Christian Morales se ha jugado la vida para salvar a sus cerdos. Nos cuenta que han regresado a la isla de Luzón, Filipinas, para salvar a sus animales, los que todavía están vivos. A pocos kilómetros de distancia, pesca Levy. Sabe que es peligroso pero quiere llevarse algo de comida para el camino. Él también se va. El miedo a una erupción inminente ha vaciado el lago de pescadores.
Christian y Levy forman parte de las 82.000 personas a las que el gobierno ha ordenado abandonar sus hogares. La mayoría de los residentes se dedican a la ganadería y a la pesca, también a la agricultura. Para ellos es una catástrofe. Justo antes de que el volcán entrara en actividad, Jack iba a recoger su cosecha de piñas. Se cubrieron de un lodo espeso que se ha endurecido, nos cuenta. Teme haber perdido toda la cosecha.
Jack intentará quedarse en su tierra, a pesar del peligro, para salvar lo que pueda. Poco, a juzgar por la ceniza que cubre el territorio filipino de Batangas. Salpicados en el paisaje, decenas de vecinos limpian sus patios y tejados. Casi todos han vuelto para alimentar a sus animales.
El gobierno quiere que se vayan y ha desplegado decenas de policías y militares para evacuar a los más reacios. Pero no es fácil. En las últimas horas incluso se han celebrado bodas a tan solo 20 kilómetros del volcán. Como si fuera una atracción y no un peligro. Los expertos han recordado a la población que ya hay grietas en la corteza terrestre, emisiones de dióxido de sulfuro y terremotos, todos síntomas de una erupción inminente.