Asesinos en serie

'El Monstruo de Florencia', el asesino en serie que mutilaba las vaginas a sus víctimas y sigue 'suelto'

Cadáveres profanados, cuerpos mutilados, sectas satánicas, príncipes muertos, una red de 'voyeurs'... 'El monstruo de Florencia' atemorizó a la Italia de los años 80 con sus asesinatos. Un sangriento misterio que sigue sin resolverse.

Entrevista con Beatriz de Vicente

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"Si el infierno fuera un lugar, sería dentro de nosotros". Con esta convicción, Dante se adentra en las ardientes profundidades del más allá. No le preocupa lo que allí pueda encontrar: el sufrimiento, el miedo, la oscuridad humana... no solo habitan en el aterrador orco, sino que también están presentes en nuestra mundana existencia. En nosotros y entre nosotros. Porque a las sombras que nos carcomen por dentro se suman otras 'sombras' que vagan por la negra noche del alma. Estranguladores, profanadores de cadáveres, sádicos homicidas, macabros asesinos en serie... La crónica negra está repleta de sanguinarios personajes entre los que un nombre sobresale por encima del resto: Hannibal Lecter. "Uno del censo intentó hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti". Pero es ese posterior aullido seseante de 'El Caníbal' el que clava en el corazón el frío puñal del miedo. Y si Lecter, un personaje de la ficción, es capaz de generar tal desasosiego, ¿qué decir del que fuera su 'maestro' de carne y hueso? Esta es la historia de uno de los mayores asesinos en serie de la historia: 'El Monstruo de Florencia'.

— En ese olivar tuvo lugar uno de los asesinatos más espantosos de la historia de Italia. Un doble homicidio cometido por nuestro Jack el Destripador particular. (...) Le puse un nombre. Lo bauticé 'il Mostro di Firenze', el Monstruo de Florencia.

— Hábleme del Monstruo de Florencia.

— ¿Nunca ha oído hablar de él?

— Nunca.

— Me sorprende. Casi parece… una historia americana. (...) Vi a Thomas Harris en uno de los juicios tomando apuntes en una libreta amarilla. Dicen que se inspiró en el 'Monstruo de Florencia' para crear el personaje de Hannibal Lecter.

En estos términos presentan a 'il Mostro' el escritor estadounidense Douglas Preston y el periodista italiano Mario Spezi en el libro 'El monstruo de Florencia: Una historia real'. Una narración que recorre las pistas e incógnitas que envuelven la investigación de este caso real de asesinatos múltiples y que acabó con la expulsión de Preston de territorio italiano y con el encarcelamiento de Spezi.

Más del triple de víctimas que Jack el Destripador. Más sanguinario que 'El vampiro de Düsseldorf​'. Incluso se llegó a decir que 'El Monstruo de Florencia' era el mismo Zodiac, uno de los asesinos en serie más reconocidos de la crónica negra. Lo cierto es que, aunque el caso es mucho menos sonado que los mencionados, tanto el número de víctimas como las mutilaciones 'post mortem' de 'il Mostro' son escalofriantemente sorprendentes.

¿Cómo actuaba 'El monstruo'?

Los crímenes de 'El Monstruo' se identifican por su particular y grotesca marca personal: cortaba la zona genital de la mujer y se la llevaba. Un macabro proceder que hizo que el miedo poseyera a la gente de Florencia: un asesino en serie andaba libre entre ellos. Y las denuncias de todo tipo no tardaron en llegar: mujeres que alertaban de sus maridos o exmaridos, madres que decían que sus hijos eran el autor de los crímenes, hijos que echaban la culpa a sus padres.

El 'modus operandi' de este asesino era siempre el mismo. Llegaba despacio, sin hacer ningún ruido, hasta el vehículo en el que estaba la pareja, de noche, y luego, de repente, iluminaba el interior del coche con una linterna. La luz fuerte e inesperada deslumbraba y sorprendía a las víctimas. Era entonces cuando 'El Monstruo' aprovechaba su indefensión para disparar. Además, primero asesinaba al hombre y, acto seguido, arrastraba los cadáveres de las mujeres lejos de sus parejas para profanarlos con un cuchillo.

La habilidad con la que 'El Monstruo' cortaba estas partes del cuerpo femenino llevó a la hipótesis de que se trataba de alguien que trabajaba con instrumentos cortantes, como un cirujano, un ginecólogo o un taxidermista. Aunque también corrió con fuerza la teoría de un dogmático sacerdote. Pero, aun después de tanto tiempo, los investigadores siguen sin tener una idea clara ni de quién era, ni de por qué mataba, ni del motivo por el que seccionaba las partes púbicas del cuerpo femenino. Todo siguen siendo teorías.

Desde la Newsletter de Antena 3 Noticias hemos hablado con la abogada penalista y criminóloga Beatriz de Vicente para intentar comprender cómo funciona la mente de un asesino de estas características. "¿Qué motiva a un asesino en serie? ¿Por qué alguien decide acabar con la vida de una persona detrás de otra? ¿Qué había detrás de los asesinatos del conocido como 'El Monstruo de Florencia'?" se pregunta ella para a continuación explicar que, "en realidad, nunca se ha podido responder a esa pregunta, pero los especialistas en la depredación humana han conseguido identificar distintas motivaciones y son de lo más diversas. 'El Monstruo de Florencia' acababa con ellos de una forma rápida, pero con ellas se entretenía. Tenía una importante actividad 'post mortem' sobre sus órganos genitales y eso es lo que llamamos violencia expresiva, aquella que no es necesaria para realizar el delito, que excede a lo necesario".

