Cuando los síntomas aparecen ya es tarde y la enfermedad, por lo general, está avanzada. Es el glaucoma y en España afecta a un millón de personas. Se trata de una enfermedad ocular cuya característica principal es la pérdida de visión debido al daño progresivo que se produce en el nervio óptico.
El glaucoma es la segunda causa de ceguera en España por detrás de las cataratas. El principal factor de riesgo es la hipertensión ocular, de manera que si la presión en el interior del globo ocular aumenta, se comprime el nervio óptico y se dañan las neuronas que lo forman, produciendo la muerte celular de éstas y disminuyendo el campo visual del paciente.
"La peculiaridad de esta enfermedad es que, en su fase inicial, los glaucomas más frecuentes son asintomáticos y no notas la pérdida de visión", comenta la presidenta de la Asociación de Glaucoma para Afectados y Familiares (AGAF), Delfina Balonga.
Por eso son fundamentales las revisiones oftalmológicas periódicas, en las que el especialista comprueba el estado en el que se encuentran las fibras del nervio óptico y si existe degeneración. "Cuanto antes se diagnostique, antes se puede poner freno, aunque no se recupere lo perdido", explica Balonga.
El deterioro del nervio ocular es irreversible y ocasiona una progresiva pérdida de la visión lateral, "como si miráramos a través de un túnel". Precisamente esa pérdida de visión gradual y la ausencia de dolor, en la mayoría de los casos, provoca que el paciente no sospeche. El gran problema del glaucoma es que si no se detecta a tiempo puede producir graves problemas de visión y, en un 5% de los casos, ceguera total. Una vez diagnosticada, no obstante, "se puede frenar en la mayor parte de los casos".
Aunque puede aparecer en cualquier momento de la vida, es más frecuente a partir de los 60 años y hay varios factores de riesgo como la diabetes, la presión intraocular alta, antecedentes familiares, miopía elevada , hipertensión arterial o estar medicado con corticoides.
Balonga recomienda revisiones periódicas cada dos años a partir de los 40 y anualmente desde los 45-50 años. El diagnóstico del glaucoma se realiza mediante un estudio en el que se mide la tensión ocular, un examen del nervio óptico y, en caso de duda, se evalúa el campo visual. La detección precoz permite una mayor variedad de tratamientos que van desde la aplicación de colirios a la intervención quirúrgica.
Seguir el tratamiento es clave para la evolución de la patología, incide Balonga, que explica que la enfermedad provoca una serie de limitaciones en la vida cotidiana que requieren la adaptación del paciente. "No es fácil", admite.
Cuando la enfermedad está avanzada los síntomas más frecuentes son dificultad para ver por los laterales o por algunas partes del ojo, problemas para enfocar bien o dolor de cabeza, entre otros. "La ceguera es el último extremo del glaucoma y normalmente se da en glaucomas con muchos años de curso, extremadamente agresivos o que no han sido tratados convenientemente", explica.