Tradición
Una gallega recupera el oficio de molinera en su aldea natal: “Me enamoré del molino”
Un ERTE en su empresa hizo que la vida de Isabel, una mujer gallega, diese un cambio radical. Dejó el sector de la hostelería, donde había trabajado durante décadas, para regresar a su aldea natal. Ni la edad ni la dificultad del oficio le impidió cumplir con su objetivo: poner a funcionar el viejo molino de agua.
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¿Quién no ha pensado alguna vez en frenar en seco y volver a sus orígenes? Isabel Rivas no lo dudó cuando a sus cincuenta y cuatro años y, aprovechando que se encontraba en un ERTE, fue a visitar a su madre al lugar de Pacio, parroquia de Goiá en el ayuntamiento lucense de Cospeito. Ahí se enteró de que José, el molinero hasta entonces, cerraba su molino. Isabel se acercó a él y simplemente le preguntó "¿me enseñas a moler?". Así fue como empezó. "Molimos diez o doce veces, no más, la salud de José empeoró, lo ingresaron y ya no regresó. Yo no quise olvidar todo lo que me había enseñado. Así que aquí me quedé. Mucha lucha pero seis años después, seguimos".
Isabel cuenta que nunca tuvo un apego especial a la tierra que la vio nacer y que desde los catorce años había vivido siempre fuera de Galicia pero, el proyecto del molino le cautivó "era algo que estaba desapareciendo y pensé que era necesario como servicio a la comunidad. Aquí todos los vecinos hacen el pan en sus casas con el trigo que ellos mismos cultivan. Siempre fue así".
Y ese fue el principio, Isabel Rivas se dijo "¿por qué no?, ¿por qué no intentarlo?". ¿Y después? le preguntamos, "después..." respira y afirma contundente "me enamoré del molino". Nos cuenta que no es de familia de molineros y que "nada tengo que ver con este mundo". Pero tiene claro que desde el primer día que llegó, aunque no tuviese que moler se sentía feliz "estoy en contacto con la naturaleza, trabajo a mi manera, sin prisas. Todo eso me encantó".
Ella se empeñó en poner en valor el producto, fomentar el cultivo del trigo y volver a ofrecer esa calidad de producto natural "y vivo" quiere resaltar esta mujer gallega "mi molino está vivo también. Y digo mi molino porque el molino nunca es del propietario, sino del molinero. El molino sin molinero, se muere".
El futuro del molino
Patricia Río, una veinteañera del lugar, llegó para quedarse en el molino "mi padre me dijo que por qué no me acercaba y hablaba con Isabel. Quedamos en que estaría un tiempo de prueba por si no me gustaba el trabajo. A la semana le dije "no me eches. Me quiero quedar contigo".
"El trabajo es duro pero que tiene muchos alicientes"
Reconoce que "el trabajo es duro pero que tiene muchos alicientes "es una suerte estar cada día en este entorno, en contacto con la naturaleza. Yo que venía de fábrica de estar cerrada totalmente, ahora es mucho más gratificante trabajar al aire libre".
Patricia es la encargada de controlar las redes sociales y asesorar a Isabel en esta materia. Sabe la importancia de no desconectar con las nuevas tecnologías pero huye del postureo y reivindica lo auténtico "se está perdiendo la esencia de todo por lo que lucharon nuestros abuelos y nuestros padres. Hoy una buena alimentación es muy difícil de conseguir y aquí que ves que todo es natural: llega el trigo, lo mueles, sale la harina que va a los sacos. Es la calidad. No quiero que se pierda esto. Es la vida en la aldea, la base de todo. Una buena materia prima".
Por eso, ya no es capaz de ubicarse en otro mundo "de aquí a veinte años me veo moliendo y enseñando a otros a moler. Me gustaría crear una red de molinos y que se recupere totalmente este oficio".
Día a día moliendo
El río Anllo hace funcionar todo el engranaje del molino y proporciona suficiente harina para el pueblo y para todo aquel que la quiera comprar on line. Sin perder su esencia El molino de Isabel se apunta también al futuro. El entorno es idílico pero este oficio no es sencillo.
"Me siento físicamente cansada pero emocionalmente muy orgullosa"
Lo primero que hacen al llegar por la mañana es limpiar "estamos en el campo, encima de un río y, a veces, no es fácil dejarlo todo inmaculado" comenta Isabel. Se requiere también de fuerza física "subimos los sacos con el cereal varias veces al día" y se pone a andar el molino. Deben ajustarlo en cada molienda porque el trigo que traen los vecinos es diferente "es un ajuste manual y constante".
Todo influye en la calidad final de la harina, por lo que deben maniobrar el molino en función del caudal del río o la temperatura del agua. Isabel Rivas, tras seis años como molinera dice que el "instinto" es fundamental. "Cada tres minutos hay que tocar la harina para conseguir el punto exacto de molienda".
Despedimos a la molinera y a su aprendiz. Ambas han conseguido formar un equipo que ha sabido recuperar el viejo molino y darle continuidad.
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"Me siento físicamente cansada pero emocionalmente muy orgullosa porque no es algo con lo que te ganas la vida, es más. Es otra forma de vida. Es la forma de antaño, la que nunca deberíamos de haber perdido" concluye Isabel.
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