La exorbitante subida del petróleo en 1973 sumerge a Occidente en la recesión más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Una crisis de tal magnitud, que entre otras medidas, se crea un lugar de encuentro limitado a las naciones más poderosas. Primero G-5, luego G-7 y ahora G-8.
Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia son los integrantes del conocido como G8, a los que hay que sumar una representación permanente de la Unión Europea. Un club donde sus líderes se reúnen una vez al año en un ambiente distendido y pueden hablar sin corsés, sin la burocracia que impera en organismos como el Fondo Monetario Internacional.
"Se reúnen un fin de semana en un lugar fácil y agradable, entre ellos, para poder dirimir temas al más alto nivel. No hay reglas escritas y todo lo que deciden es un esfuerzo de coordinación voluntario. No hay ninguna institucionalidad de esto, ni ninguna obligación de que nadie cumpla nada. Es simplemente un pacto de caballeros”, explica Federico Steinberg, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador del Real Instituto Elcano.
Pero por informales que sean estos encuentros, lo que aquí se decide sí tiene consecuencias, ya que estos mismos gobernantes son líderes en los foros más importantes del planeta. Es por ello, que terceros países que últimamente pisan fuerte en la escena internacional, exigen un asiento en un club que se ha quedado pequeño.
"Nos hemos dado cuenta que para resolver los problemas del mundo, hoy, con el G-8, no es suficiente porque en el G8 no están Brasil, China, ni India" añade el profesor Steinberg.
Es por lo que el G-20, que incluye a las conocidas como "economías emergentes" está llamado a eclipsar a un G-8 demasiado exclusivo.