11M
Dori Majali: "Yo no me acuerdo cada día del 11M pero, cada vez que me levanto, me tengo que poner una pierna ortopédica"
La vida de Dori Majali cambió radicalmente una mañana cualquiera cuando iba en uno de los vagones donde explotaron las cargas el 11 de marzo de 2004
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Una luz cegadora invade por completo a Dori Majali cuando iba en el tren. Sin escuchar ningún atisbo de ruido, la joven de 33 años empieza a dar vueltas con unos movimientos tan agresivos que no podía controlar. De repente, como si de un sueño se tratase, se despierta. Sin embargo, su vida había cambiado por completo.
Ese 'sueño' se trataba realmente de una de las secuelas correspondientes a la onda expansiva provocada por la explosión de una bomba. Al abrir los ojos, sentada en el suelo y rodeada de una devastadora destrucción, lo único que quedaba era una pesadilla.
Ese día fue uno de esos que no hacen falta explicarlos, que con el número y la inicial del mes definen un hecho trascendental por sí solo. Un momento que mella el raciocinio de las personas dilucidando entre lo justo, la rabia y el shock. Es así cómo el dolor y la angustia de toda una sociedad el 11 de marzo de 2004 se resumen en el 11M.
La vida había desaparecido, quedaba la 'realidad'
Lo primero que la joven vio al abrir los ojos eran las pruebas de una atrocidad. "Los asientos están destruidos, falta la ventana, faltan las puertas, hay un agujero en el techo. Seguían cayendo incluso cosas del techo (esto que se pone para llevar los equipajes que antes llevaban los cercanías, pues se estaba cayendo). Estaba todo quemado, la gente muerta o muriéndose y agonizando en ese momento" explica Dori Majali, víctima del atentado terrorista del 11M.
Perpleja y ante la espantosa vista que tenía desde el suelo, el cortisol de su cuerpo actúa para salir de ahí "corriendo" cuanto antes. "Entonces, puse las manos en el suelo para intentar levantarme y no podía porque tenía las piernas destrozadas", y bajo un silencio más propio de la tranquilidad, describe, "al poner las manos en el suelo y ver que no me podía levantar pegué un grito y, a partir de ahí, empecé a escuchar gente que se quejaba, que pedía ayuda".
Fue en ese momento cuando la solidaridad, que en un futuro habría más casos, le salva la vida ya que, explica, "un pasajero que estaba al final del vagón que me oyó se dio la vuelta, porque iba a salir del tren pero al oírme se dio la vuelta y vino a ayudarme. Ángel se llama". De la guardia o no, Ángel plasmó su lado más bondadoso porque, cuenta, "me hizo un torniquete, se quedó conmigo hablándome, me puso encima su chaqueta y salió a buscar los servicios de emergencias y en seguida vinieron y me transportaron al polideportivo de la calle Téllez".
Los centros sanitarios sin reloj y el 'alta' coartado por las secuelas
El tiempo el los centros sanitarios parecía no existir. Dori no se acuerda de este factor, aunque parece insignificante ante la magnitud de la situación. "Ni lo sé, ni lo he buscado, ni me acuerdo, ni lo quiero mirar. Sé que, cuando yo salí del hospital porque me dieron el alta, ya era verano y hacía un montón de calor", describe.
Tenía el alta, sí, pero sólo es un pase para vivir fuera del hospital porque las secuelas siguen presentes. "En cuanto a secuelas físicas, pues los tímpanos los tengo los dos tocados pero, sobre todo, el izquierdo", la explosión se produjo en el mismo vagón en el que iba. "La pierna derecha, por las quemaduras, no tengo circulación linfática. Trozos de tren, y de los asientos, y de guarrerías que había por allí que siguen estando por dentro del cuerpo y se mueven y tienen que operarme otra vez para sacarlos. Y bueno, claro, la amputación de la pierna izquierda por debajo de la rodilla".
Dori ha tenido, durante todo este tiempo, más de 20 operaciones en su cuerpo y, con un pequeño resquicio de nostalgia por su vida anterior, comparte: "cuando me subí a ese tren tenía 33 años y no tenía discapacidad y no tenía nada, una mujer joven y sana. Cuando me bajé de ese tren, la primera vez que revisaron mi discapacidad tenía un 98% de discapacidad, ahora ya sólo un 68"
Volver a empezar
Se suele tener la percepción que un atentado es sólo un día, un momento en el que todo se viene abajo pero vuelve a crecer al día siguiente. Para las víctimas de ese suceso, se tarda en volver a recomponer todas las piezas.
Para Dori, los primeros años fueron "muy duros físicamente". Ella tenía que volver a aprender a andar y, sobre todo, "aprender a vivir con esa discapacidad" que antes no tenía. "Recuerdo al principio que, con esos dolores tan terribles de las quemaduras profundas y de las fracturas y demás, había días que no me quería levantar, es que no tenía fuerzas, no podía. Incluso, cuando ya las quemaduras estaban algo mejor pero empecé con la adaptación a la pierna ortopédica lo mismo, era coger la pierna de prueba que me ponían de prueba, tirarla contra la pared y no querer saber nada, y no querer levantarme y mucho dolor y frustración", explica.
Cuando pasaron dos años encontrándose "más o menos estable", comienza a recuperar un aspecto fundamental para la vida que, aunque pueda estar llena de estigmas, es súbitamente necesaria. Esa parte es la vida profesional, en su caso empezó a estudiar derecho. Por otra parte, también tenía claro su afán de agarrarse a una vida digna, aunque se encontraba mejor, cuenta, "tienes que seguir haciendo ejercicio porque si no, lo tengo súper comprobado (en la pandemia que no podía seguir ese ritmo, para mí fue muy terrible porque cuando volví a salir tenía que llevar otra vez muletas, no se puede bajar la guardia en ese sentido)".
La reflexión moral con la que se queda Dori, al final, es "que uno está vivo, afortunadamente estás vivo, estés como estés pero estás vivo y agarrarse a la vida. Y bueno, pues a seguir luchando y a seguir peleando y, sobre todo eso, a reconstruirte para seguir teniendo metas e ilusiones que creo que es básico".
El 11M, un día más excepto el 11 de marzo
El gran olvidado después de todo esto, y aunque parezca irreal, es el propio día. Eso es lo que comparte Dori Majali, víctima del atentado 11M que, cree, "en general, sí que parece que los ciudadanos, que la sociedad, sólo se acuerda cuando llega el 11 de marzo porque creo que, es un poco la sensación que me da, empieza y acaba ese día".
¿Un privilegio? Tal vez lo sea para algunos porque, aunque Dori no se acuerde cada día del 11M, concluye: "cada vez que me levanto, me tengo que poner una pierna ortopédica. Con lo cual es imposible que, de alguna manera, no lo tenga presente y sí me gustaría que se entendiera que un atentado terrorista no acaba y empieza el día que explotan las bombas sino que luego hay una serie de consecuencias que están ahí y que tenemos que vivir con ellas.
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