Los organismos responsables del control de enfermedades infecciosas de cada país recomiendan establecer una escala de prioridades en la vacunación frente a covid-19. Los datos científicos también sugieren priorizar determinados grupos, en función de su vulnerabilidad.
Por el momento, las vacunas se están administrando a las poblaciones de mayor edad, pues son los que tienen un elevado riesgo de pasar la enfermedad con síntomas graves. También se les ha dado prioridad a quienes tienen altas probabilidades de exposición al virus, como el personal sanitario. Además, se ha incluido en este primer grupo a aquellos que padecen comorbilidades o enfermedades debilitantes del sistema inmunitario.
La vacunación de los adultos sanos más jóvenes vendrá después y el último lugar será para los adolescentes y los niños, si los ensayos clínicos son exitosos. Así, las expectativas para controlar la pandemia y reducir el riesgo de infección están puestas, por ahora, en una vacunación global de adultos.
¿La vacuna evita el contagio?
En la actualidad, hay varias vacunas en uso contra covid-19 y se están desarrollando otras, que superan la centena, de las que ya hay varias en fase de ensayo clínico. Aunque estas deben proteger contra la enfermedad, los mecanismos de protección de las vacunas actuales sugieren que el virus puede aun así permanecer en el entorno comunitario.
Para poder controlar la enfermedad, las vacunas deberían también impedir la replicación vírica en la nasofaringe, pues es la puerta de entrada del virus. Así, se evitaría también la propagación del virus.
Por ahora, se sabe que las vacunas en uso no inducen respuestas en las mucosas porque contienen solamente la proteína de la espícula del virus y son inyectables. Sin embargo, la infección natural por SARS-CoV-2 genera inmunidad en la mucosa de la nasofaringe mediante la inmunoglobulina A (IgA) que impide la replicación del virus allí. Hasta el momento, se desconoce si alguna de las vacunas que se están desarrollando generará también respuestas inmunitarias en la mucosa nasofaríngea.
Por otra parte, esta inmunidad no parece ser de larga duración tras la infección natural. Por tanto, el nivel de propagación dependerá mucho de la capacidad de una vacuna para inducir anticuerpos IgA en las mucosas. Es decir, la vacuna ideal no debe proteger solo al receptor, sino que debe evitar también que ocasionalmente se convierta en vector asintomático. Así, la obtención de nuevas generaciones de vacunas por via intranasal que estimulen la producción de IgA podrían representar un paso decisivo en la contención del virus.
Por eso, al formular la estrategia de inmunización contra el SARS-CoV-2 se debería considerar la infección asintomática en niños y adolescentes. En estos momentos, ya se están realizando nuevos ensayos clínicos de varias vacunas en niños y jóvenes. AstraZeneca con niños de 6 a 17, Pfizer y Moderna de 12 a 15 años, y Sinovac de 3 a 17. Para los más pequeños se entiende que se realizarán cuando haya datos de seguridad y eficacia en las edades anteriores.
Lugares por los que el virus puede escapar
No debemos descartar que la cobertura de vacunación que alcancemos en adultos sea inferior a la ideal. Si esto sucede y los niños no están vacunados, podría reducirse la protección de la población en general. Es decir, se produciría una especie de círculo constante de transmisión entre adultos y niños.
Este 'círculo' promovería la persistencia del virus en forma de casos esporádicos y brotes ocasionales. De hecho, la existencia constatada de reinfecciones también sugiere que el SARS-CoV-2 puede seguir circulando entre personas previamente infectadas.
Además, tal y como sucede con otras enfermedades infecciosas, habrá personas que no se hayan podido vacunar en regiones geográficas distantes por problemas de administración masiva de la vacuna. Todos estos casos permitirían la circulación del virus y podrían generar variantes más patógenas. Por tanto, el control del SARS-CoV-2 dependerá de que la vacunación cubra prácticamente a toda la población.
Cómo afecta el SARS-CoV-2 a los niños: particularidades
Hay tres elementos preocupantes de la infección en niños y jóvenes que debemos abordar. El primero es que, aunque la forma asintomática es la más común entre ellos, se han descrito casos de elevadas cargas víricas en niños pequeños. Además, también se ha observado en estos casos la replicación del virus en su tracto gastrointestinal, lo que facilita su diseminación.
El segundo elemento es que se ha descrito una forma de enfermedad grave conocida como síndrome inflamatorio multisistémico infantil que puede llegar, incluso, al fallecimiento. El tercero es el potencial desplazamiento del número de infecciones de adultos a grupos pediátricos conforme se han suministrado las vacunas en personas mayores, tal como se ha observado en Israel e Italia. Todo ello subraya la importancia de una vacunación pediátrica global.
Adicionalmente, hay que tener en cuenta que la vacunación infantil obligatoria en cada país está ampliamente aceptada mientras que la imposición de la vacunación universal en adultos no esta completamente admitida. Esta última necesitaría, posiblemente, una nueva legislación, lo cual es una circunstancia política adicional a considerar.
Importancia de una vacunación global
Por todo ello, si las vacunas autorizadas, además de reducir o anular la excreción del virus, fuesen también eficaces en niños, podrían ser útiles para protegerles a ellos y a quienes tienen a su alrededor. Este efecto protector limitaría sustancialmente la diseminación del virus en la población general.
Además, las respuestas inmunitarias en niños mayores de cinco años, cuando ya ha madurado su sistema inmunitario, suelen ser más robustas que en los adultos. Esto permitiría prever en ellos una inmunidad al SARS-CoV-2 más duradera.
Puestos a tener una visión optimista, si los ensayos de las vacunas en la población pediátrica mostraran una inmunidad de larga duración, se conseguiría estabilizar una población resistente a la infección latente y frenaría notablemente nuevos brotes.
Autor: José Manuel Bautista, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, Universidad Complutense de Madrid.
El artículo original ha sido publicado en The Conversation.