Enfermedad
La escapatoria de María José Gómez: mudarse a una aldea para huir de su enfermedad
Después de 30 años en la ciudad, María José Gómez vuelve a la aldea por su salud. Sufre sensibilidad química múltiple, electrohipersensibilidad, fibromialgia y síndrome de fatiga crónica: "pensaba que tenía una manía".
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Cuando María José Gómez Alvite comenzó con los síntomas, pensó que "tenía una manía", pero sus problemas tenían diagnóstico, aunque tardó en llegar. Las enfermedades que padece son "difíciles de entender para quién no lo vive en sus propias carnes".
No es capaz de vivir en espacios donde haya muchas antenas o exceso de redes Wi-Fi, ni tampoco pasarse con los perfumes, champús o friegasuelos. Cualquier producto químico le produce mareos, fatigas, picores... Y esto no es lo peor, "lo más grave de todo" es la encefalomielitis miálgica, más conocida como síndrome de fatiga crónica, algo muy parecido a una condena.
"En la respiración celular no fabricamos casi ATP, que es la unidad de energía celular. Una persona normal, aunque sea un anciano, produce en cada respiración células 36 ATP", explica María José, que añade que una persona con esta enfermedad, a partir del grado II, produce tres o cuatro. Eso le genera un cansancio continuado y no ser capaz de recuperarse de un pequeño esfuerzo.
Tardó 15 años en recibir el primer diagnóstico
Casi 15 años después de los primeros síntomas, María José Gómez por fin tuvo una respuesta: primero fue la intolerancia a la luz solar, después pasó a no comer gluten, verdura verde..., pasando por erupciones en la piel y manchas, hasta que el neurólogo Portés Laíño, del Hospital Universitario de Lugo (HULA), le dio un primer diagnóstico. Después se desplazó a Barcelona para visitar a más especialistas y todo comenzó a cobrar sentido: no era una manía.
Como presidenta de la Asociación Gallega de Sensibilidad Química Múltiple y Electrohipersensibilidad (SQM-EHS) es consciente de que ha tenido suerte en tener a especialistas que son referencia a su lado, pero lamenta que esto "no sea lo habitual". Muchas personas como ella sufren día a día sin ser conscientes de lo que tienen realmente, y de cómo ponerle remedio. Ella llegó a pensar que no podía acceder al aula de profesores, "por suerte, mis compañeras me ayudaban e iban quitando plantas, libros...", pero nada funcionaba. Y así fue acumulando altas y bajas, provocándole mayores síntomas cada vez que se reincorporaba, "mi enfermedad inicial empeoró".
Se ha mudado a una aldea
Ahora, tras 30 años viviendo en la ciudad da el paso definitivo al rural. Lo hace por su salud, se niega a "seguir empeorando" y quiere vivir tranquila. Para contactar con ella hay que hacerlo con antelación, necesita desplazarse a la aldea más cercana para conseguir mejor cobertura.
Necesita muchas revisiones y ayuda, pero tiene claro que ella marca su vida, y no una enfermedad que tiene una velocidad vertiginosa si no escapa de lo que le hace daño.
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