Arriesgan la vida bajo una mole de acero. Se mueven en un angosto espacio entre el fondo marino y el costado del crucero. Los buzos soportan una presión inusual: sobre sus cabezas reposan más de 110.000 toneladas que no dejan de moverse. En seis horas, el buque se desplazó más de 3 centímetros.
"El barco se está deformando por su propio peso", asegura un investigador de la Universidad de Florencia. "Ese es uno de los escenarios que analizamos. El otro es que se mueve como un cuerpo rígido que se desliza sobre el fondo del mar".
A simple vista es difícil apreciar el desplazamiento del buque, por eso, los científicos se sirven de la tecnología más precisa.
"Tenemos dos sistemas", asegura un técnico. "Uno se basa en microondas: el rádar. El otro es un escáner láser".
Un modelo del barco en tres dimensiones ayuda a medir sus movimientos. Por pequeños que sean, obligan a paralizar los trabajos subacuáticos. Una amenaza que va para largo. Los expertos creen que tardarán hasta un año en retirar el barco. Sacar el combustible es lo más urgente. Pero el gasóleo no es la única amenaza ambiental. Pinturas, lejías, mobiliario y restos de comida. Lo que para las gaviotas es un festín, puede ser para el mar una tragedia.