El arzobispo de París, André Vingt-Trois, ofició hoy una misa en la catedral de Notre Dame en homenaje a las víctimas del atentado que el viernes pasado costó la vida de al menos 132 personas en la capital francesa.
Las campanas del templo comenzaron a sonar a las 18.15 horas (17.15 GMT) durante quince minutos en los que la plaza de Notre Dame estaba llena de gente que se acercó a dar aliento a los familiares de las víctimas. En los alrededores de la catedral, el silencio y algunas velas y flores acompañaron el acto, aunque la intervención del dispositivo de seguridad recordó pronto que toda manifestación está prohibida con motivo del estado de emergencia decretado por el Gobierno.
Los asistentes mostraron su "apoyo sincero" a las familias de las víctimas. "No tenemos miedo y por eso estamos aquí", declaró la parisina Malzac Michelle. Natalie Lacroix, también parisina, destacó que ese homenaje popular tiene más valor que los que puedan rendir las autoridades.
"Los que estamos aquí fuera somos personas que sinceramente queremos rendir homenaje a los fallecidos y los que están en primer plano son políticos muchas veces responsables de todo", lamentó. "Llevo dos días viviendo en un estado de 'shock', yo sí tengo miedo y profunda tristeza, pero hay que levantarse como le digo a mi gente", añadió. La misa en la catedral de Notre Dame es uno de los numerosos actos de homenaje que se suceden estos días en la capital francesa, tras la tragedia.
Velas, flores, mensajes y cánticos han ocupado los principales lugares de los atentados terroristas del pasado viernes en París, con gente que se congregó de forma improvisada pese a que las autoridades han prohibido las manifestaciones hasta el próximo jueves.
"Hay que demostrar que la vida es más fuerte, que París está de pie. No hay que dejar que el miedo gane, porque es entonces cuando dejas de vivir", dijo Ludovic Mouly, uno de los muchos ciudadanos que se acercaron hasta allí para dejar una vela o simplemente transmitir su apoyo con su presencia.
El lema 'Fluctuat Nec Mergitur' (oscila pero no se hunde), que figura en el escudo de París, pintado bajo un fondo negro en un cartel de una de las esquinas de la plaza por un colectivo de Street Art, resumía el sentir de la población.
Pero a diferencia de los atentados de enero, que afectaron también a una agente de policía y a un supermercado judío y se vieron como un ataque contra varios símbolos de la sociedad francesa, como la libertad de expresión, las fuerzas del orden y la religión, estos últimos han hecho mella personal.
"Te sientes atacada directamente, como parisina y como francesa", explica Camille Divay, de 27 años de edad, ante una oleada de atentados que se cobró al menos 132 muertos y cientos de heridos, y que golpearon dos barrios de moda en la capital y una conocida sala de conciertos.
Los mensajes colocados en los altares improvisados oscilaban entre el pesimismo ("La humanidad desaparece"), la valentía ("Ni miedo ni odio"), la solidaridad con las víctimas ("Una oración por nuestros amigos") y la constatación de que los autores del ataque, reivindicado por el Estado Islámico, "no son musulmanes, sino terroristas".
"Han querido meter miedo a los franceses, que nos retiremos del combate, desestabilizar el país", añade Carole, de 50 años de edad, que no puede evitar tener la duda de que, quizá, la vigilancia de las fuerzas del orden no fue suficiente.
En el bar Le Carillon y el restaurante Petite Cambodge, uno de los primeros escenarios de la masacre, el único cordón de seguridad que quedaba hoy era el reservado por los equipos de televisión llegados para grabar esa solidaridad ciudadana. Como en la plaza de la República y en la sala de conciertos Bataclan, la más afectada, con al menos 89 de los muertos, la gente se agrupaba "por necesidad", decían algunos, porque quedarse en casa querría decir que "han ganado".
"Salimos en enero, salimos ahora y volveríamos a salir", apunta Mouly, acompañado de su mujer y sus dos hijos. Reflejo de la tensión entre los ciudadanos, no obstante, fue la estampida humana que hubo esta tarde poco después, cuando cientos de personas salieron corriendo de la plaza aterrorizada por una circunstancia aún no aclarada y buscó refugio en cafés y calles colindantes.
Pero pese al estado de emergencia decretado por las autoridades ante la magnitud de lo sucedido el viernes, algunos como Carole insisten que aunque se incrementen las medidas de seguridad, no hay que limitar la libertad. Sería, concluye, "dar un paso atrás".