Las elevadas montañas del Pirineo y las laderas que descienden desde sus cumbres se cubren cada año con un manto de oro blanco para la economía, un foco de atracción que atrae cada año como un imán a cientos de miles de personas apasionadas por la nieve, un fenómeno meteorológico que celebra su Día Mundial.
Una conmemoración que como cada año tiene un eco especial en las cinco estaciones invernales que se localizan en el Pirineo de Huesca, donde la nieve no se ve como una inclemencia meteorológica de la que hay que escapar sino como un maná cargado de ilusiones y de esperanza de futuro.
Y es que la nieve, para los vecinos de los valles de Tena, del Aragón y de Benasque, donde se ubican estas instalaciones, no es solo la fuente de diversión y recreo que buscan miles y miles de turistas sino uno de los principales motores de su economía.
Todo comenzó en el invierno del año 1928 en un recóndito y alejado valle del Pirineo aragonés, cuyos habitantes vieron con asombro como extrañas figuras descendían a gran velocidad de las montañas en un ciclo continuamente repetido.
En ese lugar se inauguró ese año la estación invernal de Candanchú, la más antigua del país y una referencia para el mundo del esquí.
Años después se sumaron las instalaciones de Formigal, Astún, Panticosa y Cerler, las cuales, junto a la de Candanchú, conforman, con 366 kilómetros de pistas, el principal dominio esquiable del país.
Desde entonces, en una dinámica de progresión geométrica, la nieve ha cambiado la imagen del Pirineo aragonés, aunque no sin críticas por parte de organizaciones conservacionistas alertadas por las afecciones medioambientales causadas.
En respuesta a las críticas, la contestación de los vecinos de las poblaciones pirenaicas próximas a las estaciones es siempre la misma: la economía tradicional, principalmente la ganadería, es una actividad ya prácticamente residual y en algunos casos decorativa y estética.
Lo cierto es que los servicios se han apoderado de la economía de estos valles y de otros que carecen de estas instalaciones pero que se aventuraron años atrás a plantear la necesidad de disponer también ellos de estaciones invernales.
La nieve ha permitido abrir tiendas y comercios, restaurantes y hoteles y ha propiciado desarrollos urbanísticos y sociales sorprendentes como la localidad de Jaca, cuya proximidad a las estaciones invernales ha favorecido un continuo crecimiento y una fama que ha traspasado fronteras.
Lo cierto es que la industria de la nieve, según documentos oficiales del Gobierno aragonés, constituye el 7 por ciento del PIB de la Comunidad, lo que la ha convertido en un sector estratégico para la economía de la región.
Las cifras revelan que los más de 1,3 millones de esquiadores que disfrutaron de la nieve en Aragón la pasada temporada dejaron en las zonas de esquí un total de 127 millones de euros, y también indican que de cada 100 euros que gastaron los esquiadores, 20 se quedaron en las estaciones y 80 en el territorio.
Todo esto llevó años atrás al Gobierno aragonés a crear, con el apoyo de Ibercaja, un consorcio de la nieve, Aramón, que agrupa a cinco de las siete estaciones aragonesas: Formigal, Panticosa y Cerler en el Pirineo, y Valdelinares y Javalambre en las sierras de Teruel.
El consorcio ha propiciado un desarrollo de las estaciones invernales acorde con las expectativas de los vecinos de las zonas próximas y capaz de dar respuesta a las cada vez más exigentes demandas de los aficionados al esquí.
Pero la nieve ha permitido además a Aragón soñar con las olimpiadas blancas, un sueño que no siempre consiguió el consenso social y político en la Comunidad, que se ha visto frustrado cada vez que se ha planteado al Comité Olímpico Internacional, pero que aún no se ha disipado ni ha dicho su última palabra.
Lo cierto es que el desarrollo de las infraestructuras de comunicación en el Pirineo aragonés está vinculado a la nieve, y con mayor intensidad, precisamente, en los valles donde se ubican las estaciones de esquí.
Por estas razones, la celebración del Día Mundial de la Nieve tiene un especial significado en las estaciones invernales del Pirineo, que se visten aún más de blanco, si cabe, para celebrar la jornada con sorteos, competiciones o exhibiciones diversas.