Para recordar tantas protestas contra la discriminación racial en Estados Unidos como hay ahora mismo hay que remontarse a los años 60 y la lucha por los derechos civiles. Las conquistas positivas han sido ingentes desde entonces y todo el mundo en la sociedad estadounidense lo reconoce.
Pero más de la mitad del país -según las encuestas- y la inmensa mayoría de las comunidades afroamericana y latina no solo insisten en que queda mucho camino por recorrer, sino que apuntan a un aspecto en el que se sienten particularmente discriminados. Y les está costando vidas. Es la manera en que los trata la policía.
El de George Floyd solo es el último de los muchísimos casos en que un estadounidense negro sufre un tratamiento por parte de la policía que es extremadamente raro que sufra un ciudadano blanco.
No solo eso.
La inmensa mayoría de los casos acaban sin condena y, con frecuencia, sin siquiera un intento serio de intervenir por parte de las fiscalías públicas.
Ahí está el germen de la rabia que se ve estos días en las calles. Súmenle a eso décadas con esa situación. Siglos, en realidad.
Nadie niega que los afroamericanos cometan delitos. Mi amiga D.V. es capitana de policía. Y no es blanca. Cada vez que nos vemos me repite que sus casos con implicados afroamericanos son muchos más del 14% que correspondería si hubiera una relación proporcional con el porcentaje de población afroamericana del país.
Tienen miedo a que alguien vea en ellos cualquier gesto sospechoso, siquiera una impresión, que dé paso a un encuentro desagradable
También me dice lo mismo T.M., a quien conozco desde hace años y trabaja en el departamento de homicidios –“Jose, si alguna vez tienes un problema en esta ciudad, de cualquier tipo, cualquier problema, tú me llamas y yo me encargo”.
Pero ambos añaden que no les sorprende, porque también los niveles de renta, educación y de oportunidades son tremendamente inferiores en la comunidad afroamericana en relación a la media del país.
Y mucho más si se cuenta solo la población blanca.
A los adolescentes negros, como a tantos otros hoy en día, les encanta vestirse con capucha, los aquí muy populares 'hoodies'.
Mis amigos de la familia H. me explican que cada vez que sus hijos salen de noche siempre les insisten: si entras a comprar algo no te olvides de sonreír y sacar las manos de los bolsillos para que estén visibles. Tienen miedo a que alguien vea en ellos cualquier gesto sospechoso, siquiera una impresión, que dé paso a un encuentro desagradable. Y el joven negro tiene más posibilidad de salir perdiendo.
En realidad lo que se está diciendo es que las vidas negras importan tanto como las blancas
Las familias blancas rara vez tienen que pasar por eso. De lo que se quejan los afroamericanos es que pagan un precio que no pagan los blancos. Y que cuando las cosas se ponen feas con la policía y con la justicia en general siempre se les aplica un rasero más duro.
Eso se llama discriminación. Es su mera definición. No hay forma de considerarlo otra cosa.
Que un policía se sienta capaz de arriesgar innecesariamente la vida de un detenido -de cualquier color- incluso mientras le graban en vídeo no indica necesariamente el modo en que actúa la mayoría de policías. Pero sí la confianza de los que están dispuestos a hacer daño. Y esos casos los suelen sufrir con mucha más frecuencia y peores consecuencias los afroamericanos.
Si hoy parece repetirse más no es probablemente porque ocurra con más frecuencia sino porque ahora, a veces, sí hay imagen en vídeo.
Hoy se clama en las calles “black lives matter”, “las vidas negras importan” pero en realidad lo que se está diciendo es “las vidas negras importan tanto como las blancas”. Ese era el sueño de Martin Luther King en 1963. 57 años después el sueño no se ha cumplido. De ahí la acumulación de rabia.
Los casos se siguen repitiendo en una situación parecida a la impunidad.