De Vicente explica que "la mutilación de los órganos sexuales se conoce como cópula simbólica. El sujeto que la realiza habitualmente tiene una importante disfunción eréctil y, ante la incapacidad de mantener el miembro viril eréctil, lo sustituye por un palo, una navaja, un cuchillo. Cada una de las heridas que abre son como orificios naturales y la sangre que emana de ellos, vamos a decir, como la lubricación natural de una entrada corporal. Es una cópula cruel y bestial que sustituye a una cópula natural. En ocasiones ni siquiera hay una violación o una agresión sexual, sino que se erotiza la destrucción de los órganos sexuales".

40 años después, exhuman al Monstruo

La historia de 'El Monstruo de Florencia' es uno de los grandes misterios de la crónica negra italiana. En 17 años mató a 16 personas, pero nunca se llegó a saber realmente la identidad del asesino. Ni siquiera si actuaba solo o si había varios 'monstruos'.

Mucho se ha dicho y escrito sobre este caso. Casi cuarenta años han pasado desde la última vez que actuó 'El Monstruo', pero la investigación sigue abierta. Tal es así que ahora, este pasado viernes 27 de septiembre, fueron exhumados los restos mortales de uno de los principales sospechosos de ser este macabro personaje.

Se trata del cadáver de Francesco Vinci, que murió carbonizado en 1993. Originario de la isla de Cerdeña, fue arrestado en agosto de 1982 como sospechoso de ser el autor de los dobles crímenes. Su relación amorosa con Barbara Locci, una mujer casada y conocida como 'la abeja reina', le llevaron al punto de mira de la Policía.

Barbara fue asesinada junto a otro de sus amantes en 1968, trece años antes de que empezara a hablarse del Monstruo, y su marido confesó por aquel entonces ser el culpable (aunque luego se desdijo). Pero los investigadores que están tras la pista del monstruo florentino recibieron en 1982 una carta anónima que les hizo echar la vista atrás sobre este antiguo caso: a la pareja le dispararon con una beretta del calibre 22, precisamente el arma con la que actuaba el asesino en serie.

A pesar de las fuertes sospechas que recaían sobre él, Vinci fue liberado un año más tarde de su detención. ¿El motivo? Mientras él estaba en la cárcel, una pareja de turistas fue asesinada a las afueras de Florencia. El crimen tenía la firma del Monstruo.

Diez años después de aquello, en agosto de 1993, los Carabinieri encontraron un coche al que habían prendido fuego. Dentro, dos cadáveres carbonizados, uno de los cuales es identificado como Francesco Vinci. Además, presenta signos de tortura. Su funeral se celebró casi un año más tarde, solo después de que un informe forense certificase que efectivamente eran sus restos.

No acaba ahí la historia de Vinci. Su mujer aseguró que había visto a su marido vivo tras ser declarado muerto y, ahora, a pesar de lo que dijeron en su día los forenses, la Fiscalía ha aceptado la petición de la viuda. Los restos ya han sido desenterrados del cementerio florentino de Montelupo y falta comprobar su ADN para verificar si realmente pertenecen o no a los de Francesco Vinci, uno de los principales sospechosos de ser 'El Monstruo de Florencia'.

16 muertes con su firma

En total, al 'Monstruo de Florencia' se le atribuyen dieciséis víctimas mortales repartidas en ocho asesinatos dobles, todos ellos en las inmediaciones de la ciudad italiana de Florencia. No obstante, del primero de ellos, el de 1968, no se tiene la certeza de que fuera cometido por él -aunque ciertos y relevantes detalles lo relacionan directamente con el caso-.

  • Antonio Lo Bianco y Barbara Locci (21 de agosto de 1968, Signa)
  • Pasquale Gentilcore y Stefania Pettini (15 de septiembre de 1974, Borgo San Lorenzo)
  • Giovanni Foggi y Carmela Di Nuccio (6 de junio de 1981, Via dell'Arrigo)
  • Stefano Baldi y Susanna Cambi (6 de octubre de 1981, Campos de Bartoline)
  • Paolo Mainardi y Antonella Migliorini (19 de junio de 1982, Montespertoli)
  • Horst Meyer y Uwe Rush (9 de septiembre de 1983, Giogoli)
  • Claudio Stefanacci y Pia Rontini (29 de julio de 1984, Vicchio)
  • Nadine Mauriot y Jean Michel Kravechvilj (8 de septiembre de 1985, Scopeti)

Casi 20 años separan el primer del último crimen que llevan su firma. Ahora bien, los hechos que llevaron a hablar por primera vez de un asesino en serie, de un monstruo, fueron los de 1981. A continuación te contamos toda la cronología de esta oscura y triste historia que ensombreció a Italia y que estuvo protagonizada por un sádico monstruo de carne y hueso.

