Cuando recibe a un líder extranjero y presume del lujo de sus restaurantes, juega al golf en alguno de sus campos o sorprende a los novios que se casan en sus hoteles, Donald Trump promociona sus empresas. Eso aseguran los fiscales generales de Washington y del vecino estado de Maryland, ambos demócratas, que han demandado al presidente de EEUU por corrupción.
Sostienen que varios gobiernos extranjeros han pagado cientos de miles de dólares a la corporación Trump por estancias en sus hoteles o por el alquiler de espacio en su torre de Nueva York. Y así, alegan, el presidente viola un artículo de la constitución: "Esa cláusula es un muro contra la corrupción. Algo que sabemos de Trump es que entiende el valor de los muros. Pero este no podrá saltarlo ni pasarlo por debajo".
Si la corte federal lo admite a trámite, Trump se enfrenta a un nuevo revés legal. Mientras, su hija se muestra sorprendida por la dureza de las críticas contra su padre: "Hay un nivel de crueldad que no esperaba. Me ha pillado por sorpresa".
Al menos, el presidente ya puede compartir sus impresiones con su familia en casa. El pequeño Barron ya ha terminado las clases y se ha mudado con la primera dama a la Casa Blanca, para alivio de las arcas del Ayuntamiento de Nueva York. Ya no tendrán que gastar 140.000 euros al día en su seguridad.