que se elevan hasta casi una decena si se eliminan los representantes de los republicanos norirlandeses del Sinn Féin, que tradicionalmente no toman posesión de sus escaños, y el voto del 'speaker' de la Cámara de los Comunes, imparcial por convención.
Si los años en el poder del último conservador que había logrado la mayoría absoluta representan una referencia, Cameron puede prepararse para un lustro complicado, puesto que su hegemonía es incluso menor que el margen de 21 con el que había contado John Major, quien entre deserciones y elecciones parciales acabó con un ejecutivo en minoría.
Por si fuera poco, su propia admisión de que no será candidato en 2020 ha abierto el debate de su relevo y lo convierte en una versión británica del 'lame duck' que se atribuye a los presidentes de Estados Unidos en sus segundos y, por ley, últimos mandatos. Además, el detalle de que él mismo hubiese nombrado a potenciales sucesores (el ministro del Tesoro, George Osborne; la de Interior, Theresa May; y el alcalde de Londres y desde hoy diputado, Boris Johnson) los expone al criticismo de que cualquier movimiento sea escrutado como una maniobra sucesoria.
PRESION TERRITORIAL
Otro frente abierto para el primer ministro será la presión territorial derivada de un contexto en el que los nacionalistas escoceses se han convertido en la tercera fuerza en Westminster, aupados por una inusitada popularidad tras el 'no' a la independencia. El fantasma de un nuevo referéndum sobrevuela el número 10, sobre todo porque la líder del Partido Nacional Escocés (SNP) no lo ha descartado en caso de que haya "cambios en las circunstancias". Aparte, el año que viene se enfrenta a sus primeras elecciones como candidata, en las que tendrá que defender la mayoría absoluta.
Los demás territorios ya han declarado que quieren los mismos derechos que Edimburgo, lo que pondrá a prueba el talento negociador de un Cameron que, esta jornada, ha querido tender la mano con garantías de la "implementación lo más rápido posible" de la devolución de poderes a los diferentes parlamentos de la unión y la promesa de que Escocia tendrá "el gobierno con las transferencias más potentes del mundo".
Sin embargo, al puzle nacionalista se une la cuadratura del círculo de Inglaterra, bastión conservador y único territorio de la unión que no cuenta con Legislativo propio. Tras confirmar su mayoría absoluta, Cameron avanzó que los avances para las demás naciones británicas se desarrollarán en paralelo a la revisión del principio de 'votos ingleses, para leyes inglesas'.
De esta manera, el premier ha retomado el compromiso reivindicado por él mismo nada más conocerse la derrota de la secesión escocesa el 18 septiembre y advirtió de que "no podría haber una reforma constitucional si ésta no incluye a Inglaterra". "Mi aspiración es mantener al país unido, una nación, un Reino Unido", apostilló, si bien su segundo mandato será crucial para demostrar que más allá del objetivo, tiene la receta para materializarlo.