Indudablemente, y pese a la muy generalizada idea en sentido contrario, la interacción a través de internet es como cualquier otra interacción, en el sentido de que su poder para afectar nuestra vida, positiva o negativamente, es al menos el mismo. Los padres y tutores de los niños y niñas tienden a explicarles cómo reaccionar y cómo sentirse hacia la violencia que viven o pueden vivir en el "mundo real"; sin embargo, en ocasiones por verdadero desconocimiento, pueden no estar cumpliendo esta misma función en lo que respecta a la comunicación online.
Las cifras hablan por sí solas: según el informe de Save the Children, el 75% de los jóvenes encuestados sufrió algún tipo de violencia online durante su infancia. El ciberacoso y la exposición involuntaria a contenido sexual o violento son los dos tipos de violencia online más frecuentes.
El ciberacoso, consistente en el hostigamiento del niño o niña, es frecuentemente una extensión del acoso offline. Se sabe que este tipo de abuso genera gran sufrimiento, y que las víctimas pueden incluso llegar al suicidio como única forma percibida por ellos de escape. El ciberacoso añade un factor muy importante al carácter esencialmente destructivo del acoso tradicional: es inescapable. Los niños y adolescentes de nuestra sociedad se relacionan con total fluidez y normalidad a través de la red.
Según el informe, el 94% de los niños y niñas entre los 10 y los 15 años son usuarios de internet. Desde redes sociales hasta servicios de mensajería, están siempre conectados. Esto, a pesar de que muy frecuentemente genera problemas con los padres que, por una mera cuestión de brecha generacional, no están acostumbrados a relacionarse de manera tan intensa y continua a través de las redes como sus hijos e hijas, no es forzosamente malo. La red no es más que una herramienta y, como tal, su adecuación o inadecuación dependerá del uso que se le vaya a dar. Los adolescentes frecuentemente encontrarán personas con sus gustos y preocupaciones con una facilidad inédita en nuestra historia, mientras que antes uno tenía que conformarse con la gente que, por una simple cuestión de proximidad, le había "tocado" cerca.
Pero esta conexión se vuelve venenosa cuando el acoso pasa a ser ciberacoso: siendo todos los casos de acoso escolar dramáticos y terribles, hay (o había) soluciones que, si bien son expeditivas y no forzosamente recomendables en todos los casos, podrían terminar con el problema de un plumazo, como el cambio de colegio.
Con el ciberacoso, esa posibilidad deja de existir. El niño o niña podría cambiar de colegio o incluso de ciudad, y el acoso continuaría de una forma tan virulenta como era al estar presente allí. La vía principal de comunicación del adolescente con sus amigos y, lo que es más importante, su vía prioritaria de ocio, se convierten en vías a través de las cuales les sigue llegando esta violencia hasta su propia casa.
La otra forma de violencia online que sufren los niños y adolescentes más a menudo es la exposición involuntaria a contenido sexual y violento. En páginas de descargas, frecuentemente usadas para poder ver contenidos que de ordinario serían de pago, suelen aparecer muchísimos banners de publicidad de páginas sexuales, con un contenido muy gráfico y que, en ocasiones, abren directamente ventanas a estos sitios en lugar de cerrarse con el primer clic. Independientemente de que el niño busque o no el contenido sexual, este se le va a presentar directamente con mucha facilidad. Si bien no tiene nada de malo que los niños y adolescentes reciban información veraz y completa sobre el sexo y el placer, el porno (que es lo que encontrarán) está en las antípodas de eso, perpetuando patrones no solo profundamente erróneos acerca de cómo es y cómo debe ser una relación sexual satisfactoria, sino también ejerciendo de modelos para comportamientos sexuales agresivos, violentos y, casi siempre, fundamentados en la humillación y cosificación de la mujer. El efecto "bola de nieve" que puede tener esto va más allá de que el niño se sienta violentado o confuso por aparecerle imágenes de contenido sexual gráfico en la pantalla; si el niño o adolescente aprende cómo es el sexo a través del porno, será como si aprendiera arquitectura viendo vídeos de bombardeos.
Hay una cosa interesante que destacar: lejos de ser "cosa de niños", parece, siempre según el informe, que el que suele ejercer la violencia online tiene un perfil particular: el 77% de los detenidos o investigados por violencia online son hombres. Además, un 71,16% de los perpetradores están por encima de los 26 años. Esto dibuja un cuadro muy preocupante, en el que aparecen los jóvenes y niños como víctimas de una violencia ejercida por parte de adultos que, en muchas ocasiones (como en el caso del grooming o del sexting involuntario), buscan gratificación sexual a través de su contacto con ellos. No es ninguna rareza; la progresiva sexualización de la infancia en las tiendas de ropa (disfraces de Halloween, bikinis, ropa interior…) y la publicidad muestran cómo esta violencia es parte de un problema más amplio en el que la cultura de la violación y los roles tradicionales de género juegan papeles muy importantes.
El informe considera, apoyándose en los datos, que las niñas y chicas adolescentes son mucho más vulnerables a la violencia online, como lo son, si ampliamos el marco, a casi cualquier otro tipo de violencia.
No podemos olvidar que los niños y adolescentes LGTBIQA+ son especialmente vulnerables al acoso escolar, un hecho que influye en el que los jóvenes del colectivo sean de 3 a 5 veces más propensos al suicidio que la población cishetero, según el Observatorio Español contra la LGBTfobia. Las campañas de sensibilización en colegios, institutos y otras instituciones son clave para entrenar a los alumnos en empatía y en diversidad, y todos los estamentos educativos, desde los profesores hasta las instancias gubernamentales, deben colaborar en esto y plantar cara de forma clara y contundente a cualquier iniciativa, parta de donde parta, que pretenda eliminar la formación a los alumnos en estos contenidos.
El informe concluye con recomendaciones urgentes acerca de las leyes que deberían estarse aplicando ya, y también con recomendaciones basadas en el diálogo abierto familiar para crear un clima en el que a la potencial víctima no le resulte difícil comunicar cualquier dificultad que esté teniendo. Recomienda también un “empoderamiento” de la infancia, a través de educación en ciudadanía digital y afectivo-sexual. Tal vez, como psicólogo, esas sean las cosas que más importantes veo: la educación en empatía, en entender y ponerse en el lugar del otro, en saber el daño que se causa cuando se acosa a alguien, que puede ser muy serio y tener consecuencias de por vida. Pero todo esto depende, y dependerá siempre, de la disposición de las instituciones gubernamentales, que deben comprometerse con esta lucha más allá de las declaraciones generalistas y vacías y de las buenas palabras.
Todos los miembros de la comunidad educativa debemos estar pendientes de la prevención y afrontamiento de la violencia (online y offline) entre y hacia nuestros alumnos, y debemos estar formados para ello, y, sobre todo, educados también en empatía y resolución de conflictos. No es "cosa de niños", no son "unas bromas que se mandan entre ellos", no nos podemos refugiar en el "ya se les pasará". Urge actuar. Ya.