Boris Johnson se la juega porque esta convocatoria electoral atípica, en Reino Unido no se celebraban elecciones en diciembre desde 1923, es su estrategia para sacar adelante el Brexit el 31 de enero. Johnson busca la mayoría amplia que no tenía hasta ahora para no depender de apoyos ni de pactos con otros partidos, es decir, para no arriesgarse a nuevas pórrogas ni a bloqueos de su acuerdo con Bruselas tal y como sufrió en sus propias carnes Theresa May.
Una de las dudas que han surgido en los últimos días es si realmente Johnson logrará esa mayoría holgada que necesita. Hace apenas dos meses parecía que sí e incluso los sondeos más favorables auguraban que lograría el mayor éxito desde la tercera reelección de Margaret Thatcher en 1987. Sin embargo, en los últimos días, con varios escándalos fundamentalmente centrados en la Sanidad y el rechazo del primer ministro a entrevistas de televisión para no dejar nada a la improvisación, parece que los laboristas recortan distancias peligrosamente. Y claro, hay nervios, muchos nervios.
Otra cuestión a tener en cuenta es que aunque Boris Johnson logre esa mayoría absoluta, el cuento del Brexit no habrá acabado. El Reino Unido entraría en un período de transición para firmar un acuerdo comercial con la UE y evitar el Brexit sin acuerdo a finales de 2020. Aquí surgirían además nuevos problemas, no hay que olvidar que la salida del Reino Unido de la Unión Europea ha reavivado el debate sobre la independencia de Escocia y hay temores de que la frontera con Irlanda vuelva a ser un polvorín.
Si nos ponemos en el peor escenario para los Conservadores y Johnson no logra esa mayoría absoluta podría gobernar en minoría, es decir, seguiríamos en el bucle del Brexit o, lo que le preocupa más, los laboristas buscarían una coalición de la oposición que incluso podría impulsar un segundo referéndum. En cualquier escenario, los retos que planean sobre Downing Street por el Brexit aún tienen mucha tela que cortar.