Los refugiados viajan con sus pertenencias básicas, lo justo para poder sobrevivir y que no pese mucho: una mochila y un flotador por si la embarcación en la que viajan naufraga. A los más pequeños se les puede ver con algún peluche, del que no se separan.
Al día se realizan unos 30 viajes desde Turquía hasta la isla griega de Lesbos. En Turquía, los refugiados se montan en botes de goma mientras las mafias les gritan cómo organizarse, ya que en una misma embarcación tienen que entrar todas las personas que el espacio permita. Cada jornada llegan unas 2.500 personas a Lesbos.
En la misma embarcación viajan familias enteras, ancianos, padres y madres junto a sus hijos. Sus tristes miradas de desesperación muestran la angustia que han pasado huyendo de la guerra. Pero antes de tocar tierra en Grecia, el país vecino, tienen que sortear a los guardacostas turcos. Muchas veces sólo lanzan señales de aviso y hacen que la embarcación se mueva, otras veces incluso disparan al aire.
Quienes viajan en la barca gritan desesperados por una ayuda que esperan encontrar al llegar al viejo continente. Alzan en brazos a sus hijos para mostrar que son familias en busca de una vida mejor. Sin embargo, hasta que la embarcación no toca aguas griegas, los turcos no se retiran.
En cuanto llegan a la isla de Lesbos y pisan suelos su rostro cambia por completo. Sonríen, están contentos y esperan llegar pronto a destinos como Alemania o Francia. Cualquier sitio donde les den una nueva oportunidad. Pero hasta llegar a ese punto todavía les queda un duro y largo recorrido.