Aparece 'Il Mostro di Firenze'

El 6 de junio de 1981, el periodista italiano Mario Spezi presume que va a ser un día tranquilo. Pero la paz con la que amanece ese día la ciudad de Florencia no tarda en dar paso a un desasosiego que cubrirá la ciudad durante décadas. Era sábado, de ahí que al redactor de 'La nazione' le sorprenda la llamada que recibe. Algo ha ocurrido, no entre las empedradas callejuelas florentinas, sino en un lugar apartado, en las colinas. Allí va Spezi, a la Via dell'Arrigo, empujado por su instinto de periodista.

En aquel sendero de tierra que atraviesa un olivar, y bajo un solitario ciprés, un coche. Spezi, que es de los primeros en llegar a la escena del crimen, ve dentro del vehículo a un joven. Parece dormir, como él mismo dirá en artículos y entrevistas posteriores: tiene los ojos cerrados y su cabeza descansa en la ventanilla. Pero al fijarse bien, unos pequeños detalles delatan la presencia de la muerte: unos cristales rotos, la palidez del rostro del joven y una pequeña marca negra en su cabeza, un círculo negro en la sien no mucho mayor que un lunar.

A unos diez metros del coche hay una chica tendida en el suelo, completamente desnuda salvo por una fina cadena de oro colgada al cuello. A diferencia del joven, sus ojos azules están abiertos, pero en ellos tampoco hay vida. El cuerpo tiene los brazos en cruz y las piernas abiertas, por lo que Spezi inmediatamente se da cuenta de que el cadáver ha sido profanado: la zona púbica, la vagina de aquella chica, había desaparecido. Con un cuchillo de hoja sumamente afilada, alguien se la había seccionado.

Las víctimas son Carmela di Nuccio y Giovanni Foggi. Ella, 21 años; él, su novio, 30. Han pasado la noche en la discoteca local antes de ir a dar un paseo por las montañas para estar solos. Son los años 80 e Italia sigue siendo un país de marcado carácter religioso donde las relaciones prematrimoniales no están bien vistas. Carmela y Giovanni, como tantos otros jóvenes florentinos, buscaron esa noche del 5 de junio un lugar apartado en el campo en el que hacer el amor en su vehículo. Pero alguien les sorprendió en su romántica soledad.

Es ya en la mañana de ese 6 de junio de 1981 cuando un policía fuera de servicio descubre los cuerpos de los dos jóvenes amantes. Y Spezi no duda en cómo llamar al responsable de aquella escena: "Il Mostro di Firenze" ("El Monstruo de Florencia").

Una vid en la vagina

El propio Giovanni Marello, forense que acude a la escena del crimen, reconoce que están perplejos por la furia del ataque, especialmente por la violencia ejercida sobre la chica. Ese ensañamiento, unido a la zona solitaria donde ha tenido lugar el ataque, lleva a los investigadores a establecer una conexión con un asesinato todavía sin resolver que sucedió siete años antes.

El 15 de septiembre de 1974, en una zona apartada al norte de Florencia, dos jóvenes que habían estado haciendo el amor en un coche fueron asesinados. Pasquale Gentilcore y Stefania Pettini fueron encontrados sin vida en el campo justo a la salida de la ciudad. Y hay más puntos en común entre aquel caso de 1974 y este de 1981: otra vez el asesino no solo parece no tener un móvil, sino que también ha mutilado a la mujer.

Aquel suceso tuvo lugar cerca del río Sieve, en Borgo San Lorenzo. El 'modus operandi' era muy similar: la pareja, después de estar en la discoteca, había ido a un lugar apartado con el coche. Además, los casquillos que se encontraron eran los mismos que los utilizados ahora en junio de 1981: de una beretta del calibre 22.

Con esas balas el asesino disparó y acabó con la vida de la pareja. Después, arrastró el cuerpo de Stefania unos metros y le infligió numerosas cuchilladas: hasta 96 contaron los forenses, especialmente en la zona de los pechos, del bajo vientre y del pubis. Y no contento con aquello, en la zona de la vagina le introdujo una rama de vid.

La Florencia de 1981 no tarda en inquietarse por el impacto de la noticia de la posible conexión entre ambos casos, pero la investigación da un giro que hace respirar aliviada a sus gentes: un hombre conocido en la ciudad por espiar a las parejas ha sido arrestado y se le acusa de los asesinatos.

'El Monstruo' saca a la luz a los 'indiani'

El asesinato de Carmela y Giovanni enseguida lleva a los agentes a pensar en un mirón, uno de tantos que en las noches florentinas de aquellos años merodeaban esas colinas equipados con prismáticos, cámaras y micrófonos en busca de su presa: parejas que daban rienda suelta a su amor. Entre olivos centenarios y viñedos que dan algunos de los vinos más afamados del mundo se apostaban los 'indiani', lo que en España llamaríamos 'mirones'. Toda un entramado organizado de 'voyeurs' que el caso de 'El Monstruo' saca a la luz.

