Richard Nixon fue después el primer presidente en presentar su dimisión en 1974 para abortar el proceso de impeachment al que estaba siendo sometido cuando el barro del caso Watergate había alcanzado a su administración y a su equipo de campaña, implicado en un caso de espionaje a sus rivales demócratas y en otras argucias electorales. Dicky tricky le llamaba la prensa liberal encabezada por el Washington Post que le trató con rigurosa saña, sin otra intención que la de dejar en la historia la referencia de un personaje político que aglutinara en torno a su memoria todos los males de una democracia que había bombardeado sin descanso a los vietnamitas en la década de los 60, y chapoteaba por las aguas estancadas de la crisis económica y social de los años 70.
"Trump parece situarse por encima o al margen de los procedimientos políticos que dice menospreciar"
Los propios republicanos dejaron que la basura embadurnara el rostro desencajado de Richard Nixon que había asumido la derrota en Vietnam, iniciado la distensión con la Unión Soviética y abierto las relaciones con China para poner un final definitivo y anticipado al maoísmo comunista. La historia contada por los vencedores del establishment, cualquiera que fuera y sea éste, no tuvo piedad y Nixon asumió sin posibilidad de defensa alguna el amargo papel que la había tocado interpretar. No hubo desde entonces, durante 40 años, ni un solo minuto de misericordia. Ni un solo gesto en la opinión pública de compasión.
Seguramente Donald Trump ha valorado junto a su equipo de campaña los efectos implacables del pensamiento dominador. Y los mecanismos que la democracia americana tiene para elegir a las víctimas y a los héroes en su relato de los hechos. Pero su pertinaz intento de hacer posible la inimaginable contra versión de los resultados electorales en 2020 y su irracional agresión al sistema democrático, tachándolo de fraudulento, puede tener consecuencias que descalabren su imagen, si no ha percibido la dificultad que tiene el combatir contra un modo de entender la democracia y la vida, que consiste en aceptar la política y pasar la página correspondiente de la historia, para que su tinta corrosiva no emborrone el resto de la narrativa.
"Una voz quejumbrosa y ronca por los excesos del alcohol y las disputas políticas, se despedía de la sociedad norteamericana atacando a la prensa con rudos improperios y maldiciones contra su iniquidad. Era la voz de Nixon"
Donald Trump parece situarse por encima o al margen de los procedimientos políticos que dice menospreciar. Pero no deja suficientemente claro si es capaz de mostrarse tan firme frente al largo recorrido de la historia cuando twitter se convierta en un antiguo y trasnochado mecanismo de comunicación en menos de lo que canta un gallo. Y cuando una nueva generación quiera comprender cuál fue el fundamento y la naturaleza de su destino, y quiénes fueron los líderes que en el pasado contribuyeron más y de mejor manera a su renovado propósito de permanecer.
En la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, todavía en la década de los 90, se realizaba una actividad práctica en la que los alumnos asistían a la simulación de una rueda de prensa grabada en una cinta de casette. Una voz quejumbrosa y ronca por los excesos del alcohol y las disputas políticas, se despedía de la sociedad norteamericana atacando a la prensa con rudos improperios y maldiciones contra su iniquidad. Era la voz de Richard Nixon, exponente para los estudiantes y futuros líderes del establishment entonces de las miserias de un sistema imperfecto que lo era tan solo por culpa de aquella voz que hablaba, y que atentamente escuchaban. Tomaban apuntes y notas los jóvenes que entonces eran, y que hoy dominan el discurso sobre el cuál se reconstruirá mañana el implacable relato de la historia.
(Podcast de José María Peredo, Catedrático Comunicación y Política Internacional Universidad Europea)