Erupción volcán de La Palma
Más de 1.000 vecinos de Puerto Naos y La Bombilla continúan desalojados un año después de la erupción
La presencia de gases peligrosos provoca que sólo se permitan accesos puntuales y previa medición de los niveles.
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Puerto Naos es hoy un pueblo fantasma. Lo que en esta época del año tendría que ser un hervidero de turistas y terrazas llenas son hoy calles vacías 365 días después de la erupción del volcán de Cumbre Vieja en las vidas de sus vecinos y del núcleo de La Bombilla.
Ninguno de los dos barrios se vio afectado por las coladas de lava que comenzaron a brotar el 19 de septiembre, siendo ambos desalojados por precaución. Sin embargo, cuando la erupción se dio por finalizada y todos comenzaban a pensar en retomar poco a poco sus vidas comenzaron a detectarse los gases en esta zona de la costa.
Las elevadas concentraciones de dióxido de carbono, que en algunas zonas dejan los niveles de oxígeno en torno al 13%, han provocado que las autoridades sólo permitan accesos puntuales para recoger enseres o comprobar el estado de las viviendas, siempre después de una medición por parte de los técnicos de esas acumulaciones de gases nocivos.
Unos niveles que, además, varían de manera notable de un lugar a otro de Puerto Naos y La Bombilla. Aspectos como la presión atmosférica e incluso la acción del oleaje provocan una variabilidad que dificulta aún más tanto el establecimiento de zonas seguras como el poder comenzar a definir un calendario de retorno, aunque sea progresivo, de los vecinos de ambos núcleos.
Vecinos y comerciantes a los que la desesperación y la incertidumbre continúa haciendo mella día tras día. Fruto de ello son acciones como la llevada a cabo hace algunas semanas por dos personas que saltaron el perímetro de seguridad, sufriendo mareos por la alta concentración de dióxido de carbono. De hecho, durante la visita organizada en el día de hoy por el Cabildo de La Palma a Puerto Naos los técnicos encontraron dos tórtolas muertas en el interior de un garaje, una clara demostración de la peligrosidad de una zona que aún tendrá que esperar para recuperar la normalidad.
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