Ha sido cuestión de suerte, o de estar en el momento oportuno. Continuar refugiados en el hotel Ramses Hilton de El Cairo se estaba volviendo cada vez más peligroso. Era jueves, segundo día de los violentos enfrentamientos entre partidarios y detractores de Mubarak. La plaza Tahrir era un campo de batalla entre dos bandos, una especie de abierta guerra civil concentrada en el corazón de la ciudad. Las calles aledañas, como la Avenida Ramsés o la Cornisa del Nilo –en cuya confluencia se encuentra el hotel- eran un territorio dominado por los seguidores del presidente. Violentos. Mercenarios. Algunos, policías de paisano; otros, según nos cuentan, prisioneros liberados de las cárceles. Su objetivo, crear el caos, acabar con la voz de la revolución y hacer imposible el trabajo de la prensa internacional.
Llevaban días amenazándonos. La mayoría de los periodistas de televisión nos alojábamos en el Ramses para estar lo más cerca posible de los puntos de transmisión, que, gajes del oficio, se encuentran en las inhóspitas calles dominadas por los pro-Mubarak. Hay varias empresas en El Cairo que ofrecen servicios de enlace vía satélite, y todas, o casi todas, están en las inmediaciones de Tahrir. En las circunstancias excepcionales que se viven en la capital egipcia, enviar imágenes a Madrid o hacer una conexión en directo se convertían en tareas de riesgo.
Cristina, Daniel y yo nos cuidábamos mucho de salir del hotel con disimulo y cruzar la calle para llegar enteros a Cairo News Corporation. Suena ostentoso, pero es un edificio viejo y sucio, como la mayoría de las construcciones de El Cairo, en el que no nos sentíamos seguros. Entrábamos por la parte de atrás, a través de un garaje en el que el polvo acumulado no dejaba leer la matrícula de los vehículos. Intentar acceder por la puerta principal, en una calle atestada de partidarios de Mubarak, sería un suicidio.
Nuestro destino era la cuarta planta. Al Jazeera y otras televisiones, como la estadounidense ABC, también emitían desde allí. Los pasillos eran un hervidero de periodistas internacionales, de “mentirosos –a los ojos de los seguidores de Mubarak- partidarios de los intereses revolucionarios de esa pequeña minoría egipcia que estaba provocando un golpe de estado en la plaza Tahrir”. Un blanco fácil, para ser claros.
Desde la calle, y a través de las ventanas, los partidarios del presidente nos veían hablar a cámara. Algunos llegaron a burlar, sin demasiadas complicaciones, la escasa vigilancia y consiguieron subir al edificio, obligando a los técnicos a escapar. Luego nos contaron cómo desde la calle, los intimidadores les habían hecho gestos pasando el pulgar bajo la barbilla: les querían cortar la cabeza.
La situación se volvió muy tensa. Incluso también en el hotel. El edificio estuvo rodeado durante horas por los manifestantes afines a Mubarak, que llegaron a lanzar piedras contra las ventanas y amenazaban con entrar en masa en nuestra búsqueda.
Muchos compañeros, pese a la advertencia de la seguridad del hotel, seguían grabando desde los balcones, incrementando minuto a minuto la ira de los violentos. Puerta por puerta, el jefe de seguridad buscó y requisó las cámaras de televisión y finalmente reconoció que no podía garantizar nuestra seguridad. Éramos clientes sí, pero también un problema, así que la dirección buscó excusas para expulsarnos.
Las llaves de algunas habitaciones dejaron de funcionar. Resguardados en un cuarto, unos veinte compañeros de los medios españoles buscábamos una salida. La embajada española dijo no poder hacer nada por sacarnos de allí. Había nervios, alguien lloraba, los teléfonos no dejaban de sonar para recoger nuestras crónicas.
Fuera, el ejército intentaba mantener a raya a los violentos seguidores del presidente. Los soldados lanzaban tiros al aire y los blindados intentaban ganar terreno. Por un momento el camino quedó despejado. Dos tanquetas se presentaron en la puerta para recoger a los amenazados compañeros de Al Jazeera. “¿Nos vamos?” La respuesta fue rápida: “no puede haber mejor forma de hacerlo, hay que aprovecharlo”.
El viaje no fue cómodo, pero estábamos tranquilos. Sin verlo, atravesamos el puente que conduce a la otra orilla del Nilo y nos detuvimos delante del hotel Marriot. “Es el lugar más seguro de El Cairo”, nos dijeron. Aquí podremos seguir trabajando.