Violencia menores

Cuando el asesino es menor: “Existe un vacío legal, mi hija siempre será diferente, para su agresor nada ha cambiado”

El 9 de septiembre de 2021, la vida de Alicia cambió para siempre. Ese día un compañero de clase de su hija Emma intentó acabar con la vida de la menor, de 13 años, por la simple curiosidad de “saber lo que se sentía al matar”. Tres años después, Emma sufre una discapacidad de más del 70%.

Dos jóvenes unidas tras una agresión

Dos jóvenes unidas tras una agresiónAntena 3 Galicia

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“No hay semana que no te digas a ti misma que no entres en ese bucle, pero cuando te cuesta dormir, vuelves a ese día. Vuelves a esa tarde, e intentas llegar e intentas ponerte debajo del balcón para cogerla, intentas llegar para agarrar al chaval…lo intentas todo para que a ella no le pase nada malo, para que todo vuelva a ser como antes”.

Es el relato desgarrador de Alicia. No es su verdadero nombre, pero sí su historia.

El 9 de septiembre de 2021 un compañero de clase de su hija intentó matarla. Los dos tenían 13 años. “Una amiga me avisó”. Eran las ocho de la tarde y Alicia estaba a punto de empezar la jornada de tarde en el restaurante en el que trabajaba. “Sin detalles, me dijo que mi hija estaba mal, pero que respiraba. Me aterroricé, pero no sabía que estaba pasando, me fui al hospital, ya la llevaban en helicóptero. No me la encontré consciente”, explica con voz quebrada.

Según consta en el atestado, él joven agresor utilizó un cuchillo y una pata de cabra. Le seccionó primero los ligamentos de ambas muñecas, la golpeó con una pata de cabra y después la desequilibró hasta que consiguió que cayese desde un balcón de un segundo piso. Acabó en la acera, todavía se desconoce si arrojada por el propio agresor o precipitada en plena huida, tras dejar tras de sí un reguero de sangre y líquido encefálico.

Cuando Emma llegó al hospital, “el jefe de servicio nos reunió, recuerdo que era un viernes y nos dijo que él descansaba y que volvería el lunes y que lo sentía mucho, pero que él había visto mil casos y sabía perfectamente que el lunes ella no iba a estar allí, porque era imposible. Yo le dije que mi hija no nos iba dejar. Y así fue.”

Emma estuvo dos meses ingresada y hoy vive con más de un 70% de discapacidad. Alicia explica que además de “vértebras rotas y los tornillitos en la cabeza, tiene una mano que no funciona adecuadamente debido a los ligamentos cortados en el ataque”. La familia de Emma se volcó con ella. “Nos dijeron que los dos primeros años eran los más importantes”, así que todos aparcaron su vida y se implicaron en su recuperación. “Tuvo que empezar de cero en todo. En caminar, en hablar…pero con mucho esfuerzo y el apoyo de todos, aprendió. Ahora, escribe con dos dedos, de la mano que no le funciona. Yo a veces la miro y pienso que es un milagro. Tiene una letra preciosa, mejor que la mía”

La lucha de una familia contra un sistema

Al daño irreparable se suma otra batalla: la sensación de desamparo y abandono por parte de un sistema que, a ojos de la madre, ha fallado en todos los frentes.

“Mi hija es diferente. Y lo será siempre.” El joven, protegido por su minoría de edad, no enfrentó ningún tipo de castigo penal. “Este niño sigue su vida, la ley protege al menor, pero en realidad solo a los menores agresores, ¿quién defiende a mi hija?”.

Después de la agresión, la familia esperaba una respuesta contundente por parte de las autoridades y un proceso judicial que diera algo de consuelo y esperanza. Sin embargo, lo único que ha recibido es el silencio.

A pesar de la gravedad del ataque y las secuelas que su hija sufre de por vida, Emma no ha recibido ninguna indemnización por parte del agresor ni de ninguna otra instancia. “Sus padres se han declarado insolventes. Pero lo que me realmente me duele es que no hay nada que refleje en ningún sitio que mi hija ha sufrido un ataque. Nada que diga que fue víctima de violencia, nada que diga que alguien la dejó marcada de por vida. Es como si todo hubiera sido invisible y no fue un accidente”, denuncia con rabia.

El vacío legal y la falta de protección de las víctimas menores en este tipo de casos es otro de los puntos que más afectan a Alicia. “Hay casos y casos. El chico que atacó a mi hija con premeditación, fue avisando a amigos de sus intenciones, porque lo supimos después, y durante la agresión escribió en un grupo de WhatsApp en el que estaba mi sobrina que “la pata de cabra no estaba muy afilada y había mucha sangre”. No me gustaría encontrarme al adulto en el que se puede convertir ese niño en el futuro”.

El agresor ya ha retomado su vida

El niño agresor fue tratado bajo el sistema de justicia juvenil y, según Alicia, ya ha retomado su vida normal. “Lo único que sabemos es que lo enviaron a Santiago para pruebas y luego estuvo bajo la tutela de la Xunta. Pero, ¿y qué pasa ahora? Nadie sabe nada. Nadie nos ha dicho nada sobre las consecuencias para él. Y, mientras tanto, mi hija sigue con secuelas que no tienen solución”, señala.

La madre de Emma insiste además en la indiferencia de la sociedad ante casos como el de su hija. “Nadie se pone en el lugar de los que hemos vivido algo tan brutal”, dice, visiblemente dolida. “¿Qué pasa con la juventud de hoy? Hay algo que no está funcionando. La violencia está cada vez más presente y el sistema parece que no hace nada para evitarlo. Los niños de antes no eran así, no se comportaban de esta manera”, concluye.

¿Y ahora qué? La pregunta que queda flotando en el aire es: ¿qué le espera a Emma en el futuro? La familia, que se siente desprotegida y abandonada, sigue luchando contra un sistema que no ha sabido darle lo que necesitan: justicia, apoyo y sobre todo, reconocimiento.

Lo único que quiero es que se reconozca lo que le ha pasado a mi hija. Y que alguien, algún día, haga algo al respecto”, concluye Alicia. Su voz se quiebra, pero su determinación sigue intacta.

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