Se reúnen en la 'Taverna del Diavolo', una pequeña tasca bajo la apariencia de 'ristorante pizzeria' que está subiendo la colina y en la que estos 'indiani' hacen sus negocios: por un lado, el 'puesto', es decir, alquilar un sitio cerca de donde se sabe que van a parar coches y desde el que hay una buena panorámica; por el otro, la reventa de esos sitios, gente que cede su 'butaca' a cambio de un fajo de billetes. Y a ellos se les suman los chantajistas, 'indiani' que van equipados para fotografiar a gente destacada de la sociedad florentina para que después les compren su silencio.

En medio de ese contexto, los agentes detienen a uno de estos mirones, Enzo Spalletti, conductor de ambulancias al que se le vio cerca de ese solitario ciprés donde ha actuado 'El Monstruo'. Él repite que es inocente e incluso su mujer le defiende: asegura que, por paradójico que parezca por su profesión, se desmaya al ver la sangre. Pero esto no impide que ingrese en Le Murate ('Los Emparedados'), la antigua cárcel florentina. Seguramente él es de los pocos en la ciudad que se siente aliviado cuando le llega el periódico a la celda y lee que el asesino ha atacado de nuevo.

Se confirma que es un asesino en serie

Mientras los Carabinieri tienen a Spalletti en el calabozo pensando que han atrapado al asesino, 'El Monstruo' vuelve a actuar. Es el 6 de octubre de 1981, también un sábado y apenas cuatro meses después del caso que dio pie a la investigación y nombre al asesino.

Stefano Baldi, de 26 años, y Susanna Cambi, de 24, cenan en la casa de los padres de ella. Están prometidos y se van a casar en pocos meses. Después de cenar van al cine, tras lo cual se escapan a la soledad del campo, a los Campos de Bartoline, justo a la salida de Florencia. Pero no estaban solos.

El ataque se parece demasiado a los asesinatos anteriores: primero les disparan y luego la chica es arrastrada a otro lugar, donde profanan su cadáver. Tiene, al igual que en el caso anterior, los brazos en cruz y le han extraído la vagina con un cuchillo de idénticas características.

Además, el carabinieri que se topa primero con la escena horas después del crimen se encuentra junto a la puerta del vehículo un extraño objeto, una especie de tronco de madera de color negro, pulido y con forma de pirámide de base hexagonal. Una pirámide negra que, años más tarde, desatará todo tipo de conjeturas.

Los investigadores ven claro que han detenido al hombre equivocado y dejan a Spalletti en libertad sin cargos. Un paso atrás... Pero los Carabinieri encuentran pruebas cruciales en la escena del crimen: casquillos de bala del calibre 22 iguales a los encontrados en los dos ataques anteriores. Se confirma entonces que están ante un asesino en serie.

Un enloquecido sacerdote seguidor de Savonarola

Se extiende por Florencia la noticia de que hay un maníaco suelto y el miedo no tarda en hacer acto de presencia. Tanto la Policía como los medios reciben multitud de cartas avisando de que el monstruo era tal o cual persona.

Y en medio de ese delirio colectivo, empieza a circular por la ciudad una teoría que involucra a un predicador italiano del siglo XV, Girolamo Savonarola. Este dominico florentino causó terror en la Firenze de su época y la prensa saca a la palestra a un hipotético sacerdote enloquecido seguidor de Savonarola y que ataca a las parejas justo en el momento del acto sexual, en el instante en el que, según los predicados del religioso, cometían un pecado mortal antes del matrimonio.

Bajo su hábito marrón, Savonarola predicó entre sus fieles que el fin del mundo estaba muy cerca, que llegaría en forma de aterradoras enfermedades que diezmarían a la población. Y, casualidad o no, paralelamente a sus apocalípticas palabras, una pandemia de sífilis inundó la ciudad y que los exploradores habían traído del Nuevo Mundo. Los hechos estaban ahí: aquel monje era un profeta y el fin de los tiempos iba a llegar.

El fin del mundo no llegaba y su férrea inquisición llevó a los florentinos a pasar penurias. A tal punto llegó la repulsa que generó su persona que sus propios fieles derribaron las puertas del monasterio en el que vivía y se llevaron a Savonarola. Lo torturaron durante semanas para, finalmente, atarlo a una cruz con cadenas y quemarlo en vida. Una inquietante historia con un trágico final que muchos florentinos del 1981 pensaron que había inspirado a un sacerdote seguidor de este monje que, bajo la piel de juez eclesiástico, hizo estremecer a las gentes del Renacimiento.

La psicosis se apodera de la ciudad

Es ya la tercera pareja asesinada al pie de las montañas que rodean Florencia. Siete años entre ese primer ataque de 1974 y este de octubre de 1981 sin que la Policía italiana haya avanzado significativamente en el arresto del autor de los crímenes. 'El Monstruo de Florencia' vuelve entonces con fuerza a los titulares y la ciudad se llena de carteles con un ojo a modo de advertencia.

Unos jóvenes aseguran que han visto en esa zona de los Campos de Bartoline, hacia la medianoche, un coche conducido por un hombre. Y lo describen: cara contraída, poco pelo, ojos pequeños... Lo suficiente para hacer el primer retrato robot, que acentúa el delirio florentino. No solo se genera un pánico que hace mella en el inconsciente colectivo, sino que una especie de psicosis inunda la ciudad y lleva a sus vecinos a tener extrañas ideas sobre la identidad del asesino, el cual, no cabe dudas para todos, es alguien de una inteligencia superior capaz de engañar a la autoridad misma.

