¿Es lógico separarlos por sexo?
Diez motivos por los que acabar con la educación diferenciada
Todavía existen en España numerosos centros educativos, todos ellos privados y en parte vinculados al Opus Dei, que separan a los niños por sexos. Hay colegios exclusivamente masculinos y otros solo para niñas, lo que significa que existen muchos niños y niñas que, todavía hoy, no se relacionan a diario de forma constante y fluida con personas de otro sexo hasta que llegan a la universidad o incluso a la vida laboral.
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La comunidad educativa aboga, prácticamente de forma unánime, por erradicar una tendencia que responde a unos roles propios de otros tiempos, pese a que numerosas escuelas privadas que separan por sexos siguen recibiendo subvenciones en algunas comunidades autónomas. De hecho, el pasado 10 de abril, el Tribunal Constitucional consideró constitucional la educación segregada por sexos y, por tanto, dio vía libre para que los centros que la imparten puedan seguir recibiendo subvenciones por parte del Estado. Esta sentencia respondía a un recurso de inconstitucionalidad presentado por el PSOE sobre la LOMCE.
Los partidarios de la llamada educación diferenciada (sus detractores suelen escoger el término “educación segregada”) argumentan diferencias cognitivas y madurativas entre hombres y mujeres, lo que da lugar, aseguran, al fracaso escolar si se practica la coeducación. “Es difícil creerse este argumento”, explica el coordinador de 2º de ESO del Instituto Joaquima Pla i Farreras, de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), David Valdivia. Para él, la separación por sexos se debe todavía a una cuestión meramente práctica. “En una sociedad injusta, machista y patriarcal, se enseñaba unos valores a las niñas y otros a los niños. A ellas, relacionados con el cuidado de la casa y a ellos con el éxito laboral. Con un sistema educativo diferenciado era mucho más sencillo apuntalar los roles en los que se basaba el sistema social”, afirma.
Por otra parte, “existía, y por desgracia sigue existiendo en algunas escuelas vinculadas a organizaciones religiosas, la idea de que los alumnos se distraen al llegar a la adolescencia, en plena revolución hormonal, al tener que tratar a diario con personas de otro sexo”, asegura Valdivia. Su experiencia, sin embargo, le dice que los adolescentes son perfectamente capaces de controlar su sexualidad, pese a que en ocasiones, pero eso sería otro tema, “no saben bien cómo manejarla”. Según él, habría qué preguntarse qué ocurre “cuando te encuentras de golpe y porrazo, ya bien superada la pubertad, en un entorno mixto”.
Un entorno, el de la coeducación, óptimo para el desarrollo de los niños y niñas. “La escuela debe parecerse lo máximo posible a la sociedad”, afirma la jefa de estudios de educación infantil de una escuela barcelonesa, Txell Torrella. “Cuanto más alejada esté un aula de la composición de la sociedad que representa, más desvinculados de esta crecerán los niños”.
Para Torrella, “el talento no está ligado al sexo en absoluto y aunque lo estuviese tampoco serviría de nada segregar, sino compartir experiencias en función de las capacidades de cada uno, que es de lo que se trata”, explica. Valdivia coincide: “la gente se escandalizaría si en pleno siglo XXI se separase a los alumnos por raza o por coeficiente intelectual, y sin embargo existe un nivel bastante alto de aceptación a la segregación por sexos, cuando el sentido común nos dice que el camino a seguir es una educación igualitaria e integradora, que profundice en el respeto a la diferencia”, explica.
Tanto Torrella, que trabaja con niños y niñas de 3 a 6 años, como Valdivia, que lo hace con adolescentes, ven el panorama con cierto optimismo. “Las cosas mejoran, pero al cambio social definitivo que garantice la igualdad efectiva entre niños y niñas le faltan aún unas cuantas décadas, porque los roles de género están aún muy arraigados en las familias, tanto en los padres como especialmente en los abuelos”, y existen numerosos síntomas de ello, “desde que el macho alfa faltón e irrespetuoso sigue siendo el que vuelve locas a las chicas a que la mayoría de trastornos relacionados con la alimentación siguen padeciéndolos niñas”, asegura.
Torrella coincide, aunque añade que existen ciertos destellos que muestran un avance claro en materia de igualdad. “Actualmente los grupos de amigos son mixtos, cosa que ocurría menos antes, y además se acepta muy bien la diferencia. Pese a que la mayoría de niños practican un tipo de juego y las niñas otro, es cierto que no se juzga a quienes no participan de esos roles y deciden ir por libre: su opción se acepta con naturalidad, sin extrañeza”, sentencia. ¿A qué se debe este avance? “En las escuelas tratamos de provocar situaciones en que niños y niñas jueguen a lo mismo”, explica Torrella, algo que tiene unos resultados excepcionales. “Si no propicias que un niño juegue con un bebé tal vez nunca se despertará su deseo de hacerlo, y viceversa. Un entorno de juego igualitario ayuda a evitar el manido argumento de ‘esto no lo hago porque es de niñas’, y al revés”, afirma.
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