El príncipe Eduardo de Inglaterra, hijo menor de la reina Isabel II, y su esposa, Sophie Rhys-Jones, se han despedido de Gibraltar, tras inaugurar una terraza de la nueva terminal del aeropuerto de la colonia, otro punto conflictivo ya que está ubicada en una zona que España considera ocupada ilegalmente.
Al igual que cuando llegaron el pasado lunes, los condes de Wessex han abandonado minutos después de la una de la tarde la colonia en un avión comercial, en el que también se ha embarcado el ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo.
En su tercera y última jornada en el Peñón, el príncipe Eduardo de Inglaterra y su esposa se han reunido con líderes religiosos locales y han visitado un club juvenil, antes de dirigirse a la nueva terminal del aeropuerto de Gibraltar, situada en la zona de la colonia que España considera ocupada ilegalmente por el Reino Unido.
Aunque fuentes oficiales del gobierno de Gibraltar confirmaron hace semanas que en la agenda del príncipe estaría la inauguración oficial de la nueva terminal, que entró en funcionamiento el pasado 26 de noviembre, y las mismas fuentes indicaron que sólo inauguraría dos salas ya que las instalaciones no estaban completamente terminadas, finalmente los condes de Wessex se han limitado a inaugurar una terraza.
En ella, y en un acto en el que también ha participado el anterior ministro principal del Peñón, Peter Caruana, en cuyo mandato se construyó la terminal, el príncipe ha descubierto una placa dedicada al Jubileo de Diamantes de la reina Isabel II.
Tras la llamativa proyección anoche de imágenes gigantescas de la reina sobre la cara del Peñón y la visita al mirador de la reina, desde el que se contemplan las aguas en las que se ha desatado el conflicto pesquero, el viaje ha concluido así en otro "punto caliente" en las relaciones con la colonia británica, la nueva terminal del aeropuerto.
El edificio, al igual que la pista, está levantado en el terreno que une el Peñón con la Línea de la Concepción (Cádiz), un istmo de algo más de un kilómetro cuadrado de superficie, que quedó fuera de lo que se cedió en el Tratado de Utrecht (1713), que tampoco cedió ni las aguas territoriales de Gibraltar, ni su espacio aéreo.
Londres se lo apropió durante el siglo XIX, aprovechando que España permitió la construcción de campamentos para asistir a la población afectada por una epidemia de fiebre amarilla.