PLANES AFTERWORK EN MADRID
¿De casa al trabajo y del trabajo a casa? Mercados antiestrés, venid a mí
¿Quién dijo que el ocio está reservado para el fin de semana? Un miércoles o un jueves es tan buen día como el sábado para librarse de hacer la cena. Si creías que el furor por los mercados había terminado, acércate una noche al barrio de Malasaña. Una ración de ceviche, un pulpito y unas brochetas acompañadas de las oportunas cañas... ¡y ningún madrugón te convencerá para levantarte del taburete antes de la medianoche!
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Otro madrugón, el famoso atasco de Madrid, buscas aparcamiento, llegas con el tiempo justo al trabajo, comes de tupper en 20 minutos para intentar salir a tu hora (de nuevo, sin éxito), y cuando por fin consigues dejar atrás esa puerta, recuerdas que hoy te habías propuesto desconectar al menos un par de horas, en una lucha permanente contra esa sensación de que todos los días son iguales. ¿Cuál es el plan, compis? Cualquiera se sienta ahora a la mesa de un restaurante...
Alguien propone acercarnos al mercado de San Ildefonso. Pero... ¿Aún están de moda los mercados? ¡Si yo pensé que el furor había acabado por lo menos hace año!
Llegamos en torno a las 21.00. Si algo tiene el madrileño barrio de Malasaña es que en sus calles todos los días parecen viernes. Desde el exterior, tres plantas iluminadas permiten intuir a través de sus cristaleras que no vamos a estar precisamente solos. Recorrimos cada una de ellas antes de decidir dónde sentarnos. ¡Cómo es posible que un miércoles por la noche esté tan lleno!
Aprovechamos la breve ruta para echar un ojo a la oferta de los 18 pequeños puestos que se apelotonan calurosamente en el mercado. ¡18! ¡Y teníamos miedo a no ponernos de acuerdo en qué comer!
A medio camino entre planta y planta nos llama la atención el acceso a dos terrazasamplias rodeadas de vegetación. Es una pena que los 7 grados de las noches de primeros de marzo no permitan disfrutarlas; aunque los fumadores, que tienen una tolerancia al frío superior a la del resto de la humanidad, lo hacen todo el año.
Elegimos una de las mesas de madera libres en la segunda planta. Después de ocho horas sentados frente a un ordenador, hasta los taburetes te parecen una buena idea.
Resulta difícil decidirse entre la extensa y apetecible oferta. Por suerte, la informalidad del lugar invita a compartir platos: ceviche peruano, arroz con trufa, brochetas de carne y de pescado, cazón en adobo, un pulpito a la gallega, croquetas variadas... ¡Menuda mezcla!
Foto: Juan Ceñal
Aun con el estómago lleno, nos viene a la cabeza el pequeño horno que vimos nada más entrar, en la planta baja, y se nos antoja una de sus pizzas frescas: La de boletus, mozzarella, salteado de setas, huevo y trufa negra cocinados a baja temperatura es simplemente espectacular.
Foto: Juan Ceñal
Cuando la primera persona se lanza con el obligado "uf, no puedo más", vemos pasar un enorme crepe con dulce de leche, nata y plátano. Nos acercamos al puesto de los dulces, por si la vista nos convence de que queda hueco en alguna parte de nuestro estómago. El olor a café recién hecho nos ayuda a decidir. El propietario nos explica que el de esta semana procede de Etiopía. Intenso, con un aroma irresistible. No hace falta ni echarle azúcar.
Foto: Juan Ceñal
Entre vinos y risas, se nos olvida el reloj y hasta el teléfono móvil. Cuando decidimos que es hora de volver a casa son las 23.30. Llegamos a la conclusión de que nadie más que nosotros tiene que madrugar el día siguiente... ¡Está casi tan lleno como al llegar1
Pues sí, parece que los mercados siguen de moda. Especialmente recomendables contra es estrés laboral y la rigidez de la rutina.
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