Este año ha desafiado a todos y todo. Theresa May ha liderado las negociaciones para sacar a su país de la Unión Europea sin perder la capacidad de negociar y contra gran parte de su partido. La esfinge de Downing Street, como se la conoce, ha aguantado hasta una moción de confianza. El tiempo corre en su contra, pero ella no pierde su sentido del humor.
La ultraderecha de Salvini llegaba al gobierno de la octava economía del mundo. El líder de la Liga Norte, Matteo Salvino pasaba de figura secundaria a ministro del Interior y comenzaba una lucha denodada contra inmigrantes, los refugiados y las ONGs. Salvini ha calificado el euro de crimen contra la humanidad. Dice que las políticas fascistas salvan vidas.
La eterna canciller de Alemania, Angela Merkel dice adiós. Durante 13 años ha sido la cara del europeísmo y la austeridad. Herida por el populismo contra la inmigración y la desafección de los votantes, deja a su partido huérfano y a una europa menos optimista. A Merkel la criticaron por no ser madre y terminó siendo la de todos los alemanes.
Este año el presidente de Estados Unidos, Donald Trump conseguía el que hasta ahora es su único logro político; Rebajar la tensión con Corea del Norte tras décadas de amenaza nuclear. Una relación que avanza y se estanca por días, dependiendo del humor de ambos mandatarios. Trump pasará el fin de año solo en la Casa Blanca. No ha sido un buen año para Trump enfrentado a un cierre parcial de su administración y amenazado por un impeachment.
Son las caras de los dos hombres más influyentes este año. El presidente chino, el líder más autoritario desde mao y el líder ruso, el nuevo todopoderoso zar. Xi Jingping representa el nuevo imperio económico, Putin una nueva forma de influencia internacional ganada a pulso en Siria y con su estrategia de noticias falsas. El dirigente chino tiene mandato ilimitado, el ruso suma ya un cuarto de siglo en el poder.
En unas horas Brasil será gobernado por el exmilitar de ultraderecha, Bolsonaro. Calificado como homófobo, machista y racista. El país elige a un nostálgico de la diuctadura tras cuatro años de escándalos por corrupción y crisis económica que han llevado al expresidente Lula da Silva a prisión.