Las violentas protestas en Turquía son una reacción contra el estilo de gobierno poco dialogante del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, y unas reformas de corte islamista que la clase media laica siente como un recorte de sus libertades. Y lejos de calmar los ánimos en una Turquía consternada por las mayores manifestaciones en una década, Erdogan está causando más malestar al no reconocer error alguno en su gestión.
El jefe de Gobierno montó en cólera cuando un periodista le preguntó sobre si su reacción a las manifestaciones no hacía sino añadir gasolina al fuego de las protestas populares. Erdogan calificó de "brotes extremistas" las protestas que se iniciaron pacíficamente la semana pasada para pedir la salvación del parque Gezi en Estambul, y consideró que tenían como única finalidad socavar su autoridad. En este contexto, emplazó a los manifestantes a que si quieren "un cambio", lo expresen en las urnas el próximo año, cuando se celebren elecciones presidenciales en el país eurasiático.
Para muchos, estas respuestas reflejan algo que sus críticos siempre afean al primer ministro: falta de diálogo y escaso interés en buscar un consenso sobre cuestiones sensibles. Ello ha dividido a la sociedad turca, que en un estimado 50 por ciento apoya a Erdogan y su partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que desde 2003 ha ganado tres elecciones por mayoría absoluta.
"Los manifestantes no son simpatizantes de nuestro partido", explica Ilhan Cihaner, un antiguo fiscal general turco y ahora diputado del opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP). "Se trata de una explosión de ira acumulada. La gente exige libertad y democracia", asegura. En ese sentido menciona algunas recientes decisiones polémicas, que Erdogan impulsó en solitario, sin consultar ni a la oposición ni a la población, y que parecen ser la gota que colmó la paciencia de muchos turcos laicos.
Un puente en Estambul ha sido bautizado en honor a un sultán otomano, responsable de masacres contra la minoría aleví, mientras que una reciente ley restringe los horarios para consumir alcohol. Pero el episodio que hizo estallar la ira fue el desalojo forzoso de una acampada pacífica en defensa del parque Gezi, un oasis verde cercano a la plaza Taksim de Estambul. La dura represión policial, justificada en parte por el propio Erdogan, desembocó en violentos disturbios que se han trasladado incluso a las principales ciudades del país con cientos de heridos y más de mil detenidos.
La ira popular se expandió por todo el país sólo gracias a las redes sociales en Internet, ya que la prensa turca al comienzo apenas informó sobre los incidentes. Eso enfureció a muchos manifestantes, que empezaron a atacar vehículos de la cadenas de televisión, a las que acusaron de colaborar con el Gobierno del AKP. A pesar de que Erdogan ha insistido en calificar a los manifestantes de "radicales y extremistas", las protestas cuentan con el apoyo de conocidos artistas, intelectuales y deportistas, así como de personas de todas las edades.
"Por favor, detengan esta violencia y comiencen a ver, escuchar y comprender", pidió Halit Ergenc, uno de los actores más populares del país. Incluso el presidente, Abdullah Gül, otro de los líderes históricos del AKP, subrayó hoy que la democracia es mucho más que ganar elecciones y defendió que hay que ser más sensible a las demandas de la ciudadanía.
"Todo el mundo tiene que sentirse lo más libre posible en su país. La voluntad del pueblo se expresa con las elecciones. Pero la democracia no significa sólo elecciones. Creo que mi gente actuará con sentido común", aseguró el jefe del Estado. La pregunta que se hacen muchos en Turquía es: ¿Entenderá Erdogan el mensaje lanzado por Gül, o seguirá adelante con su talante desafiante, lo que podría causar más protestas y más violencia?.