Todo el mundo cree haber visto al Monstruo y todos se vuelven sospechosos. La Policía toma cartas en el asunto y acordona ciertas zonas frecuentados por los jóvenes con sus coches con un precinto en el que puede leerse "Prohibido aparcar de siete de la tarde a siete de la madrugada. Razones de seguridad".

'El Monstruo' deja con vida a la víctima

En ese ambiente de pánico social y zonas acordonadas, se crea una escuadra especial para dar con 'El Monstruo'. Pero van pasando los meses sin conseguir dar con la persona que hay detrás de él. Llega entonces el verano de 1982, fecha de fiesta para una Italia que iba a lograr esos días el Mundial de Fútbol de España '82. Sin embargo, emborronando ese momento de alegría, una sombra vuelve a aparecer.

19 de junio de 1982. En un camino justo a la salida de Florencia, en Montespertoli, unos motoristas que pasan informan de lo que al principio creen que solo es un accidente de tráfico. El conductor de la ambulancia, Lorenzo Allegranti, es el primero en llegar al lugar de los hechos y en el coche encuentra a Paolo Mainardi y Antonella Migliorini, novios desde la infancia y las últimas víctimas del Monstruo.

Paolo, de 22 años, ha sobrevivido al ataque. Esta vez, las víctimas vieron cómo se acercaba su atacante y el chico puso en marcha el coche e intentó escapar dando marcha atrás. Lo arrancó, pero la mala suerte hizo que las ruedas traseras se metieran en una zanja y que rodaran sin que el coche pudiera avanzar.

El asesino demostró sangre fría: primero disparó a las luces y luego le disparó a él. La chica salió huyendo del coche y 'El Monstruo' la persiguió hasta acabar con su vida. Pero su ataque no trascurrió según lo planeado: estaba cerca del pueblo, en un lugar visible, así que, en lugar de profanar el cadáver, abandonó del lugar.

Al huir apresuradamente de la escena, 'El Monstruo' obvió un detalle crucial: Paolo sigue con vida. Los investigadores ven un rayo de esperanza y esperan que el joven, aunque está en estado crítico, sobreviva y les ayude a resolver el caso. Esa mínima oportunidad no tarde en desvanecerse: Paolo muere sobre las 4:00 horas de la madrugada sin poder revelar nada sobre su asesino. Aun así, los investigadores ven una oportunidad de intentar engañar al asesino y hacer que salga a la luz.

Justo el día después, como posteriormente admitió el propio Spezi, la fiscal del Estado llamó a los periodistas para pedirles un favor: publicar una historia falsa en la que se dijera que la víctima había dicho o visto algo sobre el asesino. Se esperaba así que 'El Monstruo', al leer la historia, pueda cometer un error. Y así fue.

Solo han pasado unos días desde el funeral de Mainardi y Lorenzo, el conductor de la ambulancia que vio a Paolo agonizando, recibe de madrugada una llamada mientras duerme -llamadas que seguirían llegando, en tono amenazante, a pesar de la protección policial que se le puso-. "¿Qué dijo Mainardi?", escucha al otro lado de la línea. Parece que la historia falsa en la que se narra a un Paolo agonizante que ha descrito a su atacante ha logrado provocar la reacción del Monstruo.

Una carta anónima que lo cambia todo

Es entonces cuando surge una pista que cambia por completo el rumbo de la investigación. Una pista que llega en forma de carta anónima, escrita con letras recortadas de diarios y que va acompañada de una página de un periódico antiguo. Una historia, la de un asesinato como tantos otros que cayó en el olvido. En esa misiva, un mensaje claro: "¿Por qué no miráis el asesinato de 1968?".

21 de agosto de 1968. Hace ya 14 años, pero los investigadores buscan en los archivos policiales y descubren que el caso tiene un sorprendente parecido con los asesinatos del Monstruo: también a la salida de Florencia y en un lugar solitario, una pareja fue asesinada a tiros en su coche. Aquellas víctimas eran Barbara Locci, una mujer casada, y su amante, Antonio Lo Bianco. De hecho, la chica era conocida entre sus vecinos como 'la abeja reina' por la cantidad de amantes de tenía.

Varios disparos. Primero por la ventana del conductor, la del hombre; después por la de Barbara. Los investigadores inmediatamente pensaron en un crimen pasional y detuvieron a Stefano Mele, el marido celoso de la mujer, que aseguró haber sido el asesino de la pareja. Aunque cambió su versión al poco tiempo alegando que otra gente le había obligado a confesar, fue declarado culpable y condenado a cárcel.

Lo que más sorprende a los investigadores de este caso de 1968 es que a Barbara y Antonio les dispararon también con un arma del calibre 22. Los expertos forenses examinan entonces los casquillos de bala. Para ello utilizan un microscopio comparativo y analizan las características particulares que el percutor del arma ha dejado en los casquillos. Las huellas microscópicas que imprime en la bala al dispararse son únicas para cada arma. Los resultados son reveladores: todas las balas fueron disparadas con la misma pistola.

