Estamos rodeados de radioactividad. en la naturaleza millones de elementos emiten rayos gamma y partículas alfa y beta. Si la radiación está controlada, no existe ningún riesgo para la salud pero cuando la situación se va de las manos, las consecunecias pueden ser devastadoras. Dependiendo de la cantidad de radiación que el cuerpo absorba puede provocar la muerte.
Las partículas radiactivas penetran en los tejidos, modificando el adn, cambian la composición química del cuerpo y éste deja de funcionar como debería. El primer tejido afectado es la sangre: aparecen leucemias, hemorragias y anemias. Las células sufren mutaciones: la radioactividad corta el adn y las células empiezan a reproducirse sin fin provocando la aparición de tumores. Después, las glándulas tiroides absorben el yodo 131. Este elemento radioactivo, junto al cesio 137, destruyen el sistema inmunológico, dejando a las personas expuestas a cualquier infección o cáncer. Todos los órganos internos sufren hemorragias y la médula ósea se queda sin glóbulos blacos, debilitando aún más el sistema.
Las consecuencias de una fuga radioactiva perduran durante cientos de años, de hecho aún hoy toda Europa recibe una pequeña cantidad de radiaciçon procedente de la central de Chernóbil, que explotó hace 25 años. Además la radiación es invisible: normalmente hasta la aparición de los primeros síntomas, los afectados no saben que están enfermos. Según los expertos, a partir de 100 milisieverts existe peligro de cáncer. En Chernóbil empezaron a evacuar a la población cuando la medida llegó a los 350 milisieverts. En Fukushima, los niveles registrados oscilan entre 100 y 400 milisieverts.