Está hundida, débil. Atiende al teléfono para no sentirse abandonada. La hermana Paciencia y otros tres compañeros religiosos siguen aislados en el hospital San José en Monrovia. Se pregunta qué esperanza les queda cuando el padre Miguel y la hermana Juliana ya están en España. “La única esperanza es de cuando nos dieron la noticia de que estamos haciendo todo lo posible y os vendremos a buscar. Pero si no ha habido eso… La única esperanza es la muerte”, asegura apesadumbrada Juliana.
Se siente mal y reza para que dos enfermeras que los cuidan no caigan infectadas por el ébola. Lo único que reciben son sueros, pero son insuficientes. “Nos pusieron dos sueros. De los otros… Hay una que acaban de ponerle suero también; está con vómito y diarrea. Es la hermana que está muy mal, la que está peor”, relata la Hermana.
El equipo español que trasladó al padre Miguel y la hermana Juliana reconoce que el resto de los religiosos se sintieron abatidos al saber que se quedaban. El Comandante Cantalejo, responsable de la Unidad Médica de Aeroevacuación, explicaba de primera mano cómo vivió estos difíciles momentos: “Ayudaban a sor Juliana en todo: a prepararse, a vestirse, a ponerse los guantes de esterilización. Se quedaron apesadumbradas”.
Aunque la situación de la hermana Paciencia no le permitió ni darse cuenta de lo que sucedía en ese momento: “Ni siquiera me he enterado porque estaba tan mal, tan mal, que estaba en el piso de arriba y cuando me he enterado ya se habían ido”.
Son conscientes de que están muy enfermos pero, en ningún caso, quieren ser trasladados al centro de infecciosos. “Ahí no cuidan a nadie. Ahí la gente muere por abandono”, sentencia la hermana Paciencia. Lamenta que el apoyo recibido y las llamadas continuas no hayan servido. Se sienten abandonados a su suerte.