Todos estos asesinatos, separados por 14 años, han sido cometidos con la misma arma, por lo que el punto en común tiene, por fuerza, que ser la pistola homicida, una beretta del calibre 22. Y eso quiere decir que alguien del entorno de la Barbara Locci, alguien de su círculo, tenía esa pistola.

La pista sarda

Las autoridades empiezan a tirar de ese hilo, lo cual les conduce a otro amante de Barbara: Francesco Vinci. Conocido matón de la zona, tenía fama de violento, de querer aparentar ser un hombre muy macho a quien le gustaba hacer alarde de su virilidad ante las mujeres. Proviene de Cerdeña, de ahí que a esta línea de investigación se la conozca como 'la pista sarda'.

Los agentes piensan que, esta vez sí, han dado con 'El Monstruo'. Y nuevas pruebas vienen a reforzar sus ya de por sí sólidas sospechas: días después de la muerte de Paolo Mainardi y Antonella Migliorini se encontró un coche abandonado en el bosque y su dueño resulta ser Franceso Vinci.

'El Monstruo' comete un error

Pero la historia parece repetirse una y otra vez y, mientras los Carabinieri tienen a su principal sospechoso bajo custodia, se comete un doble asesinato más. El propio Spezi llegará a decir que, esa noche, cuando llegó a la escena del crimen, vio a los policías y magistrados realmente conmocionados, ya que estaban totalmente convencidos de que 'El Monstruo' estaba en la cárcel, de que Francesco Vinci era el Monstruo.

Era el 9 de septiembre de 1983. Horst Meyer y Uwe Rush, dos turistas alemanes, recorren Europa en una furgoneta Volkswagen azul claro tan característica de la época hippie. Han llegado a la Toscana, a una Florencia que ya había empezado a perder el miedo a un Monstruo que llevaba más de un año sin actuar. Esos precintos policiales en zonas peligrosas han sido arrancados y muchos de los carteles de advertencia con el ojo han caído al suelo sin que nadie los devuelva a su sitio. En uno de esos campos precintados es donde acampa la pareja.

Es finales del verano del '83 y la sintonía de Blade Runner suena en todas partes. Al parecer, Horst y Uwe se habían dormido en la furgoneta con esta música de Vangelis puesta en bucle gracias a un sistema que ellos mismos habían ideado para que la cinta volviera a reproducirse. Y en medio de esa estampa, una sombra aparece en la ventanilla superior de la furgoneta.

'El Monstruo' les dispara unas veinte veces, tras lo cual golpea la puerta del vehículo y entra. Pero no todo transcurre según lo previsto. Al ir a dar la vuelta a los cadáveres, descubre que lo que él pensaba que era una joven, es en realidad un hombre, un estudiante alemán. Su pelo largo, rizado y rubio le han despistado. Quién sabe si decepcionado o lleno de ira, 'El Monstruo' abandona el lugar sin profanar ningún cadáver.

La prensa publica entonces que el asesino en serie florentino ha empezado a matar al azar, pero la hipótesis policial es más racional: opinan que la motivación principal para cometer el asesinato no es la muerte de la víctima, sino la mutilación posterior. De ahí que, al ver que ambos eran hombres, 'El Monstruo' no ha sentido el más mínimo interés por completar su ritual.

'El monstruo' se vuelve más salvaje

La investigación de la 'escuadra antimonstruo' sigue sin curso sin demasiadas novedades y llega el verano de 1984. Otra vez en esos meses estivales, otra vez un doble asesinato. En la tarde del 29 de julio, Pia Rontini, de 19 años, y Claudio Stefanacci, de 21, son asesinados en un lugar llamado 'La Bosquetta'. Estaban prometidos.

Al ver que no vuelven a casa pasada la medianoche, sus amigos van a buscarlos, sabían dónde solían ir a esas horas. Efectivamente, allí están, muertos. Ellos también han muerto a causa de los disparos de una beretta del 22, pero esta vez la mutilación ha sido aun más salvaje.

El joven está tirado de espaldas en el coche con varios orificios de bala y ella ha sido arrastrada a unos treinta metros del vehículo. El rito es siempre el mismo: el asesino quita la zona púbica femenina. Pero 'El Monstruo' innova, puede que por la decepción de que en sus dos últimos actos no haya podido llevarse el trofeo deseado. Apuñala a Pia, le extirpa la vagina con el cuchillo y algo algo nuevo que no se había visto hasta la fecha: mutila los pechos de la joven.

La muerte del marqués Roberto Corsini

Por esos días ocurre algo que pasa de puntillas, casi desapercibido entre los titulares del nuevo ataque del Monstruo. La extraña muerte de un príncipe florentino, el marqués Roberto Corsini. La gente que conoce a este miembro de la decadente nobleza lo describe como un personaje curioso, un hombre taciturno que prefiere la soledad y que solo busca la compañía de su círculo más cercano.

Corsini, que viene de una importante familia de Florencia venida a menos con el paso del tiempo pero que todavía conserva terrenos, desaparece el 19 de agosto en una de sus fincas mientras está con unos amigos. Estos van a buscarlo y, por el camino, encuentran pruebas: un árbol con sangre, unos prismáticos... Y más adelante, el cuerpo boca abajo del marqués. Al darle la vuelta al cadáver, ven que tiene la cara destrozada por un disparo.

