En el extrarradio de Bangkok, los vehículos se amontonan en las partes más altas de las carreteras en un intento de sus propietarios para salvarlos. Obedecen así al consejo de la primera ministra, Yingluck Shinawatra, de trasladar todas las pertenencias a las partes más elevadas por las posibles consecuencias de su última y polémica iniciativa: la de abrir todas las compuertas en un arriesgado intento por hacer que el agua llegue al mar. Una medida que ha despertado las críticas entre los residentes de las afueras de la capital, que se sienten marginados frente a la protección -dicen- de los habitantes de Bangkok.
Más de 3.000 personas se refugian en el viejo aeropuerto de la capital, que se ha convertido en un centro repleto de tiendas de campaña. "El agua llegó por la mañana a mi casa, y en poco tiempo ya alcanzaba el metro de altura. He tenido que permanecer allí dos días enteros con mis hijos pequeños sin electricidad ni agua", dice esta mujer.
Las inundaciones que azotan al país desde el mes de julio están suponiendo una dura prueba para el nuevo gobierno tailandés, con una cifra de muertos que supera ya los 300 y 9 millones de personas afectadas.