El carácter reservado y hosco de Corsini le había ganado sospechas de ser 'El Monstruo'. Incluso corría el rumor de que en su palacio podía tener escondido restos mutilados de las mujeres a las que mataba.

La opinión pública piensa que por fin se ha desvelado la identidad del Monstruo, pero un año después el asesino vuelve a actuar. Este no podía ser Roberto Corsini.

Envía una carta con un trozo del pecho de la víctima

Tras el crimen de julio de 1984, el miedo vuelve a sobrevolar Florencia y en todas las tiendas y bares hay carteles que instan a los jóvenes a evitar las zonas aisladas, a no ir solos en automóvil a estos peligrosos lugares de las afueras. Pero no todos entienden el peligro que acecha.

En septiembre de 1985, concretamente el día 8, los turistas franceses Nadine Mauriot y Jean Michel Kravechvilj están de vacaciones en la Toscana. Acampan en un bosque de Scopeti. 'El Monstruo' introduce cuchillo uno de los laterales de la tienda y va cortando la tela. Dispara a la pareja y ella muere al instante, pero él se las arregla para salir y escapar. Sin embargo, presa del pánico, corre en el sentido equivocado. Si lo hubiera hecho en la otra dirección, habría llegado a la carretera principal, pero se adentra en el bosque, hacia una zona tapiada y sin salida. 'El monstruo' le da caza: le apuñala en el estómago y le corta el cuello.

Una persona que buscaba setas, guiada por el fuerte olor, encuentra los cadáveres de la joven pareja. El informe posterior del forense señala que la tienda ha generado un microclima, que los cuerpos están en un avanzado estado de descomposición. La joven francesa tiene la cara negra y llena de gusanos.

Poco después, 'El Monstruo' envía una carta a Silvia Della Monica, fiscal del Estado. Nuevamente, está escrita con recortes de periódicos, y en su interior hay un trozo del pecho que le había cortado a la víctima, Nadine.

Ya van catorce víctimas confirmadas, dieciséis si se tienen en cuenta los asesinatos del '68, y los florentinos empiezan a perder la paciencia, entre asustados y frustrados, con una investigación que no ha conseguido dar con el asesino. La opinión pública está muy agitada e incluso la Policía pide ayuda a través de los medios por si alguien tiene cualquier tipo de información. 'El Monstruo de Florencia' se había convertido en una mancha de sangre negra para Italia que nunca antes se había visto en la historia criminológica del país.

¿Se descubre la identidad del Monstruo?

El inspector Ruggero Perugini se pone entonces al mando de la investigación. Admirador del FBI, enfoca la búsqueda desde una nueva perspectiva. Se inicia entonces un enorme programa de indagación entre los delincuentes locales utilizando para ello los nuevos ordenadores de la Polizia y las bases de datos de la jefatura policial.

Los agentes analizan a aquellas personas con antecedentes penales que estaban en libertad para actuar en los días en los que se cometieron los crímenes. Cotejan las fechas y localizaciones de los asesinatos con los movimientos de los delincuentes que identifican y un nombre surge una y otra vez: fue condenado por asesinato y reside precisamente en el centro de la zona donde 'El Monstruo' mata. Se trata de Pietro Pacciani, está casado, es padre de tres hijos y es jornalero.

En los años 50, cuando Pacciani estaba prometido con una chica del pueblo, la encontró en un coche con un viajante. Los celos le llevaron a matar a aquel hombre: como él mismo dijo en el juicio de 1951, ver a su novia desnuda con otro hombre fue lo que le había hecho asesinar.

Perugini decide interrogar al sospechoso y el detective pronto se da cuenta de que se encuentra ante un hombre astuto e inteligente, con una gran capacidad de manipulación. Tiene más de 60 años y problemas de salud, pero los investigadores tienen la convincente impresión de que el jornalero puede encajar perfectamente con el perfil del Monstruo. Ahora bien, necesitan pruebas para demostrarlo, por lo que la Policía se embarca en una serie de minuciosos registros en casa del sospechoso que se alargaron durante once días con sus noches.

La perseverancia policial acaba dando sus frutos en forma de un cuaderno de dibujo que podría conectar a Pacciani con uno de los asesinatos, el de los dos turistas alemanes. Ese bloc no se puede conseguir en Italia y la Policía descubre que proviene de una tienda de la ciudad alemana de Osnabrück, la misma en la que los dos jóvenes alemanes compraban sus cuadernos. Pero todavía hace falta conectar a Pacciani con el arma del crimen: creen que la pistola del calibre 22 usada en los asesinatos debió perderse o fue robada tras el asesinato de Barbara Locci en 1968 y que, de alguna forma, fue a parar a las manos de Pacciani.

Todo parece encajar al encontrar una bala en el jardín del sospechoso. La Policía forense la analiza inmediatamente y la compara con el resto de balas y casquillos que tiene del resto del asesinatos. El resultado: hay correspondencia y encajan perfectamente. Ese cartucho era de la misma pistola usada en los homicidios dobles del 'Monstruo de Florencia'.

El juicio empieza en abril de 1994 y él mantiene en todo momento su inocencia. "Yo dejo todo a vuestras conciencias. Ya he declarado todo, con cartas y con todo. Siempre he trabajado en aldeas, sin alejarme, y soy inocente, lo juro por Dios. La verdad saldrá y yo rezo noche y día. Un agricultor como yo no tiene tiempo para nada. He dicho toda la verdad", confiesa. El 1 de noviembre se dicta sentencia: "En nombre del pueblo italiano, este tribunal del pueblo de Florencia, sección primera, declara a Pietro Pacciani culpable de todos los casos de los que se le acusa y lo condena a cadena perpetua", lee el juez. Pacciani es llevado a la cárcel de Sollicciano.

No todo encaja

Pietro Pacciani, declarado como la identidad detrás del 'Monstruo de Florencia', está entre rejas acusado de siete homicidios dobles. Pero las autoridades pronto empiezan a cuestionarse si han cogido a la persona correcta. Una controversia que aumenta a raíz de las pruebas halladas en la escena del último crimen, el de los dos jóvenes franceses, que crean serias dudas en torno a la codena del jornalero.

La tienda de campaña en la que fue encontrada la pareja y el microclima que se generó allí dentro hace difícil determinar la hora exacta de la muerte. La Policía afirma que la pareja fue asesinada el domingo por la noche, pero sus estómagos todavía contenían restos de la comida que ingirieron el sábado. Esto lleva a algunos forenses a afirmar que habían muerto el sábado por la noche. Un problema para las autoridades, ya que Pacciani tenía una buena coartada: ese día estuvo en unas fiestas de pueblo donde mucha gente lo vio.

Asimismo, también surgen dudas sobre cómo pudo Pacciani, un hombre de más de 60 años, con un corazón débil (le habían hecho varias operaciones de 'bypass') y que tenía sobrepeso, perseguir a Jean Michel, un chico joven que estaba en forma y que solía practicar atletismo.

Con tantos elementos cuestionados, Pacciani presenta una apelación y la gana: es puesto en libertad. Pero la Policía está convencida de su culpabilidad y no se da por vencida. Vuelven a la casa del jornalero para llevar a cabo otro registro y encuentran la foto de una mujer cuyo pecho izquierdo había sido subrayado con rotulador y cuya vagina había sido marcada.

'Compañeros de merienda'

Entonces la investigación da un giro inesperado y los agentes encuentran pruebas de que Pacciani no actuaba solo. En San Casciano In Val di Pesa, dos de sus amigos, Mario Vanni, un cartero ya retirado, y Giancarlo Lotti, un indigente del pueblo, confiesan haber ayudado a Paccini a cometer los asesinatos. Sus declaraciones son consistentes y encajan con lo encontrado en las escenas de los crímenes.

Vanni, apodado 'torsolo' (el corazón de la manzana, esa parte sin valor que se tira), asegura durante el juicio que es 'compañero de merienda' de Pacciani. 'Compañero de merienda'... Una expresión que en Italia viene a significar 'compañero de pillerías'.

Por su parte, Lotti afirma que ha matado a varias personas durante años. Unos asesinatos que cometió siguiendo los dictados de la secta de la Rosa Roja, una orden que tiene sus orígenes en las raíces de Florencia. Y esas pirámides negras que la Policía ha encontrado en algunas de las escenas parece formar parte de esta nueva teoría. Lotti no revela los nombres de aquellos que les han encargado los crímenes, pero sí que deja un dato aterrador: esas vaginas seccionadas de las víctimas son las hostias de las contramisas satánicas que tienen lugar en el subsuelo de algunas villas de la región.

Ambos son declarados culpables de cuatro de los asesinatos dobles: Vanni, a cadena perpetua; Lotti, a una pena reducida de 26 años de prisión por haber colaborado con la Policía.

Los investigadores están decididos a devolver a Paccini a prisión y la condena a sus dos amigos significa que pueden volver a juzgarle. Están seguro de que, esta vez, podrán demostrar de manera concluyente que era el líder de un grupo de asesinos a sueldo. Pero días antes del juicio, lo encuentran muerto en su casa. Tenía problemas de corazón.

Para algunos, la muerte de Pietro Pacciani deja el caso sin resolver e infinidad de preguntas sin respuesta. Lo cierto es que, desde que la investigación condujo a Pacciani, no hubo más víctimas: 'El Monstruo' no volvió a atacar.

El caso sigue abierto

La lista de sospechosos acusados de ser 'El Monstruo de Florencia' está repleta de nombres. Se habla, por ejemplo, del 'Doctor' Carlo Sant'Angelo, un falso médico forense que deambulaba por los cementerios de noche. O del farmacéutico Franceso Calamandrei, que en 2007 es acusado de formar parte de un círculo satánico que encargaba al monstruo asesinar para obtener partes de cadáveres para sus rituales. Incluso el propio periodista Mario Spezi es encarcelado durante unos días acusado de ser 'El Monstruo de Florencia'.

Pero cada nuevo sospechoso que aparece es absuelto. Muchos nombres, algunos convincentes, otros que parecen dichos al azar. La única certeza de esta dantesca historia es la de la alargada sombra de un Monstruo que tiñó de sangre los campos florentinos y que aún hoy, cuarenta años después, sigue sobrevolando la Toscana.

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